Ante la insistencia de su nieto, el abuelo pasó a relatarle una vez más su cuento favorito. Siempre le explicaba la misma historia, la de aquella selección que eliminó a Italia en los penaltis. El viejo detallaba el contexto ante la expectación del niño. Hacía 24 años que no sucedía algo parecido. Eran vísperas de San Juan y la victoria se celebró con el debido estruendo: cláxones, gritos y pirotecnia. La alegría inundó los hogares y las calles en una noche histórica para la hinchada española. El abuelo hablaba de un partido agónico, resuelto por las paradas de un tal Casillas. El nieto, cada vez más emocionado, atendía con los ojos como platos. Además de al portero español, el viejo recordaba a Fàbregas por marcar el último penalti, y a Villa por ser la estrella de aquella Eurocopa. Por parte italiana, el abuelo tenía palabras para sus dos torres: “Su delantero era un gigante vestido de corto y su portero más largo que un domingo sin dinero”. El nieto disfrutaba al mismo tiempo que sin darse cuenta cimentaba sus pasiones y sueños futuros.
En la mente de todos quedó fijada la emoción de los penaltis y la victoria. Ocurre que la memoria es selectivamente traicionera, y sólo permite almacenar pasajes concretos. Lo mejor de aquella noche se perdió por el camino de la historia. El viejo no lo recuerda con nitidez, pero España jugó al billar a costa de la cuatro veces campeona mundial. Echó el balón al tapete, lo multiplicó y se puso a bailar al son de una panda de enanos traviesos. Por desgracia el abuelo olvidó cómo los bajitos se asociaron mil veces para alcanzar la portería rival y cómo un hispano-brasileño se bastó para barrer el mediocampo. Lamentablemente los años hicieron que sólo quedaran los datos, pero aquella noche la selección aunó la belleza con los valores del juego. Puyol, Marchena y Ramos se partieron la cara por cerrar la trinchera; Xavi, Silva, Iniesta y Cesc se conjuraron entorno al balón sustentados siempre por las espaldas de Senna, que dio un recital de percusión y armónica –13 recuperaciones por sólo 3 pérdidas; arriba, contenidos por el oficio de los centrales italianos, Torres y Villa se desfondaron en cada ataque; en la otra orilla, Casillas fue Casillas, el de los milagros cotidianos. Fue una noche de fe, valentía, coraje y orgullo por un patrón de juego. Se anunciaba un duelo a tumba abierta y lo fue. Se escenificó un igualadísimo choque de culturas, donde acabó triunfando a la ruleta rusa quien lo mereció por voluntad y vuelo.
Como siempre tuvo Italia el partido donde lo quiso en muchos instantes del partido: balón parado, balón volando, balón para Toni. La azzurra se mantuvo fiel a su perfil de arisco felino a pesar de contar con talento a grandes cucharadas. Cassano, Aquilani, De Rossi, Di Natale, Del Piero… todos supeditados al manual del catenaccio: balones por alto, contraataques, rebotes, últimos minutos y penaltis. Así se ganaron un nombre entre los todopoderosos y así cayeron aquella noche, ejecutados por su propia mezquindad. En contraste, España hizo algo más que cruzar la alambrada de cuartos. Triunfó en nombre del fútbol, aunque el abuelo no lo recuerde.
En la mente de todos quedó fijada la emoción de los penaltis y la victoria. Ocurre que la memoria es selectivamente traicionera, y sólo permite almacenar pasajes concretos. Lo mejor de aquella noche se perdió por el camino de la historia. El viejo no lo recuerda con nitidez, pero España jugó al billar a costa de la cuatro veces campeona mundial. Echó el balón al tapete, lo multiplicó y se puso a bailar al son de una panda de enanos traviesos. Por desgracia el abuelo olvidó cómo los bajitos se asociaron mil veces para alcanzar la portería rival y cómo un hispano-brasileño se bastó para barrer el mediocampo. Lamentablemente los años hicieron que sólo quedaran los datos, pero aquella noche la selección aunó la belleza con los valores del juego. Puyol, Marchena y Ramos se partieron la cara por cerrar la trinchera; Xavi, Silva, Iniesta y Cesc se conjuraron entorno al balón sustentados siempre por las espaldas de Senna, que dio un recital de percusión y armónica –13 recuperaciones por sólo 3 pérdidas; arriba, contenidos por el oficio de los centrales italianos, Torres y Villa se desfondaron en cada ataque; en la otra orilla, Casillas fue Casillas, el de los milagros cotidianos. Fue una noche de fe, valentía, coraje y orgullo por un patrón de juego. Se anunciaba un duelo a tumba abierta y lo fue. Se escenificó un igualadísimo choque de culturas, donde acabó triunfando a la ruleta rusa quien lo mereció por voluntad y vuelo.
Como siempre tuvo Italia el partido donde lo quiso en muchos instantes del partido: balón parado, balón volando, balón para Toni. La azzurra se mantuvo fiel a su perfil de arisco felino a pesar de contar con talento a grandes cucharadas. Cassano, Aquilani, De Rossi, Di Natale, Del Piero… todos supeditados al manual del catenaccio: balones por alto, contraataques, rebotes, últimos minutos y penaltis. Así se ganaron un nombre entre los todopoderosos y así cayeron aquella noche, ejecutados por su propia mezquindad. En contraste, España hizo algo más que cruzar la alambrada de cuartos. Triunfó en nombre del fútbol, aunque el abuelo no lo recuerde.
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3 comentarios:
Qué bonito, bro!
Aquí te dejo un link para que veas una fotogalería que han colgado los locos de la Ser sobre su despliegue en la Eurocopa. Está curiosa.
http://www.cadenaser.com/deportes/fotogaleria/espana-fulmina-rusia/csrcsrpor/20080614csrcsrdep_1/Zes
¡Cómo están disfrutando los cabrones!
Es la primera vez que me paso y muy bien. Me he visto contándole a mis nietos esta historia.
Mis sms antes del partido eran: "me voy a morir sin ver pasar de cuartos a españa? por favor guarda este sms hasta que pasemos!"
Las memorias de los móviles de mis amigos no corren peligro.
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