España e Italia son dos países acostumbrados a mirarse de cerca. Muy próximos geográficamente, no son escasos los paralelismos históricos, sociales, culturales y económicos que mantienen. El fútbol de selecciones tampoco es ajeno a esa longeva relación. Desde 1920, la Roja y la azzurra se han enfrentado en 9 partidos oficiales –Juegos Olímpicos, Mundiales y Eurocopas– y 18 amistosos. El balance de victorias es abrumador a favor de Italia en los grandes torneos: seis victorias por una de España –1920, JJOO de Amberes, casi en la prehistoria. Con cuatro trofeos mundiales y uno europeo en sus vitrinas, la capacidad de los transalpinos a la hora de batirse el cobre está más que probada.
Para los jóvenes que nacimos a mediados de los ochenta, USA '94 supuso nuestro primer contacto con las desgracias de la selección. Yo tenía 9 años y el fútbol aún no formaba parte de mis prioridades. Me recuerdo junto al televisor a la hora del partido, tras haber apurado hasta la noche un intenso día de piscina. No tengo presente el gol de Caminero. Sí el de Baggio. Sí la sangre de Luis Enrique sobre el blanco perla de la segunda equipación. En suma, sí la impotencia. La misma de todas las decepciones posteriores.
Catorce años después, España vuelve a verse las caras con Italia, la squadra azzurra de toda la vida, con su concepción del fútbol a medio camino entre lo admirable y lo mezquino. Como siempre ha llegado a la cita sin encandilar, a trompicones y generando dudas a periodistas y aficionados. Pero ya la tenemos aquí. Con su Panucci, su Luca Toni, su Buffon y su Donadoni, que en el '94 estaba en el campo y ahora está del otro lado de la línea de banda.
La selección italiana es criticada y odiada porque siempre busca sacar el máximo provecho de la mínima propuesta. En un ejercicio de negación de los propios azares del juego, la azzurra suele destruir mucho más de lo que produce. Se trata del famoso catenaccio, un concepto tan arraigado en la selección como en el calcio; un fútbol en las antípodas del de Brasil y Holanda. Lo cierto es que siempre jugaron y ganaron así, con lo que tienen motivos para seguir cultivando su dañino modelo. Pero que no cuenten conmigo para la causa. Yo soy de Iniesta, no de Perrotta.
De hecho, el contraste de estilos está servido en la zona ancha: De Rossi, Ambrosini, Aquilani, Perrotta y Camoranesi frente a Senna, Xavi, Iniesta, Silva y Cesc. No voy a perder tiempo en pronósticos. Es un duelo en las alturas: o cal o arena, o azul o rojo, o tú o yo. Los contendientes se conocen a las mil maravillas. Saben a qué hora y para qué están citados. Hay muchas cuentas pendientes de ser saldadas. Es tradición contra ilusión; guerreros curtidos contra imberbes descarados; el fútbol de toque contra el directo; el verso libre contra el teletipo; rosas y revólveres. La camada de Luis tiene lo propio de los poetas, excelsos cuando encuentran la inspiración y condenados a sufrir ante el blanco nuclear cuando se desconectan. Lo contrario es Italia, un revólver que te mata si te giras, una batería de teletipos: un fútbol pragmático, uniforme y repetido en serie. Se trata de la belleza del juego contra la pura mercancía. Hasta ahora ya sabemos quién se impuso, pero hay que volver a dirimirlo. Va a ser un choque a cara de perro en cualquier caso. El verbo ágil se ha de imponer a la proteína. Es un España-Italia en los cuartos de una Eurocopa. Palabras mayores.
Para los jóvenes que nacimos a mediados de los ochenta, USA '94 supuso nuestro primer contacto con las desgracias de la selección. Yo tenía 9 años y el fútbol aún no formaba parte de mis prioridades. Me recuerdo junto al televisor a la hora del partido, tras haber apurado hasta la noche un intenso día de piscina. No tengo presente el gol de Caminero. Sí el de Baggio. Sí la sangre de Luis Enrique sobre el blanco perla de la segunda equipación. En suma, sí la impotencia. La misma de todas las decepciones posteriores.
Catorce años después, España vuelve a verse las caras con Italia, la squadra azzurra de toda la vida, con su concepción del fútbol a medio camino entre lo admirable y lo mezquino. Como siempre ha llegado a la cita sin encandilar, a trompicones y generando dudas a periodistas y aficionados. Pero ya la tenemos aquí. Con su Panucci, su Luca Toni, su Buffon y su Donadoni, que en el '94 estaba en el campo y ahora está del otro lado de la línea de banda.
La selección italiana es criticada y odiada porque siempre busca sacar el máximo provecho de la mínima propuesta. En un ejercicio de negación de los propios azares del juego, la azzurra suele destruir mucho más de lo que produce. Se trata del famoso catenaccio, un concepto tan arraigado en la selección como en el calcio; un fútbol en las antípodas del de Brasil y Holanda. Lo cierto es que siempre jugaron y ganaron así, con lo que tienen motivos para seguir cultivando su dañino modelo. Pero que no cuenten conmigo para la causa. Yo soy de Iniesta, no de Perrotta.
De hecho, el contraste de estilos está servido en la zona ancha: De Rossi, Ambrosini, Aquilani, Perrotta y Camoranesi frente a Senna, Xavi, Iniesta, Silva y Cesc. No voy a perder tiempo en pronósticos. Es un duelo en las alturas: o cal o arena, o azul o rojo, o tú o yo. Los contendientes se conocen a las mil maravillas. Saben a qué hora y para qué están citados. Hay muchas cuentas pendientes de ser saldadas. Es tradición contra ilusión; guerreros curtidos contra imberbes descarados; el fútbol de toque contra el directo; el verso libre contra el teletipo; rosas y revólveres. La camada de Luis tiene lo propio de los poetas, excelsos cuando encuentran la inspiración y condenados a sufrir ante el blanco nuclear cuando se desconectan. Lo contrario es Italia, un revólver que te mata si te giras, una batería de teletipos: un fútbol pragmático, uniforme y repetido en serie. Se trata de la belleza del juego contra la pura mercancía. Hasta ahora ya sabemos quién se impuso, pero hay que volver a dirimirlo. Va a ser un choque a cara de perro en cualquier caso. El verbo ágil se ha de imponer a la proteína. Es un España-Italia en los cuartos de una Eurocopa. Palabras mayores.
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