Sigue la fiesta española en Viena y en la península. Continúa el jolgorio merced a la exhibición de los 'pequeños'. Rusia sobrevivió un tiempo entero. Demasiado según lo visto tras el descanso. Gozó de vida mientras la selección se lo permitió. No hay que olvidar los méritos de la tropa bolchevique de Hiddink. Se plantaron en 'semis' destrozando a la gran Holanda de Van Basten con un juego que impresionó. Situaron su fútbol en el mapa comandados por Arshavin, del cual no hubo noticias esta vez. Pavlyuchenko fue el único capaz de inquietar a Casillas, en una mera demostración de su papel de boya en el mar. El delantero ruso es un jugadorazo, un tanque del Este dotado de la mejor tecnología, pero solo y desasistido quedó reducido a poco más que nada. Si además Puyol y Marchena siguen obstinados en ser la pareja perfecta tenemos dibujado el naufragio ruso.
Cuando un equipo tiene alma, calidad, coraje, cuajo y fe es que está diseñado para el éxito. El sexto factor es la suerte, pero suele derivar de los demás. España completó ayer un ejercicio de precisa humillación. En la primera parte, como si de un gran púgil se tratara, midió sus fuerzas y las del oponente. Vaciló masticando en exceso el juego, huérfana de último pase. Le dio a Rusia motivos para seguir soñando con la machada. En el segundo acto, simplemente arrasó cualquier duda sobre el partido. La Roja fue un vendaval de fútbol.
Y todo coincidió con la entrada en escena del más liviano de la tropa. Iniesta sacó el compás y solucionó la cita. Apareció por la izquierda –flanco en el que se muestra más dañino–, le hizo el ovillo con naturalidad a Anyukov y sirvió un balón con lazo para la entrada de Xavi, que remató ante el orgullo de un país y la admiración de un continente. España se ha doctorado a lo grande. Iniesta, Xavi, Cesc y Silva: ligeros, inteligentes, generosos, descarados y sobre todo talentosos, extremadamente talentosos. Ellos son el ADN de la selección. Entre los cuatro fabricaron una goleada de bellísima factura en las semifinales de una Eurocopa. Casi nada.
Tras el 0-1 la Roja se dedicó a gustarse. Estaba sola en el campo, recreándose en su propia calidad. Poco importaban ya la lluvia, el cambio de Villa o el desacierto de Torres. Todo el partido giraba entorno a un solo equipo. En esas condiciones, Rusia se vio obligada a dimitir sin rechistar. Y con ella se despidió Arshavin, una merma para el espectáculo coral.
El 0-2 fue la obra maestra de dos diestras de seda. Cesc puso la bola con mimo al interior del área para el desmarque de Güiza, que la acarició antes de guardarla en el cajón. El arquero demostró que sus flechas también riman en la poesía de la selección.
Y qué decir del 0-3. De nuevo Iniesta, esta vez trazando por arriba, y de nuevo Cesc, utilizando el cartabón al servicio del pase a Silva, que cerró la jugada con categoría: control con la derecha y definición con la izquierda. Un broche dorado –el color anoche de la selección– para un deslumbrante partido.
Es lógico que una victoria de tal calibre haya desatado la euforia. España va a disputar la tercera final de su historia. Hace 24 años que no se da la circunstancia y por ende hay que celebrarlo. Pero no demasiado. La selección sigue estando en deuda con su hinchada. Tiene los mejores jugadores y sobre todo el mejor equipo del torneo. En lo más alto espera la Legión Cóndor alemana. Ballack, Klose, Schweinsteiger y Podolski son los estandartes de un equipo avalado por su exitosa historia –3 Mundiales y 3 Eurocopas–. El equipo actual tiene los centímetros y el vigor de siempre, más las dosis justas de calidad. Como mandan los cánones, la final será el duelo en mayúsculas del torneo. Será un reto durísimo para España, más pedregoso incluso que el de Italia por la relevancia del choque y la variedad del arsenal alemán.
Holanda fue la primera en asombrar tras dejar secas a Italia y Francia. Cuando se antojaba como favorita recibió el severo correctivo de Rusia. Ahora los de Hiddink han caído sin oposición ante España, cediéndole así el testigo. La Roja tiene ahora la ocasión de romper la línea lógica derrotando a Alemania. La Mannschaft es al fútbol lo que el granito a la naturaleza. Es un grupo rocoso y cuenta con la experiencia que dan los triunfos. Esta vez, delante va a tener a una selección surgida de la necesidad de ganar, de esa escasez que agudiza el ingenio según el refranero. Aragonés ha repartido con criterio la escuadra, el cartabón, el compás y el medidor de ángulos entre los capacitados para delinear el juego. Geometría al servicio del fútbol. Esos pequeños genios saben bien que a Alemania es más fácil rodearla que rebasarla por arriba. Por eso pondrán el balón en el piso y se arrancarán a jugar. La fórmula conocida; la fórmula del éxito. Es cierto que no estará Villa para sellar la producción de los jugones. Visto lo visto, apuesto a que Löw no sabe quién le da más miedo, si Cesc o Güiza.
Cuando un equipo tiene alma, calidad, coraje, cuajo y fe es que está diseñado para el éxito. El sexto factor es la suerte, pero suele derivar de los demás. España completó ayer un ejercicio de precisa humillación. En la primera parte, como si de un gran púgil se tratara, midió sus fuerzas y las del oponente. Vaciló masticando en exceso el juego, huérfana de último pase. Le dio a Rusia motivos para seguir soñando con la machada. En el segundo acto, simplemente arrasó cualquier duda sobre el partido. La Roja fue un vendaval de fútbol.
Y todo coincidió con la entrada en escena del más liviano de la tropa. Iniesta sacó el compás y solucionó la cita. Apareció por la izquierda –flanco en el que se muestra más dañino–, le hizo el ovillo con naturalidad a Anyukov y sirvió un balón con lazo para la entrada de Xavi, que remató ante el orgullo de un país y la admiración de un continente. España se ha doctorado a lo grande. Iniesta, Xavi, Cesc y Silva: ligeros, inteligentes, generosos, descarados y sobre todo talentosos, extremadamente talentosos. Ellos son el ADN de la selección. Entre los cuatro fabricaron una goleada de bellísima factura en las semifinales de una Eurocopa. Casi nada.
Tras el 0-1 la Roja se dedicó a gustarse. Estaba sola en el campo, recreándose en su propia calidad. Poco importaban ya la lluvia, el cambio de Villa o el desacierto de Torres. Todo el partido giraba entorno a un solo equipo. En esas condiciones, Rusia se vio obligada a dimitir sin rechistar. Y con ella se despidió Arshavin, una merma para el espectáculo coral.
El 0-2 fue la obra maestra de dos diestras de seda. Cesc puso la bola con mimo al interior del área para el desmarque de Güiza, que la acarició antes de guardarla en el cajón. El arquero demostró que sus flechas también riman en la poesía de la selección.
Y qué decir del 0-3. De nuevo Iniesta, esta vez trazando por arriba, y de nuevo Cesc, utilizando el cartabón al servicio del pase a Silva, que cerró la jugada con categoría: control con la derecha y definición con la izquierda. Un broche dorado –el color anoche de la selección– para un deslumbrante partido.
Es lógico que una victoria de tal calibre haya desatado la euforia. España va a disputar la tercera final de su historia. Hace 24 años que no se da la circunstancia y por ende hay que celebrarlo. Pero no demasiado. La selección sigue estando en deuda con su hinchada. Tiene los mejores jugadores y sobre todo el mejor equipo del torneo. En lo más alto espera la Legión Cóndor alemana. Ballack, Klose, Schweinsteiger y Podolski son los estandartes de un equipo avalado por su exitosa historia –3 Mundiales y 3 Eurocopas–. El equipo actual tiene los centímetros y el vigor de siempre, más las dosis justas de calidad. Como mandan los cánones, la final será el duelo en mayúsculas del torneo. Será un reto durísimo para España, más pedregoso incluso que el de Italia por la relevancia del choque y la variedad del arsenal alemán.
Holanda fue la primera en asombrar tras dejar secas a Italia y Francia. Cuando se antojaba como favorita recibió el severo correctivo de Rusia. Ahora los de Hiddink han caído sin oposición ante España, cediéndole así el testigo. La Roja tiene ahora la ocasión de romper la línea lógica derrotando a Alemania. La Mannschaft es al fútbol lo que el granito a la naturaleza. Es un grupo rocoso y cuenta con la experiencia que dan los triunfos. Esta vez, delante va a tener a una selección surgida de la necesidad de ganar, de esa escasez que agudiza el ingenio según el refranero. Aragonés ha repartido con criterio la escuadra, el cartabón, el compás y el medidor de ángulos entre los capacitados para delinear el juego. Geometría al servicio del fútbol. Esos pequeños genios saben bien que a Alemania es más fácil rodearla que rebasarla por arriba. Por eso pondrán el balón en el piso y se arrancarán a jugar. La fórmula conocida; la fórmula del éxito. Es cierto que no estará Villa para sellar la producción de los jugones. Visto lo visto, apuesto a que Löw no sabe quién le da más miedo, si Cesc o Güiza.
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