Por Albert Valor
Se acabó el sueño turco. Tras creer hasta el último segundo, los pupilos de Fatih Terim doblaron la rodilla. Poco se le puede objetar a estos guerreros, que han dado la cara en todo momento y que han encadenado un milagro tras otro. Todos los entrenadores que quieran adquirir durante el verano algún jugador que garantice lucha, entrega y compromiso durante 90 minutos –o los que sean necesarios- ya sabe que en la selección turca tiene un buen abanico para elegir. Junto a ese derroche de corazón, habría que destacar a algunos jugadores como Sabri Sarioglu, un pequeño y escurridizo hombre de banda que ha jugado donde le ha exigido el guión, Hamit Altintop, que ha refrendado que aúna clase, temple y polivalencia, Mehmet Aurelio –que junto a Senna ha demostrado que si Brasil no cuenta hoy en día con un mediocentro de garantías es porque no quiere-, Ugur Boral, un desconocido e irregular extremo que ha mostrado su mejor versión en este europeo, Semith Senturk, que ha ejercido de ‘9’ tal y como le exigía su dorsal, Kazim Kazim, el interior que vino de Londres, o Arda Turan, que pese a no estar disponible hoy –al igual que Nihat o Tuncay- ha aprovechado este torneo para darse a conocer.
Si había un equipo que pudiera hacer frente a la imprevisibilidad turca ese era Alemania. Y así fue. El duelo empezó con los germanos demasiado relajados, como si creyesen que el partido se iba a ganar sin dejarse la piel sólo por el simple hecho de que alguien diga que en este deporte siempre ganan ellos o porque los otomanos estuvieron jugando diezmados por sus numerosas bajas. Y claro, los turcos, además de fe, tienen orgullo y decidieron que si se quedaban sin final no sería por no haberlo intentado. Primero avisó Kazim Kazim con un trallazo al larguero, y acto seguido una jugada de carambola acababa con un empalme de Ugur Boral que se le escurría al siempre inseguro Lehman. Por primera vez en esta Eurocopa la selección de los milagros se veía por delante en el marcador. Y evidentemente, como eso no es lo suyo, tras acribillar a la Mannschaft durante unos minutos más, concedieron el empate en la primera jugada de peligro creada por sus rivales. Bastian marcó a pase de Podolski. La primera parte acabó en tablas, sin ofrecer mucho más que una contra marrada por el ‘polaco’.
El segundo acto empezó como acabó el primero, con sopor, y así fue casi todo él. Cuando el telespectador ya pensaba en disfrutar de uno de estos últimos instantes de Eurocopa con treinta minutos más de propina llegó el epílogo. En los últimos 11 minutos se vendió todo el pescado –no podía ser de otra manera con Turquía sobre el green-. Minuto 79; centro siniestro desde la izquierda de Lahm, parecía que Rüstü iba a llegar, pero para no manchar su reputación cantó, y Klose, ave de rapiña donde los haya, aprovechó el regalo. 2-1. La tropa de Terim tenía 11 minutos para jugar al milagro, que es lo que le gusta. Y para no variar con su táctica, siguió creyendo. ¿Qué es un gol de desventaja con 11 minutos por delante? Para ellos bien poco. Y evidentemente empató, a los 86’, cuando el partido agonizaba. Centro raso de Sabri desde la derecha al palo corto y Senturk, avanzándose a su marcador bate a Lehmann por debajo de las piernas. Probablemente medio mundo estuviera frente al televisor con la certeza de que lo que acababa de pasar ya lo esperaba. Pero tres minutos después Alemania, fiable donde los haya, verdugo entre verdugos, asesina a sangre fría, dio de beber a los turcos de su propio elixir. Quedaba un minuto más los tres del alargue. Evidentemente Turquía seguía creyendo. El problema para ellos fue que Alemania ya tenía demasiado claro lo que podía pasar si concedía un solo milímetro. De hecho, Turquía tuvo última opción en una falta que botó Tumer Metin. El jugador del Larissa griego mandó el balón a la grada y con él, toda la proeza al limbo. Tras el saque de puerta Busacca pitó el final.
Si había un equipo que pudiera hacer frente a la imprevisibilidad turca ese era Alemania. Y así fue. El duelo empezó con los germanos demasiado relajados, como si creyesen que el partido se iba a ganar sin dejarse la piel sólo por el simple hecho de que alguien diga que en este deporte siempre ganan ellos o porque los otomanos estuvieron jugando diezmados por sus numerosas bajas. Y claro, los turcos, además de fe, tienen orgullo y decidieron que si se quedaban sin final no sería por no haberlo intentado. Primero avisó Kazim Kazim con un trallazo al larguero, y acto seguido una jugada de carambola acababa con un empalme de Ugur Boral que se le escurría al siempre inseguro Lehman. Por primera vez en esta Eurocopa la selección de los milagros se veía por delante en el marcador. Y evidentemente, como eso no es lo suyo, tras acribillar a la Mannschaft durante unos minutos más, concedieron el empate en la primera jugada de peligro creada por sus rivales. Bastian marcó a pase de Podolski. La primera parte acabó en tablas, sin ofrecer mucho más que una contra marrada por el ‘polaco’.
El segundo acto empezó como acabó el primero, con sopor, y así fue casi todo él. Cuando el telespectador ya pensaba en disfrutar de uno de estos últimos instantes de Eurocopa con treinta minutos más de propina llegó el epílogo. En los últimos 11 minutos se vendió todo el pescado –no podía ser de otra manera con Turquía sobre el green-. Minuto 79; centro siniestro desde la izquierda de Lahm, parecía que Rüstü iba a llegar, pero para no manchar su reputación cantó, y Klose, ave de rapiña donde los haya, aprovechó el regalo. 2-1. La tropa de Terim tenía 11 minutos para jugar al milagro, que es lo que le gusta. Y para no variar con su táctica, siguió creyendo. ¿Qué es un gol de desventaja con 11 minutos por delante? Para ellos bien poco. Y evidentemente empató, a los 86’, cuando el partido agonizaba. Centro raso de Sabri desde la derecha al palo corto y Senturk, avanzándose a su marcador bate a Lehmann por debajo de las piernas. Probablemente medio mundo estuviera frente al televisor con la certeza de que lo que acababa de pasar ya lo esperaba. Pero tres minutos después Alemania, fiable donde los haya, verdugo entre verdugos, asesina a sangre fría, dio de beber a los turcos de su propio elixir. Quedaba un minuto más los tres del alargue. Evidentemente Turquía seguía creyendo. El problema para ellos fue que Alemania ya tenía demasiado claro lo que podía pasar si concedía un solo milímetro. De hecho, Turquía tuvo última opción en una falta que botó Tumer Metin. El jugador del Larissa griego mandó el balón a la grada y con él, toda la proeza al limbo. Tras el saque de puerta Busacca pitó el final.
Turquía puede estar orgullosa de lo que ha hecho. Sin contar entre los favoritos al título, ha demostrado que con fe, testosterona y, evidentemente, algo de fútbol, se puede optar a todo. Terim –el indiscutible parecido razonable de Robert de Niro-, ha comandado un grupo sobradamente preparado para competir aun cuando la guillotina les rozaba el pescuezo. Es para estar orgullosos. Si siguen creyendo así, el futuro estará lleno de dulces. Para nada deben estar tristes. Ya se sabe, en el fútbol, siempre gana Alemania ¿o quizá no?
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