Un análisis de Cristian Naranjo
Sucede a menudo que los partidos más esperados por el aficionado acaban reducidos a cenizas una vez terminan. La expectación generada no acostumbra a reflejarse en el juego, y el resultado siempre deja damnificados. El triunfo de unos supone el sinsabor de otros, mientras que el empate suele descontentar a ambos. Los espectadores neutrales, que se cuentan por millones en este tipo de choques, también tienen algo que perder: su tiempo. La madrugada del pasado sábado al domingo, según horario peninsular, buena parte del planeta se acomodó frente a un televisor con señal de Rosario. El duelo se presentaba como una cita ineludible: Argentina-Brasil, un nuevo volumen del clásico de clásicos, con la clasificación mundialista en juego. Una albiceleste en apuros frente a una canarinha confiada. Maradona frente a Dunga. Messi contra Kaka'. Y el escenario, el Gigante de Arroyito, literalmente a reventar. En definitiva, todos los alicientes posibles en el campo, en los banquillos y en la grada.Argentina llegaba al encuentro necesitada de algo más que puntos. Hasta el momento su trayectoria había sido titubeante, ya fuera con Basile o Maradona al mando. La última derrota frente a Ecuador, así como la debacle sufrida en Bolivia, generaron críticas en todas direcciones. La mayoría cayeron sobre Maradona y Messi, las dos cabezas visibles de la selección. Se cuestiona la validez del técnico, mientras que impacienta el escaso rendimiento de la estrella culé. Parece un hecho que Messi no encaja en el sistema del 'Pelusa', y los periodistas argentinos apuntan hacia el propio director técnico. Así las cosas, la albiceleste compareció al partido con sus líderes sitiados y el ambiente enrarecido. La coyuntura exigió a entrenador y jugadores actuar según el procedimiento habitual: aislarse todo lo posible del entorno. La medida quizá funcionó, pero hay filtraciones del exterior que son inevitables. Es una evidencia que el caldo de cultivo no era el idóneo para afrontar 90 minutos a cara de perro.
Por su parte, Brasil se presentaba en una situación diametralmente opuesta. Acudía a la cita como líder, colmada de confianza y sabedora de que podía obtener billete a Sudáfrica en caso de vencer. La pentacampeona ha dominado con mano de hierro la fase de clasificación, donde se ha destacado como la selección más realizadora y menos goleada. Lo cierto es que nadie ha hecho sombra a Brasil desde 2007, cuando se alzó con la Copa América. Fue la primera competición de Dunga como seleccionador. La verdeamarela no carburó durante los primeros partidos, de modo que el técnico recibió tantas críticas como Maradona ahora. En cambio la seleçao se hizo fuerte ante la adversidad. Sacó brillo a sus espadas y escaló hasta la final, donde aguardaba la incontestable favorita: Argentina. El desenlace, 3-0 para Brasil, fue tan contundente como inesperado. El impacto de aquella final explica el actual estado de las cosas. Argentina cayó de forma inapelable pese a tener a los mejores, y la derrota aún sangra. Los tres directos de Brasil sumieron a la albiceleste en una crisis de identidad de la que aún convalece.
La milicia de Dunga no se detuvo ahí. Llegó a la Copa Confederaciones y también la ganó, en un ejercicio de pragmatismo sólo comparable con USA '94 y Corea-Japón 2002. Definitivamente, Brasil se ha reinventado con el paso de los años. La mutación le ha permitido cosechar más triunfos, al tiempo que se ha resentido su lírica. No hay lugar para la nostalgia. Se llevan los repliegues, los trivotes, los balones colgados y, cómo no, los socorridos contraataques. No ha quedado ni rastro de Zico, Sócrates, Falcão, Junior y compañía, aquellos que maravillaron en España '82. Pero que no vencieron. Salta a la vista que la Confederación Brasileña prioriza el resultado por encima del estilo. No en vano prefiere apostar por tipos como Scolari ─cuyo ideario tiene algo rescatable─ o Dunga, en una nueva vuelta de tuerca. La elección parece tan segura como comprar un melón garantizado. El objetivo es ganar a cualquier precio, y entrenadores de esa calaña tienen el secreto. Conscientes del potencial que por generación natural siempre tendrán arriba, su fórmula se basa en blindar la propia portería y esperar buenas nuevas. Antes eran Rivaldo, Ronaldinho y Ronaldo. Ahora son Kaka', Robinho y Luis Fabiano. Cambian los nombres; permanece el estilo. Poco juego y mucho gol. Pura praxis, sin noticias del jogo bonito.
Finalmente, el clásico respondió a la lógica. Maradona hizo la convocatoria a su modo. Recurrió a un estadio pequeño para intimidar. Cargó toda la presión sobre Messi. Proyectó un vídeo de motivación. Y finalmente dispuso un once de postguerra, con los centrales de Vélez, los laterales del Medievo, el centro del campo comandado por Mascherano y por un Verón de Serie B, y una delantera donde se echó a suertes el compañero de Messi. En su fijación por presentar un dibujo simétrico, Maradona dejó las bandas a cargo de Maxi Rodríguez y Dátolo, que salvo noticia no inventaron el oficio de extremo. Con todo, la improvisación era de enormes proporciones. El vídeo no funcionó, la pizarra más bien no existió, y la albiceleste saltó al campo hecha un manojo de nervios. Tuvo más el balón porque a Brasil le convino, pero Verón no conectó jamás con Messi y Tévez.
En realidad, el partido estaba visto para sentencia desde que Maradona dio a conocer los convocados. Ausencias como las de Zabaleta, Garay, Banega o Higuaín son francamente denunciables. También es digna de llevar a juicio la sustitución de Riquelme por el prejubilado Verón. Pablo Aimar, Ariel Ibagaza y por supuesto Ever Banega serían opositores más capacitados. La no convocatoria de un extremo serio como Di María en beneficio de un jugador plano como Dátolo ─golazo a parte─ tampoco es comprensible más allá del reducido campo de visión de Maradona. Además de los alistamientos, las alineaciones de Maradona también atentan contra el buen gusto. A nadie escapa que 'Nico' Pareja y Coloccini deberían ocupar el eje de la zaga, que el 'Kun' ha de ser un fijo en ataque, y que las bandas son un desperdicio si las regentan Maxi y Dátolo. El anacrónico 4-4-2 de Maradona, donde la movilidad brilla por su ausencia, no conduce más que al naufragio. Sólo un improbable cambio hacia algo similar al 4-3-3, con Messi gozando de un ecosistema más propicio, corregiría el rumbo de Argentina de cara a sus definitivos duelos.
La balanza del clásico la decantó Maradona porque además de ser inepto no tiene ningún plan de acción. Dunga tiene ideas prehistóricas, pero es consecuente con ellas. Sabe cómo hacer fuego con dos piedras, y volvió a constatarlo en territorio enemigo. Los mecanismos que ha introducido compensan el escaso atractivo del esquema. Es cierto que utiliza un trivote de poca elaboración, pero los tres hombres tienen una función perfectamente definida. Gilberto Silva es el ancla del equipo. Barre su zona y no complica la entrega. Su concurso es vital para mantener la firmeza del esqueleto. Felipe Melo es el jugador equilibrado y completo por excelencia. Tiene llegada, disparo y remate aéreo, además de abarcar grandes espacios y asegurar trabajo. Elano es el más fino del trío. Goza de una derecha depurada que le asegura distribución y peligro a balón parado. Como Gilberto y Melo, tampoco rehúye las obligaciones defensivas. La gran ventaja de jugar con tres unidades en el medio es la importancia que adquieren los laterales. André Santos y sobre todo Maicon tienen libertad para surcar su banda con asiduidad porque en su ausencia son los volantes los que cubren el hueco. En cuanto a los centrales, Lucio y Luisão forman una de las mejores parejas de la actualidad. Por arriba, son torres en defensa y catapultas en ataque, además de tener criterio con el balón. Es conocida la capacidad de Lucio de superar líneas de presión con sus decididas conducciones. Y delante, toda la fantasía aglutinada. Kaka' en la mediapunta trazando líneas maestras. Robinho sobrevolando el área en busca de inspiración. Y en punta Luis Fabiano, un goleador de amplio repertorio.
A pesar de que su equipo se asemeja cada vez más a un yunque, Dunga también comete atentados. Alves no debería ser incompatible con Maicon en el once titular. Jugadores de la talla de Alexandre Pato, Diego y Hulk no pueden sobrar nunca en la seleçao. Otros, como Amauri, Anderson, Bastos o Ederson también merecen toda la atención. El caso es que el Brasil actual no levanta pasiones pero es tan fiable como las viejas costumbres. Su juego es un pestiño porque no tiene hilo conductor. Funciona a ráfagas, al ritmo descompasado del propio Kaka'. Su centro del campo no goza de grandes atractivos y sus puntas tampoco deslumbran pese a su categoría. Sin embargo Dunga ha construido una estructura de sólidos cimientos. Ha rastreado la oferta de compatriotas en busca del gen competitivo y a la vista está que lo ha encontrado. Este equipo ganó la Copa América, la Confederaciones y aspira al Mundial 2010. Según lo demostrado, el resto de candidatos deben ponerse a la cola. Incluida España. La pentacampeona quiere más. En Rosario dio un nuevo aviso de su ambición. El manual de Dunga es feo, rudimentario y limitado, pero los resultados lo avalan. Frente a Argentina, la canarinha volvió a mostrarse infalible. Primero apeló al oficio y encontró oro en dos tiros libres. Después ahogó la reacción argentina con una contra bella y letal que finiquitó el partido. Brasil no necesitó más. Maradona le allanó el camino a Dunga. Messi no tocó más de diez balones, y Argentina no existió. Se derrumbó con las decisiones de su entrenador. En conjunto, el partido fue una farsa, un engaño al espectador y una inútil pérdida de horas de sueño. Urge la vuelta de Liga y Champions, con el tricampeón poniendo a prueba su escasa plantilla y Florentino controlando cómo crece su parque de atracciones.*************************************************************