Por Albert Valor
22 de junio. El día en que Diego metió El Gol a los ingleses. Hasta ayer, día fatídico para la selección. Desde anoche, el día en que se superaron todos los malos farios. El de los cuartos. También el de los penaltis. Y hasta el de que Italia siempre se salga con la suya.
España está en semifinales. Allí se encontrará con un viejo, conocido y reconstruido rival. Tras la caída del muro de Berlín, la URSS se desmembró. Aquella selección, siempre competitiva, también sufrió las consecuencias en lo deportivo. La competitividad soviética se la tuvieron que repartir entre Rusia, Ucrania, Letonia y un largo etcétera de selecciones. Todas ellas han sido durante un largo tiempo equipos menores. Si acaso el combinado liderado por Shevchenko, que llegó hasta los cuartos en Alemania 2006, sea la única excepción, la que confirma la regla.
Tras esas dos décadas de sequía, el fútbol del este se ha ido reinventando poco a poco a sí mismo. Podría decirse que el holandés Gus Hiddink, el hombre milagro de los banquillos –llevó a Corea del Sur a las semifinales de una Copa del Mundo y a Australia a los octavos- ha sido en gran artífice. Pero no, ni mucho menos. Tras ir dando tumbos con más pena que gloria por algunas fases finales –lo más destacado sería el 6-1 ante Camerún en USA ’94, con 5 goles de Oleg Salenko, uno de los récords de la Historia de los Mundiales- el fútbol ruso ha dado con una generación excelente de futbolistas que han empezado a despuntar en el momento justo para coincidir con los nuevos talentos. Es curioso el caso de Arshavin y Zyrianov, que con 27 y 30 años respectivamente, han explotado de modo un tanto tardío para unirse así a los Bilyaletdinov (23), Zhirvov (24), Sychev (23), Anyukov (25) o Akinfeev, el meta (22). Un tanto diferente es el caso de Pavlyuchenko, que con 26 años ya lleva varias temporadas destacando en el Spartak de Moscú. Y sí, sería injusto no reconocer la aportación del ex entrenador del Real Madrid con sus resolutivos sistemas tácticos y su receta para que no se cortara la mayonesa.
El partido ante Holanda -aquella que presumíamos como La Naranja Metálica- fue un recital ruso. Quizá era el partido perfecto para la resurrección de los zares. En el 88, se habían despedido de los grandes partidos precisamente ante la Holanda de Van Basten, en aquella final en el Olímpico de Munich. El fútbol de aquella Holanda era enorme. El de Rusia para meterse en la ‘semis’ de este Europeo -con Arshavin haciendo las veces de faro guía, mientras los suyos lanzaban misiles desde cualquier parte del campo a la par que combinaban para llegar al área hasta que llegó un momento en el que la Oranje sólo podía mirar- fue sublime. A estas horas, Hiddink será el villano predilecto de los Países Bajos.
Como decía, el jueves se enfrentan en las semifinales de la Eurocopa España y Rusia. “Jugamos contra los soviéticos”, dirá mi abuelo. Y es que el duelo despertará la nostalgia de los más mayores, aquellas épocas lejanas –sobretodo para los nuestros- en que ambas se enfrentaban en las grandes citas. Como la final del europeo del 64 en el Bernabéu. Ese día, una España anfitriona, llena de talento e ilusión, se medía a un combinado que contaba con Lev Yashin, el mejor portero del mundo por entonces –para muchos, con permiso de Zamora, el mejor de todos los tiempos; de hecho es el único arquero que tiene el Balón de Oro-. Desde entonces -con la final del 84 en el Parque de los Príncipes como paréntesis- España no está entre la flor y nata. Rusia, aunque hace menos, también tiene amnesia triunfal.
Seguro que el jueves, desde Villa hasta Akinfeev, de Arshavin a Casillas, pasando por Xavi o Zyrianov, habrá momentos en los que se evocará a aquella vieja rivalidad. Marcelino se acordará de su gol. Y Pereda de su centro. Y Yashin, desde algún lugar, sonreirá. Y muchos pensarán: “¡Cuánto tiempo sin vernos por aquí!”. Y el fútbol, como antaño, supurará por todos los poros.
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22 de junio. El día en que Diego metió El Gol a los ingleses. Hasta ayer, día fatídico para la selección. Desde anoche, el día en que se superaron todos los malos farios. El de los cuartos. También el de los penaltis. Y hasta el de que Italia siempre se salga con la suya.
España está en semifinales. Allí se encontrará con un viejo, conocido y reconstruido rival. Tras la caída del muro de Berlín, la URSS se desmembró. Aquella selección, siempre competitiva, también sufrió las consecuencias en lo deportivo. La competitividad soviética se la tuvieron que repartir entre Rusia, Ucrania, Letonia y un largo etcétera de selecciones. Todas ellas han sido durante un largo tiempo equipos menores. Si acaso el combinado liderado por Shevchenko, que llegó hasta los cuartos en Alemania 2006, sea la única excepción, la que confirma la regla.
Tras esas dos décadas de sequía, el fútbol del este se ha ido reinventando poco a poco a sí mismo. Podría decirse que el holandés Gus Hiddink, el hombre milagro de los banquillos –llevó a Corea del Sur a las semifinales de una Copa del Mundo y a Australia a los octavos- ha sido en gran artífice. Pero no, ni mucho menos. Tras ir dando tumbos con más pena que gloria por algunas fases finales –lo más destacado sería el 6-1 ante Camerún en USA ’94, con 5 goles de Oleg Salenko, uno de los récords de la Historia de los Mundiales- el fútbol ruso ha dado con una generación excelente de futbolistas que han empezado a despuntar en el momento justo para coincidir con los nuevos talentos. Es curioso el caso de Arshavin y Zyrianov, que con 27 y 30 años respectivamente, han explotado de modo un tanto tardío para unirse así a los Bilyaletdinov (23), Zhirvov (24), Sychev (23), Anyukov (25) o Akinfeev, el meta (22). Un tanto diferente es el caso de Pavlyuchenko, que con 26 años ya lleva varias temporadas destacando en el Spartak de Moscú. Y sí, sería injusto no reconocer la aportación del ex entrenador del Real Madrid con sus resolutivos sistemas tácticos y su receta para que no se cortara la mayonesa.
El partido ante Holanda -aquella que presumíamos como La Naranja Metálica- fue un recital ruso. Quizá era el partido perfecto para la resurrección de los zares. En el 88, se habían despedido de los grandes partidos precisamente ante la Holanda de Van Basten, en aquella final en el Olímpico de Munich. El fútbol de aquella Holanda era enorme. El de Rusia para meterse en la ‘semis’ de este Europeo -con Arshavin haciendo las veces de faro guía, mientras los suyos lanzaban misiles desde cualquier parte del campo a la par que combinaban para llegar al área hasta que llegó un momento en el que la Oranje sólo podía mirar- fue sublime. A estas horas, Hiddink será el villano predilecto de los Países Bajos.
Como decía, el jueves se enfrentan en las semifinales de la Eurocopa España y Rusia. “Jugamos contra los soviéticos”, dirá mi abuelo. Y es que el duelo despertará la nostalgia de los más mayores, aquellas épocas lejanas –sobretodo para los nuestros- en que ambas se enfrentaban en las grandes citas. Como la final del europeo del 64 en el Bernabéu. Ese día, una España anfitriona, llena de talento e ilusión, se medía a un combinado que contaba con Lev Yashin, el mejor portero del mundo por entonces –para muchos, con permiso de Zamora, el mejor de todos los tiempos; de hecho es el único arquero que tiene el Balón de Oro-. Desde entonces -con la final del 84 en el Parque de los Príncipes como paréntesis- España no está entre la flor y nata. Rusia, aunque hace menos, también tiene amnesia triunfal.
Seguro que el jueves, desde Villa hasta Akinfeev, de Arshavin a Casillas, pasando por Xavi o Zyrianov, habrá momentos en los que se evocará a aquella vieja rivalidad. Marcelino se acordará de su gol. Y Pereda de su centro. Y Yashin, desde algún lugar, sonreirá. Y muchos pensarán: “¡Cuánto tiempo sin vernos por aquí!”. Y el fútbol, como antaño, supurará por todos los poros.
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2 comentarios:
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