Los cristianos adoran a Jesús. Los musulmanes a Mahoma. Los budistas adulan a Buda. Y los pericos tienen a Raúl Tamudo. No importa que sea el peor lanzador de penaltis de la historia de la Liga con los números en la mano -11 fallos de 40 lanzamientos-. Tampoco que lleve sólo cinco goles en 2008. Lo realmente importante es que él inició el camino para que la entidad ganara por fin dos Copas del Rey en la era moderna abriendo el marcador en las finales de 2000 y 2006. Importa también que él tuviera la testosterona suficiente como para arrebatarle un Liga al máximo rival marcando dos goles en el Camp Nou y besando el escudo con el mismo sentimiento que los devotos besan a su virgen. En definitiva, entre muchas otras gestas, importa que él sea el máximo goleador de la historia del Real Club Deportivo Espanyol de Barcelona.
Corría el 70’ de partido entre el Espanyol y el Numancia en el Lluís Companys y el árbitro, persuadido por la ratonería del capitán blanquiazul, pitaba penalti a favor de los locales. En ese momento, un par de aficionados, que debieron recordar el mal fario que persigue a Tamudo en los últimos tiempos desde el punto fatídico –el último error, hace dos semanas frente a Osasuna-, pronunciaron tímidamente: Luis, que lo tire Luis –por Luis García-. En ese momento, quizá por percibir tal osadía, la Curva Jove y Montjuïc entero empezó a corear el nombre de su capitán: no importaba que lo volviese a fallar, sólo que lo tirara, que no los dejara solos. Y claro, Raúl, ya tenía por aquel entonces la pelota en la mano y se disponía a colocarla en el punto fatídico. El disparo, claro, entró.
El Espanyol se ponía por delante en el marcador: 3-2. Está claro que el cierto centralismo que invade este país hace que los equipos de la capital sean los más seguidos y de los que más información se proyecta al resto del país. Eso provoca que a veces se monte más revuelo por una derrota del Getafe que por la de un histórico como los barceloneses. O que el apodo de ‘pupas’ sea siempre para el Atlético. Sabida es la tradicional desgracia colchonera, pero por lo menos en el Manzanares pueden tirar de talonario.
Se nota que pocos medios nacionales siguen al Espanyol, un equipo capaz de subir al cielo y de bajar a las catacumbas en segundos. Un equipo capaz de golear al súper Sevilla de Juande Ramos por 5-0 el mismo año que los nervionenses ganaron su primera UEFA frente al Middlesborough y de ganar una Copa para unas semanas más tarde eludir el descenso en la última jugada del campeonato. Un equipo capaz de acabar la primera vuelta de la 07-08 en puestos Champions y que acabó el curso a tres puntos de la quema. Un equipo que esta tarde, tras remontar por dos veces el marcador, ha perdido un partido que tenía ganado en poco más de cinco minutos contra un rival que no había sumado un solo punto fuera de su estadio. Un rival que le ha endosado cuatro goles con tres ocasiones y media.
Hoy he tenido la suerte de estar en Montjuïc invitado por un amigo –perico él-. Con el definitivo gol de Bellvís en el 93’, se ha levantado con media sonrisa y se ha marchado. Como si ya hubiera vivido eso antes. Como si lo viviera cada fin de semana. Con resignación. Hasta con ironía. Y es que, la verdad sea dicha, ser perico es más que una afición. Como indica uno de sus lemas, es más que sentimiento. Es una religión. Y siempre les quedará su Dios. Tamudios.
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Corría el 70’ de partido entre el Espanyol y el Numancia en el Lluís Companys y el árbitro, persuadido por la ratonería del capitán blanquiazul, pitaba penalti a favor de los locales. En ese momento, un par de aficionados, que debieron recordar el mal fario que persigue a Tamudo en los últimos tiempos desde el punto fatídico –el último error, hace dos semanas frente a Osasuna-, pronunciaron tímidamente: Luis, que lo tire Luis –por Luis García-. En ese momento, quizá por percibir tal osadía, la Curva Jove y Montjuïc entero empezó a corear el nombre de su capitán: no importaba que lo volviese a fallar, sólo que lo tirara, que no los dejara solos. Y claro, Raúl, ya tenía por aquel entonces la pelota en la mano y se disponía a colocarla en el punto fatídico. El disparo, claro, entró.
El Espanyol se ponía por delante en el marcador: 3-2. Está claro que el cierto centralismo que invade este país hace que los equipos de la capital sean los más seguidos y de los que más información se proyecta al resto del país. Eso provoca que a veces se monte más revuelo por una derrota del Getafe que por la de un histórico como los barceloneses. O que el apodo de ‘pupas’ sea siempre para el Atlético. Sabida es la tradicional desgracia colchonera, pero por lo menos en el Manzanares pueden tirar de talonario.
Se nota que pocos medios nacionales siguen al Espanyol, un equipo capaz de subir al cielo y de bajar a las catacumbas en segundos. Un equipo capaz de golear al súper Sevilla de Juande Ramos por 5-0 el mismo año que los nervionenses ganaron su primera UEFA frente al Middlesborough y de ganar una Copa para unas semanas más tarde eludir el descenso en la última jugada del campeonato. Un equipo capaz de acabar la primera vuelta de la 07-08 en puestos Champions y que acabó el curso a tres puntos de la quema. Un equipo que esta tarde, tras remontar por dos veces el marcador, ha perdido un partido que tenía ganado en poco más de cinco minutos contra un rival que no había sumado un solo punto fuera de su estadio. Un rival que le ha endosado cuatro goles con tres ocasiones y media.
Hoy he tenido la suerte de estar en Montjuïc invitado por un amigo –perico él-. Con el definitivo gol de Bellvís en el 93’, se ha levantado con media sonrisa y se ha marchado. Como si ya hubiera vivido eso antes. Como si lo viviera cada fin de semana. Con resignación. Hasta con ironía. Y es que, la verdad sea dicha, ser perico es más que una afición. Como indica uno de sus lemas, es más que sentimiento. Es una religión. Y siempre les quedará su Dios. Tamudios.
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