Quedan apenas treinta horas para la final y tengo un nudo prácticamente en cada articulación. Necesito escribir algo; no lo que siento, ya que narrar o describir lo que se siente es prácticamente imposible.
Esta mañana he adquirido lo que me faltaba para la ocasión. Ya tengo la camiseta y la bufanda, incluso tenía una bandera, pero he creído oportuno reforzar la equipación con un trapo algo más grande. En estos momentos estoy pensando en el sombrero y en el megáfono para completar la indumentaria de la victoria. Queda claro, mañana se puede ganar, también se puede perder, pero cuando un sentimiento como el barcelonista aflora tanto hay que intentar transmitirlo como se pueda o se quiera, y a mi me ha entrado la vena consumista.
Pienso mucho en los culés de verdad. En aquellos que llevan la camiseta el día después de una derrota, en el verano posterior a una mala temporada, en los que van al campo en los partidos de ida de dieciseisavos de final de Copa contra el Benidorm, en los que siempre animan, aunque sea en un Barça-Celta en la vigésima jornada del campeonato con el equipo octavo en la tabla. En los que se quedan sentados en su butaca hasta que el árbitro pita el final aunque el equipo pierda por 0-3.
Lastimosamente, nuestro club es una institución llena de instrusos. Llena de gente que se apunta al carro ganador, que siempre está cuando las cosas van bien, presumiendo de un sentimiento efímero y coincidente con el éxito. Hablo de aquellos que siempre pueden decir que han estado en el Barça-Madrid, en el Barça-Chelsea, y que luego ven como un tal Essien les marca un gol y no saben ni quien es. Mañana en el Olímpico habrá muchos de ese tipo. El otro día leía a Lluís Mascaró en la contra de Sport, y decía que llevaba toda la semana escuchando a jefecillos y altos cargos que decían: “Lluís, ¡que me voy a Roma! Oye, ¿son buenos esos del Manchester o qué?”
Ese es el verdadero problema de nuestro club. Ahí está el verdadero cáncer. La ventaja de clubes como el Espanyol o el Atleti, es que los aficionados de esos equipos no pueden ser oportunistas, ya que para serlo ya hay otros equipos como el Real Madrid o el propio Barça. Quien es perico se abona al sufrimiento, aprecia el valor de las victorias, está con los suyos en cada caída. Soy un hombre de fútbol además de culé, y lo que que aquí expongo lo sé de buena tinta porque he estado en el Lluís Companys en unas cuantas ocasiones, varias esta temporada, y lo que han sufrido los espanyolistas en estos últimos meses no está escrito. Esa sí que es una afición de verdad, del primer hincha hasta el último. Ser hincha de esos equipos es como ser culé en Madrid o madridista en Barcelona.
He de decir que no soy socio del Barça, y aún así, gracias al carnet que me facilita mi tío, voy cada temporada al estadio a ver unos 15 partidos entre Liga y Champions y siempre intento adquirir entradas para los partidos de Copa, que suelen ser siempre más baratas de lo habitual. Mañana no estaré en Roma, y tampoco he estado en ninguna otra final, ni de Champions ni de Copa. Además, me toca trabajar. A pesar de ello, sentiré la victoria o la derrota más que muchos otros que estén en Roma. La verdad es que de todos los que se hacen llamar culés, con todo lo que implica ser culé, quizá ni un 20% de los aficionados que estos días salen a la calle merecen lo que el equipo les está brindando este año.
A pesar de todo esto, mañana animaré al Barça hasta quedarme sin voz y desde donde esté, entonaré todos los cánticos para aportar mi granito de arena a la victoria final. Una vez más, Visca el Barça! Viva el Fútbol! Y sí, Fútbol empieza con mayúscula; es un nombre propio, es algo muy serio. El Barça, más todavía.
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