Cuando hace poco más de tres horas veía en directo la presentación de Juande Ramos como nuevo entrenador del Real Madrid, han venido a mi cabeza diferentes personajes del mundo del fútbol. Victor Muñoz, José Mourinho, Martin Jol o Miguel Ángel Lotina, gente que como Juande Ramos pasa en el paro menos tiempo que el caldo en la mesa el día de Navidad. Tipos que por una etapa gloriosa, por una trayectoria respetable, o por tener un prestigio en los países donde han entrenado, siempre tienen ofertas encima de la mesa.
Por otro lado, resulta extraño que otros como Irureta o Camacho tarden o hayan tardado tanto en encontrar trabajo. Su experiencia, trayectoria y compromiso están fuera de toda duda, como las de los anteriores, pero unos pasan en la nevera más tiempos que otros. Puede que el quid de la cuestión esté en ese concepto que ha aparecido en los últimos años: lo mediático. Antes sabíamos que los futbolistas podían ser estrellas de la televisión e incluso hacer sus pinitos en el cine después de salir de la cancha. Pero por lo que parece, con los entrenadores sucede lo mismo.
Mucho se ha hablado –y se hablará siempre- del Sevilla de Juande Ramos. Esa etapa fue la que le llevó al éxito, tras buenos papeles como los desempeñados en el otro bando de la ciudad o en Vallecas y algunos más infaustos como su paso por el Espanyol o su descenso a Segunda B con el filial del Barça. Los nervionenes basaban su juego en dos bandas que eran dos espadas punzantes con Alves y Navas –también Sergio Ramos durante una época- en la derecha y Adriano y Capel –y el malogrado Puerta- en la izquierda. A eso unían una magnífica manija del equipo –hombres como Martí, Poulsen o Maresca llevaron el volante del equipo no sólo con buena brújula, también con poderío físico- y delanteros que siempre hacían goles –Kanouté, Luis Fabiano, Baptista o Kerzhakov-. Ese Sevilla ganó dos Copas de la UEFA, una Copa del Rey y dos Supercopas, la de España y la de Europa. Juande se erigió entonces como el técnico maravilla del fútbol europeo, junto a Benítez, Mourinho o Rijkaard. El caso es que el proyecto que lleva a un equipo de la segunda división hasta la cima no se construye en dos años, y poca gente se acordó de Joaquín Caparrós entonces. Jokin siempre ha sido tildado de follonero y amarrategui, pero su pasión y gusto por el buen fútbol siempre estarán fuera de toda duda para un servidor. Quizá sólo le falte ser mediático.
Pocos tuvieron conciencia de que el utrerano empezó a construir el castillo allá por 2001 cuando el equipo intentaba volver a la elite, introduciendo, entre otras cosas, el juego por las bandas como pierda angular del sistema de juego. En 2005, decidió coger las maletas y marcharse a La Coruña, dejando todo preparado para el éxito, como cuando nuestra madre nos cocina un delicioso asado y nos deja una botella de buen vino, se marcha al cine con papá y nos cede la casa para cenemos a solas con nuestra chica. El éxito, aunque también suyo, es a nosotros a quien más nos resulta. Eso le pasó a Caparrós, que hizo de mamá, y a Juande, que hizo de hijo. El Sevilla era el asado.
El último éxito en forma de títulos antes marcharse a las Islas fue la Supercopa de España, con la que le dio una movidita bienvenida a Bernd Schuster, al que ahora releva. En la Premier, Juande cogió un equipo que se hundía en el fondo de la tabla, puso a cada pieza en su lugar, y aún pudo alcanzar la clasificación para la UEFA y lograr otro título, la Carling Cup. Eso sí, cuando ha intentado construir un equipo que sea su imagen y semejanza en el campo, la cosa no le ha ido tan bien. Quizá por falta de tiempo, quizá porque una cosa es aplicar y otra crear.
El Tottenham no tuvo mucha paciencia con el manchego -tampoco sus jugadores-. Quizá sea por algo. Pero ahora otro coloso vuelve a apostar por él. Nada menos que el Madrid. La cosa empieza fuerte. El próximo fin de semana, visita al Camp Nou. Todo o nada. No será fácil para Juande, sobretodo porque ese juego de bandas con el que triunfó en Hispalis no será tal con los de Chamartín, por lo menos hasta que el Madrid fiche a un especialista para la diestra.
Y Schuster, de momento, al paro. Aunque atentos. Él es otro de esos tipos con cartel. Sí quiere, el paro le durará poco, seguro que menos que el finiquito.
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Por otro lado, resulta extraño que otros como Irureta o Camacho tarden o hayan tardado tanto en encontrar trabajo. Su experiencia, trayectoria y compromiso están fuera de toda duda, como las de los anteriores, pero unos pasan en la nevera más tiempos que otros. Puede que el quid de la cuestión esté en ese concepto que ha aparecido en los últimos años: lo mediático. Antes sabíamos que los futbolistas podían ser estrellas de la televisión e incluso hacer sus pinitos en el cine después de salir de la cancha. Pero por lo que parece, con los entrenadores sucede lo mismo.
Mucho se ha hablado –y se hablará siempre- del Sevilla de Juande Ramos. Esa etapa fue la que le llevó al éxito, tras buenos papeles como los desempeñados en el otro bando de la ciudad o en Vallecas y algunos más infaustos como su paso por el Espanyol o su descenso a Segunda B con el filial del Barça. Los nervionenes basaban su juego en dos bandas que eran dos espadas punzantes con Alves y Navas –también Sergio Ramos durante una época- en la derecha y Adriano y Capel –y el malogrado Puerta- en la izquierda. A eso unían una magnífica manija del equipo –hombres como Martí, Poulsen o Maresca llevaron el volante del equipo no sólo con buena brújula, también con poderío físico- y delanteros que siempre hacían goles –Kanouté, Luis Fabiano, Baptista o Kerzhakov-. Ese Sevilla ganó dos Copas de la UEFA, una Copa del Rey y dos Supercopas, la de España y la de Europa. Juande se erigió entonces como el técnico maravilla del fútbol europeo, junto a Benítez, Mourinho o Rijkaard. El caso es que el proyecto que lleva a un equipo de la segunda división hasta la cima no se construye en dos años, y poca gente se acordó de Joaquín Caparrós entonces. Jokin siempre ha sido tildado de follonero y amarrategui, pero su pasión y gusto por el buen fútbol siempre estarán fuera de toda duda para un servidor. Quizá sólo le falte ser mediático.
Pocos tuvieron conciencia de que el utrerano empezó a construir el castillo allá por 2001 cuando el equipo intentaba volver a la elite, introduciendo, entre otras cosas, el juego por las bandas como pierda angular del sistema de juego. En 2005, decidió coger las maletas y marcharse a La Coruña, dejando todo preparado para el éxito, como cuando nuestra madre nos cocina un delicioso asado y nos deja una botella de buen vino, se marcha al cine con papá y nos cede la casa para cenemos a solas con nuestra chica. El éxito, aunque también suyo, es a nosotros a quien más nos resulta. Eso le pasó a Caparrós, que hizo de mamá, y a Juande, que hizo de hijo. El Sevilla era el asado.
El último éxito en forma de títulos antes marcharse a las Islas fue la Supercopa de España, con la que le dio una movidita bienvenida a Bernd Schuster, al que ahora releva. En la Premier, Juande cogió un equipo que se hundía en el fondo de la tabla, puso a cada pieza en su lugar, y aún pudo alcanzar la clasificación para la UEFA y lograr otro título, la Carling Cup. Eso sí, cuando ha intentado construir un equipo que sea su imagen y semejanza en el campo, la cosa no le ha ido tan bien. Quizá por falta de tiempo, quizá porque una cosa es aplicar y otra crear.
El Tottenham no tuvo mucha paciencia con el manchego -tampoco sus jugadores-. Quizá sea por algo. Pero ahora otro coloso vuelve a apostar por él. Nada menos que el Madrid. La cosa empieza fuerte. El próximo fin de semana, visita al Camp Nou. Todo o nada. No será fácil para Juande, sobretodo porque ese juego de bandas con el que triunfó en Hispalis no será tal con los de Chamartín, por lo menos hasta que el Madrid fiche a un especialista para la diestra.
Y Schuster, de momento, al paro. Aunque atentos. Él es otro de esos tipos con cartel. Sí quiere, el paro le durará poco, seguro que menos que el finiquito.
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