Avanza España hasta la final de la Eurocopa tras deshacerse de Portugal en la suerte de los penaltis, en un partido equilibrado al máximo, donde las defensas se impusieron a los ataques excepto en la prórroga, cuando la Roja sí hizo méritos para desnivelar el choque.
Portugal se comportó como una firme candidata al título de principio a fin, cimentada en la solidez infinita de Pepe, sostenida por su trío de mediocentros, y afilada por ambos extremos con Nani y Cristiano.
No fue un partido vistoso ni de grandes ocasiones, pero sí de emociones fuertes; todas ellas acordes al calado de la cita. Del Bosque apostó por introducir un único cambio en el once: Negredo por Cesc; un intento por fijar a los centrales lusos, dos auténticos menires. La apuesta no terminó de funcionar. España solo se ganó dos tiros francos en la primera parte: uno de Arbeloa en el minuto 8 y otro de Iniesta en el '28. Ambos tiros se perdieron por encima del larguero.
Las ocasiones más claras para la Roja no llegarían hasta la prórroga, momento en que el once de Del Bosque consiguió voltear el campo. Iniesta tuvo el partido en la primera parte del tiempo añadido, tras una irrupción portentosa de Jordi Alba por la izquierda. Rui Patricio se sacó de encima el remate, en una demostración de reflejos. El guardemeta luso también reaccionó de fábula a un tiro raso de Navas. Fue la última acometida de España, que no fue la de las grandes noches, pero que se mostró infranqueable de mediocampo hacia atrás, en buena parte gracias a su pareja de centrales; la mejor del torneo sin atisbo de duda.
Arbeloa aplicó masilla en su banda, mientras que Alba (nuevo jugador de Barça) volvió a exhibirse en la izquierda. Alonso y Busquets compartieron parterre. Ambos son innegociables para un Del Bosque que duerme más tranquilo con el doble pivote. El de Badia, ojo derecho del salmantino, volvió a completar un encuentro extraordinario. Jamás se despoja del chaqué. Por más que se embarre el jardín.
El seleccionador español cambió el escenario de mediocampo en adelante en el transcurso de la segunda parte, dando entrada a Fábregas por Negredo, Navas por Silva y Pedro por Xavi. Cesc se incrustó por delante de los mediocentros con un éxito rotundo, ofreciendo siempre una línea de pase. Pedro aportó el voltaje habitual por la izquierda, complicándole la vida en cada acción a Joao Pereira. No puede decirse lo mismo de Navas, en quien Del Bosque confía ciegamente, pero que no desbordó a Coentrao por más que lo intentó.
El partido se consumía inexorablemente, con una España que apuraba sus opciones, y una Portugal que a punto estuvo de cazar el gol definitivo en una contra mortal.
La prórroga cambió el panorama. La Roja se reordenó entorno a Iniesta, y encontró carbón en la banda de Alba. El partido se rompió en favor de la Selección, que buscó con ahínco el tanto que la eximiera de los penaltis. España no es el tipo de equipo que especula con el resultado. Solo sabe ir a ganar. Ha mutado su metabolismo. La ruleta de los once metros fue la constatación de que atraviesa por un momento histórico y dulce. Casillas descolgó sus alas, Iniesta anotó sin alterar el pulsómetro, los dos centrales lucieron galones (queda para el recuerdo la panenka de Ramos) y Fábregas coronó el ejercicio, como ya hiciera en 2008 frente a Italia en cuartos de final.
Dos años después de asombrar al mundo, España se cita con Europa en un contexto de profunda crisis económica, inversamente proporcional a su auge deportivo, pues disputará su tercera final consecutiva. Todo un hito, solo al alcance de las combinados más grandes. Nadie ha encadenado antes la serie Eurocopa-Mundial-Eurocopa. España está en condiciones de hacerlo. Las apuestas dicen que se jugará el trofeo con el motor económico del continente: la Alemania de Joachim Löw. Pero la Italia de Pirlo y Buffon, la tapada del torneo, se batirá el cobre hasta el pitido final.
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