Por Cristian Naranjo
¿Es posible que un equipo, acumulando el 75% de posesión, lanzando once córners, rematando trece veces a puerta y generando al menos tres ocasiones francas de gol, pueda perder el partido en su propio estadio? Sí, es posible. Ha sucedido esta noche, en la calle Arístides Maillol. Qué gran invento esto del fútbol cuando se revela a las leyes de la lógica. El Rubin Kazan, un neófito en Europa, ha sido capaz de hipotecarle la competición al Barcelona de forma justa, limpia y sorprendente. Con apenas cuatro cáñamos, pocas veces un equipo había logrado tanto con tan poco en el Camp Nou, donde algo huele a óxido más que a gasolina. En mitad de un ambiente gélido y lánguido el conjunto ruso se sintió como en casa, demostrando tener aprendido el temario. Salió a replegarse sin renunciar al gol y lo encontró antes de empezar. Primer fallo garrafal del Barcelona y primer golpe a Valdés: incontestable, violento y directo a la sien. Hay quien dirá que fue un disparo fortuito, de pura casualidad. No fue así. Por desconocido que sea, Ryazantsev reventó la puerta con un obús inteligente, perfecto, fruto de un golpeo intencionado, plástico y soberbio. El 0-1 propició el escenario ideal para el Rubin, que se ganó en dos minutos el oxígeno de cuarenta y cinco. Al Barça no le quedó otra que jugar como menos le gusta: a contrapelo.De los últimos encuentros azulgranas uno extrae que quizá sea hora de revisar el mito de las bandas cambiadas. Con noventa minutos por delante, los de Guardiola volvieron a atascarse como en Mónaco, Getafe, San Siro, Valencia y también en el Camp Nou frente a Sporting, Dinamo y, sobre todo, Almería. Digan lo que digan los resultados, por más que el Barça siga hablando mientras todos escuchan, lo cierto es que le vienen chirriando algunos mecanismos desde el inicio de curso. Da la sensación que cada rival, aprovechando apuntes en limpio del anterior, le complica un poco más la existencia. No hay nada más excitante que batir al campeón. Fue el caso del equipo de Berdiýew, que mejoró el ejercicio del resto porque se adelantó en el marcador, algo que nadie conseguía desde el Chelsea en Stamford Bridge. Debe Guardiola mirarse a la cara y comenzar a plantearse cosas, porque a este paso Pedro y Messi van a montar una factoría de embudos.
Tras el descanso hubo un atisbo de redención por parte de los culés, que encontraron por fin al gigante cíngaro bajo el tablero. Con una nueva acción de fuoriclasse ─sale a tres por partido─, Ibrahimović engrasó ligeramente la máquina, que comenzó a mejorar por inercia, así como por la fatiga y las dudas del Rubin. A lomos de Touré Yaya, el mejor esta noche por diferencia abrumadora, el Barça se desplegó tanto como pudo. Insistió en la basculación típica del balonmano, tratando de imprimirle velocidad al cuero, esperando el haz de luz, ese resquicio en la cueva, que no iba a llegar. Más bien al contrario. Rebasado el 70', en otra pérdida imperdonable, el 'Chori' Domínguez salió de la mazmorra y habilitó con precisión a Karadeniz, que iba en botas de siete leguas en comparación con Márquez. Sigue cayendo en barrena el mejicano, cuya mixtura con Piqué es temeraria en Europa debido al perfil de ambos. Ni siquiera Guardiola, siempre alerta como un controlador aéreo, podía prever que echaría en falta la electricidad de Puyol, imprescindible en los duelos definitivos. Porque si bien quedan tres partidos, el Barcelona se ha hipotecado sin saber cómo. Viendo la situación del grupo los tres serán de resultado incierto y a cara de perro. La Liga de Campeones no concede descuidos y los de Guardiola ya han tropezado. Ir a Kazan, recibir a un Inter necesitado, con Eto'o al mando, y acabar en la sombría Kiev es como tener el calendario lleno de cardos. Algo huele a óxido en el Camp Nou, cuyo equipo ha perdido duende, lo han abandonado las musas e incluso ese puntito de suerte que todo campeón necesita.
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