lunes, 16 de junio de 2008

Y Turquía sigue creyendo

Por Albert Valor

Hace unos días hablaba con unos amigos de la alarmante falta de goles, emoción y buen fútbol en esta Euro’08. Hoy me tengo que callar. Es posible que, más allá de los buenos momentos que nos han regalado Portugal, Holanda y España, haya visto, concentrado en 20 minutos, todo lo que no he visto durante toda la temporada; la porción de fútbol más pura en lo que llevamos de Eurocopa. Turquía, que se veía en la calle, ha apelado a la pasión que lleva su gentilicio para dejar fuera a los checos a base de ímpetu, fe y calidad, sobre todo la de un Nihat que se iba a ir de vacaciones con más pena que gloria y que se ha convertido en héroe en 3 minutos. Empieza a ser el del Villarreal.

Teniendo a sus órdenes a una de las peores defensas del campeonato, Fatih Terim habrá pensado que ya daba igual perder por 2 que por 4 y ha lanzado a sus chicos al ataque quemando todas las naves. En estos últimos minutos hemos vivido de todo. Fútbol en estado puro: errores de bulto, golazos, destellos de calidad, detalles feos ―como el de Demirel con Koller― y sobre todo, la pasión con la que 22 jabatos, 11 por cada bando, defendían a su patria con el cuchillo entre los dientes. Eso que quizá le falte a España.

El partido se ha decidido, no obstante, por un simple detalle: la creencia en uno mismo. En este caso la creencia de un equipo, de todo un país que vive el fútbol como una religión, en sí mismo. Allá por el minuto 60 Plasil anotaba, tras una triangulación perfecta de los centroeuropeos, el 0-2. Koller había hecho el primero antes del descanso. Los checos ya se veían en cuartos e incluso Polak pudo finiquitar el encuentro, pero su disparo pegó en la madera. Aún así, Turquía seguía creyendo. Un cuarto de hora después, Arda Turan, uno de los tapados del torneo y que ya fue héroe hace 4 días frente a Suiza, recortaba distancias. Los checos se echaban entonces atrás para contener los ataques otomanos. Turquía, por su parte, seguía creyendo. A los 88’, Nihat, tras un error garrafal del gran Cech, empataba el partido. Las radios y las televisiones de medio mundo ya anunciaban los morbosos penaltis, los primeros en la historia de una Eurocopa en su primera fase. Cech pensaba ya en redimirse con los 11 metros mediante y algunos de los jugones checos ya veían inevitable emular a su gran antepasado futbolístico, Antonín Panenka, para salvar los muebles. Pero Turquía seguía creyendo. No le bastaba con haber forzado los penaltis. Y tan grande fue el corazón de los turcos, que al final Nihat la rompió en un mano a mano con el meta del Chelsea, resuelto de forma inapelable.

Fue entonces cuando Chequia, un tanto superada por los acontecimientos, se lanzó al ataque para volver a igualar la balanza, la del electrónico y la psicológica. Pero ya era demasiado tarde. Turquía había creído demasiado como para venirse abajo. Tanto, que a Volkan no le importó tocarle la cara a Koller para dejar a los suyos con diez, y a Tuncay rezando bajo los palos de improvisado cancerbero. Un minuto después, se confirmaba la hombrada. Después de creer hasta el final, Turquía alcanzó los cuartos y la gloria del que nunca desfallece. La República Checa, un buen conjunto pero que ha sido algo rácano en este europeo, se va a casa porque le faltó tesón y le sobró conformismo en los minutos decisivos.

El buen fútbol es como la pasión, siempre vuelve a nuestras vidas. Y hoy toda Turquía, el final de Europa o el principio de Asia, empezando por Nihat y acabando por Volkan, pasando por Fatih Terim o por los que estaban en la grada, todos, nos lo han demostrado. Ahora les espera Croacia, una selección que, con el toque rockero de su entrenador Slaven Bilic, juega ―y lucha― los 90 minutos. Pero Turquía sigue creyendo.

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