miércoles, 9 de julio de 2008

4-3-3: vida, muerte y… ¿resurrección?

Por Cristian Naranjo


Mucho se podría discutir sobre la importancia de un esquema de juego en la consecución de éxitos futbolísticos. Lo que parece innegable es que el sistema de un equipo viene a ser su seña de identidad, su propuesta, su idea de entender el juego… su ADN. Aún resuenan los ecos del triunfo de la selección, conseguido merced a un centro del campo versátil y abundante en cantidad y calidad. En clave azulgrana, el súper ofensivo 3-4-3 de Cruyff dio paso al 4-3-3 de Van Gaal tras pasar por la fugaz etapa de Robson –intachable, por cierto–. De la mano de Rivaldo y Figo, Van Gaal ganó dos Ligas de forma impecable, pero la fragilidad defensiva le condenó en Europa. Tras cuatro temporadas en blanco, Rijkaard recogió el testigo holandés en el banquillo y reinstauró el 4-3-3. Con él ganó dos Ligas y una Champions y lo mantuvo inalterable los dos últimos años salvo con alguna excepción –Copa del Rey 2006-07: Zaragoza-Barça, cuando superó el cruce de cuartos sorprendiendo con un 3-4-3–.

Hoy por hoy, nadie puede obviar la sensación de que todos los equipos que se enfrentan al Barça saben con qué se van a encontrar: gran porcentaje de posesión de balón y constantes ataques posicionales a partir del tridente ofensivo. Es un sistema que dejó de funcionar tan pronto como se fundieron sus estrellas. Cuando Ronaldinho exhibía sus dotes de caballo árabe y Eto’o era lo más parecido a un puñal afilado y bruñido, ese Barça sí tenía sentido. Tal era la grandeza de sus delanteros, que Messi, el pequeño Diego, pudo desarrollarse con calma a la inmensa sombra que proyectaban.

Aquel maravilloso 4-3-3 dispuesto por Rijkaard, que parecía destinado a completar una era dorada, falleció en París dejando únicamente a Messi en el testamento. Ronaldinho era tres años mayor que a su llegada y su nula autoexigencia comenzó a pasarle factura sin que nadie del club dijera ni pío. Eto’o, inconformista y combativo por naturaleza, sufrió el lastre de las lesiones y perdió un punto de fiabilidad. Deco, hasta entonces un mariscal en la zona ancha, se contagió por contacto de ambos males y firmó dos temporadas para olvidar. Por su parte, Laporta y Txiki tuvieron dos veranos para detectar el virus y aplicarle antídoto. No lo hicieron. Su respuesta consistió en fichar campeones del mundo: Thuram, Zambrotta, Henry... Sorprendentemente ninguno aportó nada. El equipo inició un proceso autodestructivo para finalmente morir matando: Rijkaard despedido, Deco regalado, Eto’o sentenciado y Ronaldinho cogiendo quilos a su antojo.

Señalados los culpables comenzó el cambio de pósters en el vestuario. Guardiola por Rijkaard, Keyta por Deco, Alves por Zambrotta; parece que Adebayor por Eto’o y Hleb por Ronaldinho. Un cambio de aires a ventanal abierto, como si todo fuera a recuperar su orden primigenio a partir de un simple trueque de alfiles. Algo más tiene que cambiar en el club además de los nombres. Aficionados y periodistas se preguntan el porqué del derrumbe físico de jugadores como Zambrotta o Abidal, auténticos atletas a su llegada e irreconocibles meses después. Es vox populi que en los grandes de España se entrena poco y mal. Aves de paso como Giuly o Cassano lo corroboran desde Italia.

Mejorar la preparación física no va a ser el único reto de Guardiola. Tiene que idear nuevos mecanismos que doten al Barça de la pegada perdida. Por ahora todo apunta a su intención por mantener el 4-3-3, con un mediocampo fortalecido por la presencia africana, dos extremos dinámicos –Messi y Hleb– y un delantero de amplio repertorio capaz de servir y definir con la misma solvencia –Adebayor–. El once tipo que se empieza a definir arroja dudas de todas las líneas. Alves se ha convertido en Sevilla en un lateral portentoso: incansable, rápido, seguro defensivamente, generoso en esfuerzos, de gran calidad, recorrido y profundidad en ataque. Un corazón auxiliar bombeando en la banda, vamos. ¿Será capaz de mantener ese nivel en Barcelona? ¿Recuperará Abidal el tono físico hasta alcanzar un rendimiento decente? ¿O le ganará Sylvinho el puesto una vez más? ¿Confía Guardiola en Touré como muro de contención o piensa más en Márquez para ese puesto? ¿Qué papel va a tener Iniesta en un equipo superpoblado de extranjería? ¿Es Adebayor el delantero idóneo para la causa? ¿Le encontrará Guardiola utilidad a Henry? Son preguntas que surgen por sí mismas a tenor de lo sucedido en el último bienio. Las respuestas, a partir de agosto en la previa de la Champions.

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jueves, 3 de julio de 2008

Bienvenido, Míster Fútbol

Por Albert Valor

El fútbol ha vuelto. El del bueno, para ser más exactos. Lo dábamos por muerto tras años de sopor con pequeños oasis en el desierto. Entre Capello, Mourinho y Benítez nos habían empezado a hacer creer que ahora lo que se llevaba era el choque, los achiques, el sacar provecho de los fallos ajenos. Unos ganaban Ligas, otros Copas de Europa; incluso combinaban ambas. Si a eso unimos que en los grandes torneos de selecciones de los últimos años, Grecia en 2004 e Italia en 2006 habían salido victoriosas con sus rácanas propuestas, las previsiones para esta Eurocopa no eran muy halagüeñas. Incluso Brasil ganó la final del Mundial 2002 ante Alemania el día en que Brasil jugó como Alemania y Alemania jugó como Brasil.

Todos estos precedentes empezaron a crear un estilo a nivel internacional, y en el fútbol europeo de hoy en día proliferan los sistemas con 5 centrocampistas y un solo delantero y son más bien escasos los equipos que se salen de este guión. En este último lustro, me pasan por la cabeza únicamente tres propuestas de fútbol atractivo a gran nivel: el Barça de Rijkaard que maravilló a Europa, el Olympique de Lyon que se quedaba cada año a las puertas de llegar a los partidos importantes y la Roma de Spalletti, que casi por accidente dio con un sucedáneo de fútbol total, un 4-6-0 en que todos sus centrocampistas podían convertirse en delanteros; la apuesta más bonita del Calcio. También podríamos destacar estilos como el del Getafe o el del Nancy, pero están en otro escalón.

Y entonces llegó la Euro ’08. Tras dos días de competición –en los que también podríamos incluir el Francia-Rumanía de la tercera jornada- en los que sólo destacaron los 25 minutos finales de Portugal ante Turquía, nos temíamos lo peor. Equipos como Suiza, Austria o Polonia ponían atrevimiento sobre la cancha, pero los puntos eran para otros. Pero entonces, cuando menos lo esperábamos, el fútbol resucitó. Primero fue Holanda, que le recordó a Italia que si quería volver a subir a lo más alto, no sería precisamente con catenaccio, y luego España, con esa mezcla entre tiqui-taca y contras perfectas. A partir de ahí, el espectáculo ya no se olvidó de nosotros. El primer beneficiado fue el espectador. El segundo, esta España mía, esta España nuestra. Decían que nos faltaba músculo, altura, mala leche. Pero el torneo que vio renacer al fútbol se olvidó de todos esos conceptos, tan arcaicos ellos. No podía haber otro campeón. Nadie apostó por los conceptos más básicos y románticos del balompié que nuestra selección. La campeona en 2004 vio que su propuesta ya había caducado, y los suplentes de España se encargaron de recordarles a los helenos que ese tipo de fútbol no les serviría para sumar ni un punto. Luego le tocó comprobarlo a Italia, que casi se sale con la suya. Pero la lotería tuvo esta vez conciencia y se acordó de los que más lo merecían. A partir de ahí, desatados por la superación de complejos que ya parecían históricos, los chicos de Luis entendieron que el título les pertenecía. Y el título entendió también que pertenecía a esos locos bajitos.

Ahora haremos un paréntesis y hablaremos de los otros equipos que también dieron rienda suelta a la fantasía hasta las semifinales. Porque está bien claro, a partir de la penúltima ronda el único equipo que existió fue la Roja –con permiso del Alemania-Turquía, más que nada porque Xavi y Cía no estaban sobre el césped-.

Tras España; Rusia, Holanda, Croacia, y Portugal, Turquía y Alemania en algunas fases, han sido los otros equipos que han entendido que el enfermo debía recuperarse. Los de Hiddink han sido, sin duda, la sorpresa del torneo. Tuvieron la desgracia de enfrentarse dos veces a España –donde sumaron sus dos únicas derrotas- pero en el resto de sus partidos, con el balón en su poder se comieron a sus rivales. Tras dejar destellos en la primera fase, la exhibición llegó en cuartos ante Holanda. Se habla mucho de la prórroga en la que Arshavin destrozó a la Oranje con dos cuchillazos sobre mantequilla neerlandesa, pero lo cierto es que el tiempo reglamentario ya fue todo un recital. Al final, la inexperiencia les costó el empate cuando se cumplía el tiempo, pero el partido podría haber acabado tranquilamente 1-3 sin prórroga. Junto al pequeño Joker, Pavlyuchenko, Zhirkov, Zyrianov, Torbinski o Saenko, se encargaron de poner al balompié del este de nuevo en el mapa.

Holanda quedó eliminada ese día, pero lo cierto es que durante la primera fase dio realmente miedo. Además de jugar de manera vistosa, con una gran contención y unos contragolpes de manual en el que salía a relucir la calidad de hombres como Sneijder, Robben, Van Persie o Van der Vaart, el gran aval de los de Van Basten fue la manera que tuvieron de machacar a Italia y Francia, campeona y subcampeona del mundo respectivamente. Quizá fue aquí cuando se vio que algo empezaba a cambiar para el fútbol amarrategui.

Hablemos ahora de Croacia. Los balcánicos eran junto a Rusia, uno de los combinados que apuntaba a tapado en el torneo. Y lo cierto es que en la primera fase empezaron intimidar. Primero ganaron a Austria con algo de suerte, pero en la segunda jornada, ante Alemania, sacaron el rodillo. Guiados por un genial Luka Modric, que dominaba el centro del campo a su antojo, y escoltado por hombres como Rakitic, Pranjic –izquierda-, Srna o Corluka –derecha- en las bandas, los de Bilic borraron a la Mannschaft del campo. Sin duda, su mejor partido en esta Euro. Incluso ya clasificados, con un once plagado de suplentes, tuvimos tiempo de ver a jugadores como Vukojevic o Klasnic. A cuartos con 3 de 3. Pero llegó Turquía y les demostró que creer es poder.

Turquía. Menudo equipo. Puso la magia al campeonato y fue capaz de lo mejor y de lo peor: remontadas, coraje y golazos combinados con errores imperdonables y detalles feos. En el primer partido, no ofrecieron nada, y Portugal acabó pasándoles por encima. En el segundo, estaban eliminados al descanso. Y ahí empezaron a forjar la leyenda. Tras la reanudación, sin ser superiores a los suizos, acabaron ganando por casta con goles de Senturk y Arda Turan, postrero este último. En el tercero se lo jugaban todo ante Chequia. Si ganaban, a cuartos. Si perdían, a casa. Y si empataban, penaltis por primera vez en una liguilla. Tras ir perdiendo 0-2 a un cuarto de hora para el final, acabaron volteando el marcador en un partido que ya está en la Historia Contemporánea del Fútbol. Pero aquí no acabaron los milagros. En cuartos, contra Croacia, se llegó al 28’ de la prórroga con empate a 0. La selección ajedrezada marcó entonces. Cuando los croatas ya se veía en ‘semis’, llegó el empate turco. En ese momento, los de Terim debían creerse ya invencibles, y los penaltis premiaron su fe. Pero en la siguiente ronda ante Alemania, con una alineación plagada de suplentes por las numerosas bajas, tras conseguir el empate a 4’ del final, Lahm acabó con el sueño. Lo sigo pensando, si Turquía se hubiera plantado en la final, todo podría haber pasado. Habiendo llegado a la orilla tras nadar tantas veces a contracorriente, su autoestima hubiese estado por las nubes.

Llega el turno de citar a Portugal. Los lusos llegaron como favoritos al triunfo final, más aún después de ser los primeros en clasificarse para cuartos. Ganaron con suficiencia los dos primeros partidos, en los que vimos a un Deco sublime y a un Pepe que sigue su carrera hacia la cima, mientras Cristiano mostró la misma línea que durante la temporada de clubes. Pero en cuartos se derrumbó el castillo de ilusiones. Alemania se les plantó enfrente. Con su fútbol de siempre, basado en un par de puñetazos sobre la mesa y en aprovechar otros tantos errores del rival, selló la eliminación portuguesa. La verdad es que la falta de un ‘9’ y de un arquero de garantías, así como el afán de protagonismo de Cristiano en los momentos clave, acabaron de hundir el barco. En la hora de la verdad, Deco se quedó solo ante en peligro.

Si hablamos de Alemania poco más hay que añadir, porque hablando de sus víctimas hacia la final –Portugal y Turquía- ya hemos cantado sus excelencias. En la primera fase aburrieron bastante, y ganaron a Polonia y Austria basándose en su oficio y en la falta de éste en su oponente. Su mejor partido fue en cuartos, donde llegaron como víctimas, un papel en el que son trucha en el río. Jugando su mejor media hora del torneo, se pusieron 0-2 e hirieron de muerte a los de Scolari. En ‘semis’, fueron inferiores a Turquía pero, otra vez materializando las llegadas y rapiñando cual buitre los errores del rival, se plantaron en la final.

Otros equipos como Suiza o Austria, quizá empujados por el imperativo de ser los anfitriones, mostraron un fútbol atrevido y siempre fueron a por sus partidos, pero la falta de pegada les condenó.

Y ahora hablemos de lo que pasó a partir de las semifinales. Alemanes y turcos tuvieron la suerte de no enfrentarse a España, lo que les dio la oportunidad de jugarse un puesto en la final. Como ya sabemos, la balanza fue teutona. Y en la otra semifinal, a los rusos les llegó su propia ruleta. Tras sorprender a todo un continente, se encontraron con un revólver en la mano. El primer tiro no trajo consecuencias y la pistola pasó a la sien española, pero Pavlyuchenko se olvidó de rellenar los dos siguientes huecos del cargador. Tras una tregua, el arma volvió a Rusia, que esta vez se la puso en la frente. Quedaban tres disparos. Y como todos sabemos ya, en los tres había balas. Y las tres fueron para Rusia. Evidentemente, ahí se acabó el torneo para los orientales.

Tras una primera parte en la que las fuerzas estaban igualadas, España finiquitó a su rival en el segundo acto. Los rusos no lo sabían, pero el choque de fuerzas en la primera parte les iba a pasar factura. España quizá tampoco lo supiese, pero siguió moviendo el cuero y cansando a su rival hasta que rompió el cántaro. Tras abrir la lata, lo que vino después cayó por su propio peso y la tropa de Aragonés jugó los mejores minutos del torneo. Tras una exhibición y más de dos décadas, España estaba en una final. Y enamorando.

Una vez ahí, sólo quedaba esperar a que la justicia y la lógica, al servicio del buen hacer durante todo el torneo, hicieran su última acción. Y ésta llegó. No hace falta explicar el gol de Torres. Todos lo tenemos grabado en la retina y lo vemos cada noche antes de que el calor nos deje dormir. La Eurocopa castigó la falta de ambición y obsequió a los osados. Y en eso, España no tuvo rival. Ahora sólo hace falta que, por el bien del deporte rey, este estilo tenga continuidad en el futuro. De momento, celebremos su regreso. Por fin has vuelto. Ya te echábamos de menos. Bienvenido.

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martes, 1 de julio de 2008

Gracias viejo, perdona Sam

Por Albert Valor

Luis Aragonés. Desde el 29 de junio de 2008 en la historia del fútbol español. El mejor seleccionador de la historia –el que más partidos ha ganado y el que tiene un porcentaje más positivo entre victorias, empates y derrotas- y uno de los más criticados. Quizá alguna vez le critiqué, pero la única verdad es que muchas más lo defendí, creyendo en su cabezonería, postulando que uno debe ir siempre a muerte con sus ideas. Y así ha sido siempre Luis.

Primero le llovieron críticas por llevar a Raúl al Mundial, luego por dejar de convocarlo, y más recientemente por prescindir de otros pesos pesados como Guti o Joaquín. De lo que la gente no se ha dado cuenta hasta hace bien poco es que el extremo gaditano siempre hubiera querido jugar –no se puede decir lo mismo de Guti, eterno jugador número 12 en el Real Madrid hasta este último curso-, mientras que gente como Cazorla o De la Red –además de tener más proyección- esperaría su oportunidad –si es que llegaba- sin rechistar. Luego está lo de Eto’o. O lo del azul, como El Abuelo le llama haciendo gala de su peculiar sentido del humor. Samuel –del que me declaro incondicional en todos los aspectos, sería feo no admitirlo; y ¡qué error sería venderlo!- es un tipo que, para bien o para mal, dice siempre lo que le pasa por la cabeza. Y nunca ha dudado en afirmar que adora a Luis, a quien quiere como a un padre. Éste, ejerciendo de progenitor futbolístico cuando lo entrenaba en el Mallorca, bien hizo en inculcarle que como realmente se aprende en la vida es a base de ‘palos’ –a las retinas de muchos llegarán ahora las imágenes de Luis zarandeando al africano en los banquillos de la Romareda después de que este le retrajese que le hubiera sustituido-. Algo parecido ha sucedido también en esta Eurocopa con Fernando Torres, e incluso con Sergio Ramos. Por eso y por muchas otras cosas, Luis Aragonés siempre me ha parecido fiable en un banquillo.

Tras la debacle en los octavos de Alemania, todos pedían la guillotina para El Sabio. Nadie se daba cuenta del error que se podía cometer matando al cocinero cuando aun no había terminado su manjar. Un plato único, sólo comparable a concepciones del fútbol como las que tuvieron las selecciones de Brasil en el 70 y en el 82, y que no se cuece en dos días, ni siquiera en dos años. Apuesta por el fútbol de verdad, en el que corren el balón y los contrarios, no los propios jugadores. La verdeamarelha de Pelé ganó el Mundial, la de Zico se quedó en semifinales. Pero las dos ganaron, porque la verdadera victoria –y con esto estoy citando a Santiago Segurola- está en quedar en la cabeza de los aficionados, los trofeos sólo son un adorno en una vitrina.

Y eso es lo que ha conseguido Aragonés. Quedar en la memoria de todos por el juego que han desarrollado sus chicos sobre el tapete. Ese ‘tocar, tocar y tocar’ hasta que el rival caiga rendido por aburrimiento, desconcentración o mareo. El fútbol más puro de hecho. El que se juega a ras de césped con pases milimétricos y para el que hacen falta especialistas con pies de seda. Y ese tipo de jugadores sobran en España. Todos los grandes equipos han sido campeones apostando por un estilo. Normalmente por el que más definía genética futbolística. Los brasileños trasladan la samba al terreno de juego, los italianos el cerrojazo y las contras, mientras que los alemanes emulan cita tras cita a la legión cóndor. Y España siempre ha presumido de furia. Y siempre se ha preguntado porque su apuesta salía mal. Quizá porque no la llevaba en las venas. Y ese ha sido el verdadero éxito de Luis -que ha vuelto a demostrar porque le llaman El Sabio-, trasladar nuestro ADN al campo. Si somos inferiores físicamente, ¿para qué vamos a ir al choque? Aprovechemos nuestra virtud, que es tener la pelota, mimarla y darle brillo.

Y secundado por actores de lujo como Cesc, Iniesta, Silva, Alonso o Senna, Xavi ha sido el principal valedor de este patrón durante el torneo que por fin nos ha coronado. Y es en este punto, cuando después de alardear entono el Mea culpa. Yo he criticado a Xavi hasta la saciedad. ¡He criticado al -según la UEFA- mejor jugador de la mejor Eurocopa que hayan visto mis ojos! Creo haberlo criticado con razón, pues en sus últimas dos temporadas en el Barça, pese a su indiscutible visión de juego y su gran calidad en el pase, me ha parecido un jugador que abusaba del pase horizontal y que defendía poco y mal, más que nada por sus carencias físicas. Si a esto le unes que un medio del campo formado por tres jugadores, de los otros dos sólo uno –como mucho- sea una roca defensivamente, el equipo acaba haciendo aguas. Y sí, siempre le he echado la culpa a Xavi, más si he considerado que Iniesta era una versión mejorada del egarense y que por tanto no hacía falta tener dos cromos repetidos. Pero como decía, mi boca se ha ido cerrando a medida que avanzaba este mes de junio.

Xavi ha sacado su escuadra y su cartabón, su compás y su lapicero, se ha apretado los machos para defender como el que más y se ha visto ayudado por un jugador más –dos en ocasiones- que en Can Barça en su parcela del campo. Con todos estos ingredientes se ha empezado a erigir como la brújula de la Roja. A medida que ha avanzado el torneo, el barcelonista ha ido creciendo –y con él el equipo-. Y poco a poco todos hemos emulado a Andrés Montes, que al más puro estilo de Humphrey Bogart le suplicaba en el pasado Mundial: “Tócala otra vez, Sam”. Y Xavi, reencarnando a aquel músico que tocaba ante el enemigo en Casablanca, ha tocado sin miedo las mejor de sus sinfonías, enamorando a un país y reconquistando todo un continente. El de Terrassa ha demostrado que los mediocampistas que no ven puerta con regularidad también tienen cabida en el fútbol actual –aunque tampoco sería este el año para hablar de su falta de gol, en el que ha sostenido al Barça en muchos momentos y en el que abrió el camino hacia la final contra los rusos-, sobretodo si tienen guantes de seda en vez de metatarsianos y empeines.

Ahora sólo me queda pedirle a Guardiola que considere la opción de cambiar el sistema del Barça pasando de tres a cuatro centrocampistas, o bien que lo blinde con dos perros de presa no exentos de buen fútbol. Pero entonces Iniesta sólo tendría cabida en uno de los dos flancos de ataque –jugando en la posición que antaño tuvo Ronaldinho y en la que este año ha rendido a gran nivel- o en el banquillo. Y Andrés no puede mirar los partidos desde la banda. Visto lo visto, lo más inteligente sería ganar gente en la media. Precedentes hay. Y son exitosos. España ha sido campeona de Europa. Pep es inteligente, seguro elegirá una buena opción. Lo que seguro no hará será renunciar a ese estilo, un estilo que Cruyff promovió desde el banquillo y del que Guardiola fue su extensión en el césped en los gloriosos años del Dream Team. No olvidemos que el ‘toca, toca y toca’ lo ha rescatado el Sabio del Camp Nou, que con la Masia siempre ha tenido una escuela en la que proliferaban este tipo de jugadores. Primero disfrutamos de Milla, Guardiola o De la Peña. Hoy lo hacemos con Cesc, Iniesta, o el propio Xavi. Y en el futuro, seguro lo haremos con Marc Crosas.
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Llegado a este punto me hago dos preguntas, de las cuales podré –y deberé- responder una: ¿Dónde están ahora los que criticaban a Luis? Pues no lo sé ¿Y a Xavi? ¡Presente! Quien quiera pedirles perdón para redimirse de su pecado que lo haga. Mientras tanto, España seguirá feliz. Será en parte gracias a ellos. Gracias viejo. Gracias Sam. Y perdona.

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