jueves, 31 de mayo de 2012

A propósito de 'Ibi'

Por Cristian Naranjo


24 de diciembre de 2010. Tras aprovechar una oportunidad del mercado invernal, el FC Barcelona oficializaba el fichaje de Ibrahim Afellay, joven pero experimentado centrocampista holandés, con  la idea de explotar su polivalencia en ataque, amén de su conocido disparo a puerta. A sus 24 años, cualidades no le faltaban. Tampoco ilusión por crecer; ni hambre. Sin embargo, nada iba a ser fácil para Ibi en su primera temporada en Barcelona. La competencia sería feroz; la exigencia, gigantesca. Ante sí, el reto de hacerse un hueco en el mejor equipo de la era postmoderna.

Participó de forma discontinua en el devenir triunfal del equipo de Guardiola, culminando su balance personal con un regate sobre Marcelo y un posterior centro que, remachado por Messi, acabaron valiendo su peso en plata; el del trofeo de la Liga de Campeones, conquistado en Wembley.

Llegó el verano, el nuevo curso, y los éxitos no impidieron a la secretaría técnica culé seguir acorazando la plantilla. Aterrizaron Cesc y Alexis. Y se acoplaron al instante. Más competencia para un Ibi, cada vez más necesitado y carente de minutos. Y, para colmo, en un entrenamiento rutinario, la lesión del ligamento cruzado anterior. Toda una temporada lanzada por el despeñadero. O quizá no. Porque Afellay llega a punto de nieve a la Eurocopa de Polonia y Ucrania. Ocho meses después de ser operado, ha tenido tiempo de afianzar su rodilla derecha, con lo que llega fresco como pocos a la cita continental. Y además, parece que Van Marwijk apuesta por él para una plaza en la mediapunta de su 4-2-3-1, acompañado por Robben y Sneijder, y en competencia directa con Huntelaar y Kuyt. De la confianza del técnico, de la inspiración del futbolista y del papel que juegue Holanda en la Euro, dependerá buena parte del futuro deportivo de un artillero que a sus 26 años tiene todo lo necesario en la mochila.

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domingo, 20 de mayo de 2012

La fuerza del destino

Por Albert Valor


A Didier Drogba le esperaba un duro regreso a casa tras la Copa África disputada en enero. Héroe nacional e icono de todo el continente, debía en ese ahora dar la cara. Y, como siempre, no osó ni por un momento bajar la cabeza. Él falló un penalti decisivo durante el partido que dio paso a la tanda de penaltis que coronó a Zambia. Una vez más, Costa de Marfil se quedaba sin la CAN. Una vez más, siendo la inmensa favorita. Su gente no cayó en la crítica fácil. En África, los futbolistas no son dioses porque levanten copas. Lo son porque ponen a los suyos en el mapa.

La suerte en las grandes citas siempre solía dar la espalda a Didier. Y no sólo con su selección. Le pasaba lo mismo con su querido Chelsea. Pero tras ese duro revés, algo empezó a cambiar. En Stamford Bridge todo apuntaba al fin de una era, más tras una derrota en el San Paolo de Napoli en el partido de ida de octavos de final de la Champions League. La ciudad del sur de Italia ya acogía a los Lavezzi, Cavani, Hamsik y cía como los herederos del glorioso equipo de Maradona y Careca. Un 3-1 ante un equipo en senda perdedora parecía un buen botín. Nada más lejos de la realidad. Justo en ese momento, apareció en escena un hombre sin el que no se entiende esta historia: Roberto Di Matteo. Miembro de aquel último Chelsea romántico previo a los petrodólares, aquel de los Flo, Zola, Le Saux, Poyet o Desailly, el ítalo-suizo pasó a ocupar el banquillo que André Villas-Boas se veía obligado a abandonar. Así es el fútbol. Él quería liderar un cambio de ciclo en el Chelsea que todo el planeta futbolístico vislumbraba y reclamaba ya. Los Terry, Lampard o el propio Drogba, vetustos y hastiados de fracasar en el intento, debían dejar paso a la nueva savia. Pero el fútbol y el destino no creían lo mismo. Y pueden tener razón o no. Pero siempre hay que hacer lo que ellos digan.

Di Matteo se enfundó su traje y decidió que la vieja guardia debía volver a escena. El primer resultado en un partido importante le dio la vuelta a toda la dinámica: remontada en Stamford Bridge ante el Nápoles consumada en la prórroga. Los goles, de Terry, Lampard, Drogba e Ivanovic. Empezaban los guiños. El sorteo resultó asequible para unos cuartos de final que se superaron con sufrimiento ante un atrevido pero tierno Benfica. La auténtica piedra llegaba en semifinales. Derrotar al Barcelona sonaba a utopía. A sueño de noche primaveral, prácticamente. Entonces nadie reparaba en ello, pero el fútbol le seguía debiendo mucho al Chelsea.

El resultado lo conoce todo el mundo. Decenas de ocasiones marradas por el Barça en los dos partidos de la serie, penalti al larguero –cometido por Drogba- y tres disparos a puerta por parte blue. Y tres goles. Excesivo botín, pensaron algunos. No. El destino. Además, anotar en el añadido del primer tiempo del partido de ida y repetir en el partido de vuelta suele darte opciones. En apenas unas semanas, el Chelsea pasó de la depresión a estar en dos finales, ya que también se plantó en el envite por el título de la FA Cup. En ella, Ramires, héroe en las semifinales europeas, también resultó pieza clave y los de Di Matteo salieron vencedores frente al Liverpool.

Y entonces, la gran final. Es en este momento cuando la historia debe centrarse otra vez en Didider Drogba, esa pantera de hormigón. A 7’ del final, el Bayern anota el 1-0. Parece definitivo. Por fin un anfitrión volverá a ser campeón de Europa. Pero no. Tras ver como los alemanes les han lanzado puñados de córners, Mata se dispone a lanzar el primero para la cuenta blue cuando el partido ya agoniza. Alguien se eleva sobre todos. ¡Zás! Sí. Drogba empata. La enésima pesadilla de los aficionados de Stamford Bridge empieza a tornarse sueño. Prórroga. Y nada más empezar, penalti de Drogba. Ahora sí. Parece que la suerte se agota. Otra vez no. Robben vuelve a marrar una oportunidad decisiva en un partido grande. Drogba sabe lo que es eso. Ya sólo queda la tanda. Una ruleta rusa. El Bayern nunca ha perdido en esa suerte en Copa de Europa. El Chelsea nunca ha ganado. Pero eso ya no importa. Mata falla, pero también Olic y Schweinsteiger. Queda un penalti. Y en el campo, sólo hay un tipo al que Neuer no se le hará gigante. Toda la historia del Chelsea se concentra de pronto en la pétrea figura de Drogba. Qué suerte. Ciertamente, no hay nadie más fiable. Y gol. Dentro. De pronto, el resbalón de Terry, el gol de Iniesta, Ovrebo o los derrapes en Anfield Road en dos semifinales quedan definitivamente atrás. Para el marfileño, las decepciones en la Copa África son ahora parte del camino hasta aquí.

Puede parecer que a veces la gloria sonríe a tipos que ni lo comen ni lo beben, como Di Matteo. Pero no es exactamente así. Él fue el elegido para vehicular toda la gloria que ansiaba una generación. Él, que tantas decepciones sufrió con el Chelsea pre-Abramovich de finales del siglo XX, también lo merecía. Es la fuerza del destino.

Didier Drogba, por su parte, seguirá siendo uno de los iconos de la historia del fútbol africano junto a Samuel Eto’o, George Weah o Roger Milla. Y desde ayer, también es el mito absoluto del primer equipo londinense que alza la Copa de Europa. El fútbol se acuerda de todos. Siempre.

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miércoles, 9 de mayo de 2012

Pelaje rojiblanco

Por Albert Valor


Nadie contaba con ellos. Barça y Madrid tenían que jugar la final española en Europa. Pero no. La cosa ha cambiado tras una secuencia de curas de humildad. Hoy nos tocará cenar con ellos dos. Con dos maneras de entender el fútbol. Dos maneras de entender la vida. A flor de piel. Dos Atléticos. El uno, padre del otro. El otro, vestigio del uno. Dos históricos. Es cierto que Sevilla y Valencia –e incluso el Depor- les quitaron protagonismo en los últimos lustros. Pero tras los dos transatlánticos de la Liga, la Historia les coloca a ellos.

Imaginado como final de Copa, sería ya un duelo tremendo. El hecho de ser en Europa redobla los tambores y atrae al misticismo. No se adivina quien será más intenso. Y lo menos claro es el pronóstico. Se sabe, eso sí, que no faltará personalidad por ninguno de los bandos. Ni nervio. Habrá mucho nervio. Cosas de locos. Cosas de cholos.

En Bilbao hace 28 años que no ven una copa y quieren sacar la gabarra. Aunque habrá que pedir permiso a Neptuno, rey de los mares y de todas las rías. Cuidado. Dicen que él también tiene ganas de fiesta.

Sírvanse ustedes mismos. Menudo partido de fútbol.

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martes, 8 de mayo de 2012

Tres estrellas bien merecidas

Por Albert Valor


Desde que la noche del domingo la Vecchia Signora se proclamara campeona del Scudetto, empecé a ver en diferentes medios el palmarés del campeonato italiano. La Juventus lo lideraba en todos ellos con 28, seguida de Milan e Inter, ambos con 18. Pero en los perfiles de Facebook de algún juventino de pro e incluso en algunas imágenes del vestuario de los bianconeri en Cagliari, ví como algún componente de la plantilla señalaba con sus dedos la cifra redonda: 30.

No lograba comprender el porqué. Mi intuición me llevaba a justificar los hechos por alguna liga de dudosa validez en los años de la Segunda Guerra Mundial. Hasta que me refrescaron la memoria: ¡el ‘Moggigate’! Tan reciente y ya lo había olvidado. Había olvidado la pérdida de dos títulos y el descenso a segunda división por las argucias de Luciano Moggi. No vamos a negar que todas aquellas fechorías merecieran un castigo. Ya la pérdida de categoría fue un severo correctivo. Pero arrancar dos títulos de las vitrinas y desposeer a un campeón de lo logrado sobre el césped… Incluso los aficionados del Inter, al que fueron a parar aquellos dos trofeos, saben que aquellas ligas las ganó la Juve con todo merecimiento.

En esto del fútbol, siempre se vilipendia al aficionado. La travesía ha sido dura. El mismo aficionado que me puso al día me subrayó estos seis años como una auténtica pesadilla. Bien es cierto que los escándalos por amaños venían siendo muy perseguidos por la Justicia Italiana. Se decidió cortar por lo sano y el castigo fue ejemplar. Unos pocos pecadores hicieron pagar a millones de inocentes. El ‘Moggigate’ puso en solfa a todos los estratos del club. Pero la Juve, el equipo de Italia y de los italianos -no tanto de Turín y de los turineses - ha vuelto ya definitivamente. Campeón de Liga sin perder un solo partido. Tienen 30 títulos. Y merecen celebrar 30, aunque las estadísticas les den 28. Todo el mundo lo sabe. Y bien harán en poner la tercera estrella sobre el escudo la próxima temporada.

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