lunes, 30 de junio de 2008

Resaca personal del 'pudimos'

Por Cristian Naranjo


Sevillistas, béticos, atléticos, merengues, culés, pericos, valencianistas, racinguistas, ovetenses, sportinguistas… Hoy todos somos del mismo equipo y compartimos triunfo por obra y gracia de la selección del “toquen, toquen” de Aragonés. Es francamente bonito. Es francamente sano. Era una necesidad casi imperiosa en un país acostumbrado a vivir en la fracturación política. En parte es una victoria contra los que promueven esa crispación. Gracias al fútbol todos hemos sido España. Desde A Coruña a Tenerife. Desde Bilbao a Barcelona. El triunfo ha abierto una caja de sentimientos que buscaban motivo para ser expresados. Yo soy de Barcelona, de un barrio de tradición independentista. Sin ir más lejos, mi madre está más próxima a serlo que a lo contrario. Mi hermana ídem. Incluso yo, que ante todo me siento barcelonés, tengo inquietudes en ese sentido. No obstante, en mi barrio y en los contiguos se instalaron pantallas para seguir la final. Como debe ser. Sucede que hay un Estado que por el momento aúna a todas las comunidades. Es España, y todos formamos parte, pese a quién pese.

Por eso es mágico un día como hoy, porque hace saltar las caretas de muchos y las destroza, dejando una gran alegría al descubierto. Entiendo las tendencias políticas de cada uno siempre y cuando respeten las demás. Creo que ese es el camino a seguir. Nuestros políticos podrían tomar nota. Ciertos sectores de nuestra ciudadanía, también. Podrían tomar nota porque gracias a una selección de jóvenes traviesos todos hemos cantado victoria. Algunos lo habrán sentido más que otros. Obvio. Algunos lo habrán exteriorizado con entusiasmo y otros no. Lógico. Pero en cualquier caso es una gran noticia sentirnos unidos entorno a algo. Sea lo que sea. Estas líneas surgen como crítica hacia ciertas imágenes que tengo almacenadas: ¿Qué pretendía simular Laporta en el palco, más pendiente del móvil que del partido? ¿Acaso se cree omnipresente, capaz de estar en misa y repicando? En la vida, o se está o no se está. Nunca entenderé las medianías ni las paradojas de esa naturaleza. Laporta podría haberse quedado en casa como otros muchos, alegrándose de la victoria a escondidas. Al menos no habría metido la zanca públicamente.

En mi opinión la coherencia es un valor a tener en cuenta. Por eso critico a Laporta. Por eso critico a Montilla, cuya columna en La Vanguardia tampoco termino de entender: ¿Tiene sentido que el President de la Generalitat de Catalunya –socialista además de nacido y criado en Córdoba– justifique el por qué quería que ganara España? ¿Es de recibo que ponga por delante a los catalanes simplemente por el hecho de serlo? En fin…

Me ha gustado que el triunfo se haya celebrado a lo grande en una ciudad como Barcelona. No me ha gustado que algunos aprovecharan el contexto para dar rienda suelta a sus proclamas retrógradas e intolerantes. Nada que objetar al profundo sentimiento nacional mientras no atente contra las opciones alternativas. Ayer sentí vergüenza ajena cuando por culpa de cuatro analfabetos quemacontenedores los Mossos d’Esquadra tuvieron que evacuarnos a la fuerza de Plaza España. ¡Viva el fútbol valiente! ¡Viva la selección que ha apostado por ese modelo! ¡Y viva España! Con todas las autonomías que la articulan y todas sus gentes. Finalmente sí pudimos.


[*] A modo de homenaje, el 'himno' de La Roja:



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domingo, 29 de junio de 2008

¿Juego de niños en Viena?

Por Cristian Naranjo


Restan apenas 13 horas para la final cuando termino este texto. El minutero avanza ya inexorable. Es imposible conciliar el sueño ante una cita de tal magnitud. Cierto es que nosotros no jugamos, pero moralmente todos formamos parte del equipo que saltará al Ernst Happel esta noche. Los jóvenes de la generación de los 80 no nos hemos visto en una igual. Algunos no habíamos siquiera nacido; otros no tenían todavía uso de razón. El caso es que hasta ahora toda nuestra memoria conectaba con despedidas tan tempranas como amargas. Pudimos echar a Italia en el '94. Perdimos. A Inglaterra en el '96. Caímos. A Francia en el 2000. Palmamos. Debimos proclamarnos campeones en 2002 tras eliminar a Alemania en 'semis' y comernos a Brasil en la final. Teníamos a un Joaquín y a un Morientes estelares, pero un robo coreano y una tanda de penaltis donde Casillas no paró nos devolvieron a casa. De 2004 no se puede salvar nada. Iñaki Sáez no dio con la tecla, Torres fue una escopeta de fogueo y a Raúl Bravo le superaron más veces de las que le encararon. Fue un desastre España y una calamidad la Eurocopa, que coronó la especulación griega por encima del jogo de Portugal. En 2006 más de lo mismo, con el atenuante de que nos echaron los últimos compases de Zidane, así como “la menor condición física de base y tal…” –según Aragonés.

Y así llegamos hasta hoy, con la sensación de que esta Eurocopa le está devolviendo a España algo de lo que le ha ido quitando a lo largo de cuatro desérticas décadas, y al fútbol lo del catenaccio grecorromano de 2004-06. Una vez aquí hay que cerrar el círculo en nombre de Arconada, Maceda, Señor, Camacho, Gordillo, Santillana, Sarabia… En definitiva, hay que hacerlo para redimir a la tropa del '84. También para refrescar la emoción a los veteranos del '64; para honrar al resto de generaciones lacradas por infortunios e injusticias… Hay que rematar “el tema y tal” por Aragonés, sus hijos y su camada de nietos. Todos ellos se lo merecen en la misma medida que nosotros.

Noventa minutos para cerrar una brecha de 44 años. A un lado, la España de los pesos pluma. Al otro, la Alemania de los pesados. La baja de Villa puede quedar compensada por la de Ballack. Juegue quien juegue, el plan de ataque de ambas es de sobra conocido. La Mannschaft se decanta por el veneno de los alacranes: inesperado, fugaz y efectivo. La Roja, en cambio, procede a la hipnosis antes de deleitarse en aplicar una muerte parsimoniosa y dulce. La fiabilidad de otra histórica como última prueba para el tuya-mía de la selección. Más allá de los estilos, las finales son para valientes y descarados. El corazón nos dice que los 'pequeños' se han soltado las riendas definitivamente. De confirmarse nuestras sospechas, el Ernst Happel va a convertirse en el perfecto marco para un lienzo goyesco: Juego de niños.

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viernes, 27 de junio de 2008

Ingeniería alemana

Por Albert Valor

El 16 de junio de 1954, Alemania reaparecía en los grandes torneos. Era la Copa del Mundo de Suiza y los teutones aparecían en escena por vez primera tras la Segunda Guerra Mundial. Previamente, habían sido vetados en los JJOO del 48 y en el Mundial del 50. Nadie hablaba de ellos, es más, eran señalados como unos apestados, y precisamente fue ese rechazo lo que empezó a forjar su leyenda.

El día del debut, se enfrentaron al último rival que han tenido hasta ahora –es decir, Turquía-. Como el pasado miércoles, los otomanos tomaron la delantera en el marcador, pero de nada les sirvió, ya que los germanos acabaron ganando por 4-1. En la final, Alemania derrotó a uno de los mejores equipos que se hayan visto sobre un terreno de juego, la Hungría de Cañoncito Puskas y compañía. Pero como Alemania siempre tiene un plan, la historia de ese partido empezó a forjarse en la primera fase. En la segunda jornada de la liguilla, alemanes y magiares se enfrentaron por vez primera en un día muy caluroso. El seleccionador, Sepp Herberger alineó al capitán Fritz Wälter junto a otros 10 suplentes. Hungría aplastó a la Mannschaft: 8-3. [Walter era el mejor jugador alemán del momento –actualmente el estadio del FC Kaiserslautern lleva su nombre-, pero tras contraer la malaria se hizo muy vulnerable a los partidos disputados bajo el calor y la humedad]. Nadie lo sospechaba entonces, pero ese resultado puso la primera piedra para construir la gloria. La competición fue avanzando y ambos combinados alcanzaron la final. Aquel día, Berna amaneció lluviosa y fría. Hacía un día Fritz Walter. Evidentemente, los dos equipos mostraron sus onces de gala, y una vez más las húngaros eran favoritos. Más cuando a los 9’ el marcador era ya de 0-2. Pero entonces afloró el orgullo alemán. Tras sacar de centro, una jugada dirigida por Walter, la remachó Morlock a la red. Eso espoleó a los teutones, que antes de los 20 minutos ya habían empatado. El desconcierto se apoderó de los magiares, que quedaron intimidados por el ímpetu de su oponente. Tras la reanudación el área alemana era bombardeada una y otra vez, pero una fuerza desconocida impedía que los ataques fueran culminados. Entonces apareció Rahn, que tras un rechace de la defensa magiar recogió el balón en la frontal, buscó el hueco y ¡zas! Corría el minuto 84 y la tropa de Herberger solo tuvo que aguantar el resultado. Esa tarde nació la leyenda alemana. Ellos fueron los primeros exponentes de la fiabilidad que atesoran los germanos cuando la cosa va de fútbol. Aquel partido se recuerda desde entonces como El Milagro de Berna, un hito que fue el punto de inflexión para un país que gracias al fútbol se vino arriba y creyó en salir adelante y reconstruirse.

La siguiente hombrada alemana llegó en el Mundial que organizaron en 1974. Otra vez tras un camino con altibajos –llegaron a perder un partido contra sus vecinos comunistas de la RDA-, los alemanes se plantaron en la final. Y otra vez les esperaba el mejor equipo del momento, en este caso la Holanda de Cruyff. Y otra vez el rival se avanzó bien pronto. Al minuto de juego, Berti Vogts cometió penalti sobre El Flaco tras una jugada en la que ningún alemán tocó el balón. La pena máxima la transformó Neeskens. Beckenbauer, Breitner, Hoeness y compañía estaban hundidos y no sabían como hacer frente al Fútbol Total. Pero como Alemania siempre tiene un plan, decidió pagarle a Holanda con la misma moneda y sus jugadores empezaron a ocupar todas las zonas del campo sin importar su demarcación. Primero fue un penalti y luego una jugada culminada por uno de los mejores definidores de todos los tiempos, Torpedo Müller. Todo antes del descanso. En la segunda parte, la tropa teutona se dedicó a neutralizar a La Naranja Mecánica –el marcaje que Vogts le hizo a Cruyff está hoy en todos los manuales- y sólo hubo que esperar al pitido final.

El triunfo en Italia ‘90 es algo diferente. Contando con una de las escuadras favoritas al triunfo final –en sus filas estaban Voeller, Klinsmann, Matthaus, Kohler o Brehme - la Mannschaft se vengó de la Argentina de Maradona, que la había derrotado en la final de México ’86, en una de las peores finales que se recuerdan.

Visto lo visto, la leyenda que Alemania se ha forjado a través de la Copa del Mundo es para tener en cuenta. Pero en la Eurocopa la cosa cambia. Los tres títulos conseguidos han sido siempre ante rivales a priori inferiores. En 1972, víspera del Mundial ’74, destrozaron a la URSS por 3-0 –hasta ayer no se había visto nada parecido a esas alturas en un Europeo- guiados por un magnífico Gunter Netzer. En el 80, la terna formada por Rummenigge, Schuster y Hrubesch se impuso en la final de Roma a una de las mejores generaciones que ha dado el fútbol belga. Y en el 96, la víctima fue el equipo sorpresa del torneo, la República Checa. Sin contar con un equipazo, la Mannschaft se impuso por oficio y por acierto en los compases decisivos.

Pero si analizamos las dos derrotas que han sufrido los alemanes en el partido final de una Eurocopa llega el lugar para la esperanza. En el 76, cayeron ante Checoslovaquia tras el famoso penalti de Panenka y después de comprobar que en el fútbol del este había nacido otro muro: el meta Ivo Viktor. En la Euro ’92, disputada en Suecia, los tricampeones mundiales sucumbieron ante uno de los campeones más inesperados de la historia. Dinamarca no se había clasificado, pero Yugoslavia tuvo que renunciar a participar tras la guerra. La plaza fue para los nórdicos, que con una columna vertebral formada por Schmeichel, Olsen, Jensen y el hermanísimo Brian Laudrup, se plantaron en la final, donde borraron del campo a los alemanes para acabar ganando 2-0.

Ambas fueron ocasiones en las que Alemania, pese a no enfrentarse al mejor combinado del momento, sí tenía enfrente al equipo que había desarrollado una propuesta más atrevida. Y a diferencia de la Copa del Mundo, cuando se ha encontrado con la generación dorada de un país poco acostumbrado a la victoria en la competición continental, Alemania sí ha mordido el polvo.

‘No importa que sea un vehículo, una lavadora o un equipo de fútbol. Un producto alemán siempre es fiable’. Algo así dijo Alfredo Relaño el pasado día 8, cuando Ballack y compañía saltaban al césped para debutar contra Polonia en este Europeo. Quizá su derrota ante Croacia en la segunda jornada hizo creer a muchos que no bastaba sólo con ser fiables. Pero Alemania ha vuelto. De hecho está a la vuelta de la esquina. Y como decíamos, siempre tiene un plan. Su primer mazazo fue despertar a Portugal del sueño de redimirse de la decepción que supuso perder ante Grecia el primer y el último partido de su Eurocopa. Löw vio que la formación utilizada en la primera fase, con dos delanteros y cuatro centrocampistas, mermaba las cualidades de Ballack, que jugaba demasiado retrasado. Por eso decidió cambiar ante los lusos. Rolfes y Hitzlspelger –a la espera de recuperar al mejor Frings- cubrían las espaldas del crack del Chelsea en la medular mientras éste, escoltado en la izquierda por Podolski y en la derecha por Schweinsteiger, hacía, deshacía y dirigía a su antojo en la mediapunta. Por delante de él, Klose hizo de cazagoles. En la semifinal ante Turquía repitieron. Pero el juego de violines desarrollado por la Roja está haciendo meditar al guaperas Löw, que está barajando la opción de volver a colocar dos puntas para aprovechar mejor las ocasiones que puedan concederles los pupilos del Abuelo. Sea como fuere, seguro que tendrán un plan.

Pero hablemos de los puntos débiles de la Mannschaft. Si de ¾ en adelante cuentan con jugadores resolutivos, tras la medular se esconden las carencias de este equipo. Mertesacker y Metzelder se asemejan más a la competencia de Nowitzki y Jagla –ambos sobrepasan el 1’90- que a una pareja de centrales convencional. Por ende, son eficientes en el juego aéreo, pero si España echa el balón al césped lo pasarán mal. Los laterales dan una de cal y otra de arena, sobretodo Lahm. Si el menudo carrilero del Bayern es un delantero más en las jugadas de ataque –ya lo demostró con su decisivo gol ante Turquía-, sufrirá para defenderse de las internadas y/o combinaciones de Ramos e Iniesta. Friedrich, por contra, pese a no ser tan ofensivo, es mucho más defensa, aunque tampoco es un portento físico. Qué decir de Jens Lehmann. Con unas manos de mantequilla, unos reflejos más bien escasos y una agilidad poco privilegiada es, junto a Rüstü, uno de los peores arqueros que hemos visto durante estas tres semanas. Nadie se explica como puede ser aún el portero de la selección –quizá la respuesta esté en que su sustituto es el ex azulgrana Enke-, y muchos creen que algún día, un error suyo –no porque no los haya cometido ya- le costará un buen disgusto al equipo.
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En todo caso, el partido está ya listo para servirse. A los alemanes, que ganan una de cada tres Eurocopas, les toca ya por estadística, pero a los nuestros -24 años sin final, 44 sin título- la historia les debe una –y unas cuantas más les debe el fútbol-. Y aunque Alemania haya rebuscado en los anales de su historia para recordarnos en estos últimos partidos la esencia de la frase que un día pronunció Gary Lineker, España se está reivindicando como el mejor equipo del torneo, por los menos como el más diferente al resto. Seguro que Alemania llevará su estilo –ese que le ha dado tanta gloria- hasta las últimas consecuencias. España, como ha hecho hasta hoy, no podrá ser menos. Todo campeón surge de la creencia en un estilo. El domingo, el único imperativo debe ser el choque de filosofías, de estilos, de ingenierías. A partir de ahí, que gane el mejor.

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La España de los 'bajitos' se doctora con matrícula ante Rusia

Por Cristian Naranjo


Sigue la fiesta española en Viena y en la península. Continúa el jolgorio merced a la exhibición de los 'pequeños'. Rusia sobrevivió un tiempo entero. Demasiado según lo visto tras el descanso. Gozó de vida mientras la selección se lo permitió. No hay que olvidar los méritos de la tropa bolchevique de Hiddink. Se plantaron en 'semis' destrozando a la gran Holanda de Van Basten con un juego que impresionó. Situaron su fútbol en el mapa comandados por Arshavin, del cual no hubo noticias esta vez. Pavlyuchenko fue el único capaz de inquietar a Casillas, en una mera demostración de su papel de boya en el mar. El delantero ruso es un jugadorazo, un tanque del Este dotado de la mejor tecnología, pero solo y desasistido quedó reducido a poco más que nada. Si además Puyol y Marchena siguen obstinados en ser la pareja perfecta tenemos dibujado el naufragio ruso.

Cuando un equipo tiene alma, calidad, coraje, cuajo y fe es que está diseñado para el éxito. El sexto factor es la suerte, pero suele derivar de los demás. España completó ayer un ejercicio de precisa humillación. En la primera parte, como si de un gran púgil se tratara, midió sus fuerzas y las del oponente. Vaciló masticando en exceso el juego, huérfana de último pase. Le dio a Rusia motivos para seguir soñando con la machada. En el segundo acto, simplemente arrasó cualquier duda sobre el partido. La Roja fue un vendaval de fútbol.

Y todo coincidió con la entrada en escena del más liviano de la tropa. Iniesta sacó el compás y solucionó la cita. Apareció por la izquierda –flanco en el que se muestra más dañino–, le hizo el ovillo con naturalidad a Anyukov y sirvió un balón con lazo para la entrada de Xavi, que remató ante el orgullo de un país y la admiración de un continente. España se ha doctorado a lo grande. Iniesta, Xavi, Cesc y Silva: ligeros, inteligentes, generosos, descarados y sobre todo talentosos, extremadamente talentosos. Ellos son el ADN de la selección. Entre los cuatro fabricaron una goleada de bellísima factura en las semifinales de una Eurocopa. Casi nada.

Tras el 0-1 la Roja se dedicó a gustarse. Estaba sola en el campo, recreándose en su propia calidad. Poco importaban ya la lluvia, el cambio de Villa o el desacierto de Torres. Todo el partido giraba entorno a un solo equipo. En esas condiciones, Rusia se vio obligada a dimitir sin rechistar. Y con ella se despidió Arshavin, una merma para el espectáculo coral.

El 0-2 fue la obra maestra de dos diestras de seda. Cesc puso la bola con mimo al interior del área para el desmarque de Güiza, que la acarició antes de guardarla en el cajón. El arquero demostró que sus flechas también riman en la poesía de la selección.

Y qué decir del 0-3. De nuevo Iniesta, esta vez trazando por arriba, y de nuevo Cesc, utilizando el cartabón al servicio del pase a Silva, que cerró la jugada con categoría: control con la derecha y definición con la izquierda. Un broche dorado –el color anoche de la selección– para un deslumbrante partido.

Es lógico que una victoria de tal calibre haya desatado la euforia. España va a disputar la tercera final de su historia. Hace 24 años que no se da la circunstancia y por ende hay que celebrarlo. Pero no demasiado. La selección sigue estando en deuda con su hinchada. Tiene los mejores jugadores y sobre todo el mejor equipo del torneo. En lo más alto espera la Legión Cóndor alemana. Ballack, Klose, Schweinsteiger y Podolski son los estandartes de un equipo avalado por su exitosa historia –3 Mundiales y 3 Eurocopas–. El equipo actual tiene los centímetros y el vigor de siempre, más las dosis justas de calidad. Como mandan los cánones, la final será el duelo en mayúsculas del torneo. Será un reto durísimo para España, más pedregoso incluso que el de Italia por la relevancia del choque y la variedad del arsenal alemán.

Holanda fue la primera en asombrar tras dejar secas a Italia y Francia. Cuando se antojaba como favorita recibió el severo correctivo de Rusia. Ahora los de Hiddink han caído sin oposición ante España, cediéndole así el testigo. La Roja tiene ahora la ocasión de romper la línea lógica derrotando a Alemania. La Mannschaft es al fútbol lo que el granito a la naturaleza. Es un grupo rocoso y cuenta con la experiencia que dan los triunfos. Esta vez, delante va a tener a una selección surgida de la necesidad de ganar, de esa escasez que agudiza el ingenio según el refranero. Aragonés ha repartido con criterio la escuadra, el cartabón, el compás y el medidor de ángulos entre los capacitados para delinear el juego. Geometría al servicio del fútbol. Esos pequeños genios saben bien que a Alemania es más fácil rodearla que rebasarla por arriba. Por eso pondrán el balón en el piso y se arrancarán a jugar. La fórmula conocida; la fórmula del éxito. Es cierto que no estará Villa para sellar la producción de los jugones. Visto lo visto, apuesto a que Löw no sabe quién le da más miedo, si Cesc o Güiza.

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jueves, 26 de junio de 2008

Siempre gana Alemania

Por Albert Valor

Se acabó el sueño turco. Tras creer hasta el último segundo, los pupilos de Fatih Terim doblaron la rodilla. Poco se le puede objetar a estos guerreros, que han dado la cara en todo momento y que han encadenado un milagro tras otro. Todos los entrenadores que quieran adquirir durante el verano algún jugador que garantice lucha, entrega y compromiso durante 90 minutos –o los que sean necesarios- ya sabe que en la selección turca tiene un buen abanico para elegir. Junto a ese derroche de corazón, habría que destacar a algunos jugadores como Sabri Sarioglu, un pequeño y escurridizo hombre de banda que ha jugado donde le ha exigido el guión, Hamit Altintop, que ha refrendado que aúna clase, temple y polivalencia, Mehmet Aurelio –que junto a Senna ha demostrado que si Brasil no cuenta hoy en día con un mediocentro de garantías es porque no quiere-, Ugur Boral, un desconocido e irregular extremo que ha mostrado su mejor versión en este europeo, Semith Senturk, que ha ejercido de ‘9’ tal y como le exigía su dorsal, Kazim Kazim, el interior que vino de Londres, o Arda Turan, que pese a no estar disponible hoy –al igual que Nihat o Tuncay- ha aprovechado este torneo para darse a conocer.

Si había un equipo que pudiera hacer frente a la imprevisibilidad turca ese era Alemania. Y así fue. El duelo empezó con los germanos demasiado relajados, como si creyesen que el partido se iba a ganar sin dejarse la piel sólo por el simple hecho de que alguien diga que en este deporte siempre ganan ellos o porque los otomanos estuvieron jugando diezmados por sus numerosas bajas. Y claro, los turcos, además de fe, tienen orgullo y decidieron que si se quedaban sin final no sería por no haberlo intentado. Primero avisó Kazim Kazim con un trallazo al larguero, y acto seguido una jugada de carambola acababa con un empalme de Ugur Boral que se le escurría al siempre inseguro Lehman. Por primera vez en esta Eurocopa la selección de los milagros se veía por delante en el marcador. Y evidentemente, como eso no es lo suyo, tras acribillar a la Mannschaft durante unos minutos más, concedieron el empate en la primera jugada de peligro creada por sus rivales. Bastian marcó a pase de Podolski. La primera parte acabó en tablas, sin ofrecer mucho más que una contra marrada por el ‘polaco’.

El segundo acto empezó como acabó el primero, con sopor, y así fue casi todo él. Cuando el telespectador ya pensaba en disfrutar de uno de estos últimos instantes de Eurocopa con treinta minutos más de propina llegó el epílogo. En los últimos 11 minutos se vendió todo el pescado –no podía ser de otra manera con Turquía sobre el green-. Minuto 79; centro siniestro desde la izquierda de Lahm, parecía que Rüstü iba a llegar, pero para no manchar su reputación cantó, y Klose, ave de rapiña donde los haya, aprovechó el regalo. 2-1. La tropa de Terim tenía 11 minutos para jugar al milagro, que es lo que le gusta. Y para no variar con su táctica, siguió creyendo. ¿Qué es un gol de desventaja con 11 minutos por delante? Para ellos bien poco. Y evidentemente empató, a los 86’, cuando el partido agonizaba. Centro raso de Sabri desde la derecha al palo corto y Senturk, avanzándose a su marcador bate a Lehmann por debajo de las piernas. Probablemente medio mundo estuviera frente al televisor con la certeza de que lo que acababa de pasar ya lo esperaba. Pero tres minutos después Alemania, fiable donde los haya, verdugo entre verdugos, asesina a sangre fría, dio de beber a los turcos de su propio elixir. Quedaba un minuto más los tres del alargue. Evidentemente Turquía seguía creyendo. El problema para ellos fue que Alemania ya tenía demasiado claro lo que podía pasar si concedía un solo milímetro. De hecho, Turquía tuvo última opción en una falta que botó Tumer Metin. El jugador del Larissa griego mandó el balón a la grada y con él, toda la proeza al limbo. Tras el saque de puerta Busacca pitó el final.

Turquía puede estar orgullosa de lo que ha hecho. Sin contar entre los favoritos al título, ha demostrado que con fe, testosterona y, evidentemente, algo de fútbol, se puede optar a todo. Terim –el indiscutible parecido razonable de Robert de Niro-, ha comandado un grupo sobradamente preparado para competir aun cuando la guillotina les rozaba el pescuezo. Es para estar orgullosos. Si siguen creyendo así, el futuro estará lleno de dulces. Para nada deben estar tristes. Ya se sabe, en el fútbol, siempre gana Alemania ¿o quizá no?

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lunes, 23 de junio de 2008

¡Cuánto tiempo sin vernos por aquí!

Por Albert Valor

22 de junio. El día en que Diego metió El Gol a los ingleses. Hasta ayer, día fatídico para la selección. Desde anoche, el día en que se superaron todos los malos farios. El de los cuartos. También el de los penaltis. Y hasta el de que Italia siempre se salga con la suya.

España está en semifinales. Allí se encontrará con un viejo, conocido y reconstruido rival. Tras la caída del muro de Berlín, la URSS se desmembró. Aquella selección, siempre competitiva, también sufrió las consecuencias en lo deportivo. La competitividad soviética se la tuvieron que repartir entre Rusia, Ucrania, Letonia y un largo etcétera de selecciones. Todas ellas han sido durante un largo tiempo equipos menores. Si acaso el combinado liderado por Shevchenko, que llegó hasta los cuartos en Alemania 2006, sea la única excepción, la que confirma la regla.

Tras esas dos décadas de sequía, el fútbol del este se ha ido reinventando poco a poco a sí mismo. Podría decirse que el holandés Gus Hiddink, el hombre milagro de los banquillos –llevó a Corea del Sur a las semifinales de una Copa del Mundo y a Australia a los octavos- ha sido en gran artífice. Pero no, ni mucho menos. Tras ir dando tumbos con más pena que gloria por algunas fases finales –lo más destacado sería el 6-1 ante Camerún en USA ’94, con 5 goles de Oleg Salenko, uno de los récords de la Historia de los Mundiales- el fútbol ruso ha dado con una generación excelente de futbolistas que han empezado a despuntar en el momento justo para coincidir con los nuevos talentos. Es curioso el caso de Arshavin y Zyrianov, que con 27 y 30 años respectivamente, han explotado de modo un tanto tardío para unirse así a los Bilyaletdinov (23), Zhirvov (24), Sychev (23), Anyukov (25) o Akinfeev, el meta (22). Un tanto diferente es el caso de Pavlyuchenko, que con 26 años ya lleva varias temporadas destacando en el Spartak de Moscú. Y sí, sería injusto no reconocer la aportación del ex entrenador del Real Madrid con sus resolutivos sistemas tácticos y su receta para que no se cortara la mayonesa.

El partido ante Holanda -aquella que presumíamos como La Naranja Metálica- fue un recital ruso. Quizá era el partido perfecto para la resurrección de los zares. En el 88, se habían despedido de los grandes partidos precisamente ante la Holanda de Van Basten, en aquella final en el Olímpico de Munich. El fútbol de aquella Holanda era enorme. El de Rusia para meterse en la ‘semis’ de este Europeo -con Arshavin haciendo las veces de faro guía, mientras los suyos lanzaban misiles desde cualquier parte del campo a la par que combinaban para llegar al área hasta que llegó un momento en el que la Oranje sólo podía mirar- fue sublime. A estas horas, Hiddink será el villano predilecto de los Países Bajos.

Como decía, el jueves se enfrentan en las semifinales de la Eurocopa España y Rusia. “Jugamos contra los soviéticos”, dirá mi abuelo. Y es que el duelo despertará la nostalgia de los más mayores, aquellas épocas lejanas –sobretodo para los nuestros- en que ambas se enfrentaban en las grandes citas. Como la final del europeo del 64 en el Bernabéu. Ese día, una España anfitriona, llena de talento e ilusión, se medía a un combinado que contaba con Lev Yashin, el mejor portero del mundo por entonces –para muchos, con permiso de Zamora, el mejor de todos los tiempos; de hecho es el único arquero que tiene el Balón de Oro-. Desde entonces -con la final del 84 en el Parque de los Príncipes como paréntesis- España no está entre la flor y nata. Rusia, aunque hace menos, también tiene amnesia triunfal.

Seguro que el jueves, desde Villa hasta Akinfeev, de Arshavin a Casillas, pasando por Xavi o Zyrianov, habrá momentos en los que se evocará a aquella vieja rivalidad. Marcelino se acordará de su gol. Y Pereda de su centro. Y Yashin, desde algún lugar, sonreirá. Y muchos pensarán: “¡Cuánto tiempo sin vernos por aquí!”. Y el fútbol, como antaño, supurará por todos los poros.

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La noche en que 'la Roja' sometió a Italia

Por Cristian Naranjo

Ante la insistencia de su nieto, el abuelo pasó a relatarle una vez más su cuento favorito. Siempre le explicaba la misma historia, la de aquella selección que eliminó a Italia en los penaltis. El viejo detallaba el contexto ante la expectación del niño. Hacía 24 años que no sucedía algo parecido. Eran vísperas de San Juan y la victoria se celebró con el debido estruendo: cláxones, gritos y pirotecnia. La alegría inundó los hogares y las calles en una noche histórica para la hinchada española. El abuelo hablaba de un partido agónico, resuelto por las paradas de un tal Casillas. El nieto, cada vez más emocionado, atendía con los ojos como platos. Además de al portero español, el viejo recordaba a Fàbregas por marcar el último penalti, y a Villa por ser la estrella de aquella Eurocopa. Por parte italiana, el abuelo tenía palabras para sus dos torres: “Su delantero era un gigante vestido de corto y su portero más largo que un domingo sin dinero”. El nieto disfrutaba al mismo tiempo que sin darse cuenta cimentaba sus pasiones y sueños futuros.

En la mente de todos quedó fijada la emoción de los penaltis y la victoria. Ocurre que la memoria es selectivamente traicionera, y sólo permite almacenar pasajes concretos. Lo mejor de aquella noche se perdió por el camino de la historia. El viejo no lo recuerda con nitidez, pero España jugó al billar a costa de la cuatro veces campeona mundial. Echó el balón al tapete, lo multiplicó y se puso a bailar al son de una panda de enanos traviesos. Por desgracia el abuelo olvidó cómo los bajitos se asociaron mil veces para alcanzar la portería rival y cómo un hispano-brasileño se bastó para barrer el mediocampo. Lamentablemente los años hicieron que sólo quedaran los datos, pero aquella noche la selección aunó la belleza con los valores del juego. Puyol, Marchena y Ramos se partieron la cara por cerrar la trinchera; Xavi, Silva, Iniesta y Cesc se conjuraron entorno al balón sustentados siempre por las espaldas de Senna, que dio un recital de percusión y armónica –13 recuperaciones por sólo 3 pérdidas; arriba, contenidos por el oficio de los centrales italianos, Torres y Villa se desfondaron en cada ataque; en la otra orilla, Casillas fue Casillas, el de los milagros cotidianos. Fue una noche de fe, valentía, coraje y orgullo por un patrón de juego. Se anunciaba un duelo a tumba abierta y lo fue. Se escenificó un igualadísimo choque de culturas, donde acabó triunfando a la ruleta rusa quien lo mereció por voluntad y vuelo.

Como siempre tuvo Italia el partido donde lo quiso en muchos instantes del partido: balón parado, balón volando, balón para Toni. La azzurra se mantuvo fiel a su perfil de arisco felino a pesar de contar con talento a grandes cucharadas. Cassano, Aquilani, De Rossi, Di Natale, Del Piero… todos supeditados al manual del catenaccio: balones por alto, contraataques, rebotes, últimos minutos y penaltis. Así se ganaron un nombre entre los todopoderosos y así cayeron aquella noche, ejecutados por su propia mezquindad. En contraste, España hizo algo más que cruzar la alambrada de cuartos. Triunfó en nombre del fútbol, aunque el abuelo no lo recuerde.

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domingo, 22 de junio de 2008

El niño aprendió la lección, pero vuelve por sus fueros

Por Albert Valor

Mucho se está hablando estos días del posible fichaje de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid. El affaire es ya el culebrón del verano, como en otros tiempos lo fueron Figo, Saviola, Ronaldo o David Beckham. Y lo es porque nadie dio un paso al frente ―quizá Ferguson ha sido el único con sus, por otra parte, desafortunadas declaraciones; a este paso perderá el juicio― en su debido momento: el Real Madrid no se decide a negociar en firme por el jugador, y Cristiano, lejos de esa humildad que todo hombre necesita para triunfar en la vida ―no quizá en el plano profesional pero sí en el humano―, ha estado lanzando balones fuera cada vez que se le preguntaba sobre su futuro, diciendo incluso que ni su madre ni su novia sabían qué haría el año próximo. Con ello, no sólo ha faltado a la mujer que le dio el ser o a la bella con la que comparte su vida ―que ya es decir―, sino también al equipo que le ha dado fama mundial ―y evidentemente a la afición de Old Trafford― y de rebote, a un club que suspira por hacerse con sus servicios y que tiene miedo de volver a quedar con la cara pintada como en aquella ocasión en la que quiso traerse a un tal Patrick Vieira a Concha Espina allá por 2004. Decían que a aquel Madrid le faltaba un mediocentro como el francés para aspirar a todo y dicen que a éste le falta un crack como el luso no sólo para aspirar a todo en Europa y poner la guinda a un gran equipo, sino también para volver a ponerle rostro a la imagen publicitaria del equipo blanco.

El caso es que al fin, el luso, tras decir Diego donde dijo digo infinidad de veces, ya ha dado a entender que su sueño es el Real Madrid. Evidentemente, lo ha hecho dando muestras de su egocentrismo. Esta vez ha optado por no respetar ya ni a sus compatriotas, maltrechos en su moral tras el KO en la Eurocopa. A 'CR7' le faltó tiempo para hablar tras el partido contra Alemania.

Quizá muchos piensen ya que el niño a quien me refiero en estas líneas es Cristiano Ronaldo, pero no, el mocoso que un día aprendió la lección y hoy parece haberla olvidado no es otro que el Real Madrid Club de Fútbol, un niño de 106 años. Todos vemos aún cercana aquella imagen del Madrid galáctico y caduco que cada verano paseaba su estrellato por las Antípodas ―Asia o Estados Unidos― y que durante el invierno se dedicaba a arrastrar su descompensación por los campos de España y Europa con aquellas estrellas estrelladas ―los Figo, Ronaldo, Beckham y cía―. Aquel Madrid galáctico pareció ser un día el sueño de cualquier aficionado, un equipo de Play Station en el que sólo se daba cabida a los más grandes ―¿o quizá a los más mediáticos? Pero ese Madrid acabó suponiendo el fin del florentinato ―también fue Florentino Pérez quien lo ideó―, y también sumió a los de Chamartín en una de las mayores crisis deportivas de toda su historia y de la que les costó un buen tiempo salir.

Fue el año pasado, con la nave comandada por el capitán Capello y ocupada por hombres –que no por nombres– cuando el Madrid resurgió de sus cenizas para ganar una Liga en la que nadie contaba con ellos a dos meses para su fin. A día de hoy, y siguiendo la estela de Capello, el Madrid ha creado un equipo joven y compensado que si bien aún no da la talla en Europa, sí que ha conseguido arrebatarle el trono al Barça en España. Nombres como los de Pepe, Sergio Ramos, Gago, Sneijder o Higuaín forman la columna vertebral seguro en torno a la cual girará el futuro a medio plazo. Una clase media no exenta de calidad que asegura garra, sacrificio, compromiso y como se ha podido ver, títulos. Al Madrid le faltan un par guindas. Y quizá la primera sea saber encontrar en el mercado a un futbolista que responda en los momentos clave en los partidos cruciales y que a la vez no desestabilice la plantilla. La segunda será no volver a convertirse en aquel niño mimado que quiere tener el juguete de moda. Prácticamente todos los de mi generación hemos podido ver lo difícil que le resultó a Arnold Schwarzeneger conseguir el juguete más preciado por su hijo en Un padre en apuros para hacerlo feliz. Puede que comprar a Cristiano Ronaldo haga feliz a la afición merengue –que no a toda– en este verano. Pero eso no garantiza que en junio de 2009, ese niño que es cada aficionado –del Madrid en este caso, pero al fin y al cabo un caso que se puede dar en cualquier afición del 'planeta fútbol'– siga estando feliz, sobre todo si no se ha conseguido lo que se anhelaba.

En los últimos años el Madrid se ha ido reinventando con la fortuna de que su falta de caché hacía que los jugadores más preciados del mercado se mostraran reacios a recalar en sus filas. Poco a poco, en la Casa Blanca están recuperando el glamour perdido, tanto que ya vuelven a parecer aquel chiquillo malcriado que se aplica aquello de 'culo veo, culo quiero'. Y no sólo eso; siempre se ha de pretender lo que esté más de moda: hace dos veranos era Cesc, el pasado Kaká, y ahora Cristiano –sin olvidar que coincidiendo con un momento de apogeo de Diego, del Werder Bremen, durante la primera mitad de la temporada, también se habló del posible interés por ficharlo.

¿Dónde está ahora Kaká? ¿Acaso ha perdido el atleta de Cristo y último Balón de Oro la calidad que atesoraba hace 12 meses? Rotundamente no. Lo que ha perdido es su protagonismo mediático, y su condición de faro del actual campeón de Europa, ahora en manos del '7' de los red devils. Y eso parece ser que no le sirve al Real Madrid. Pero yo me pregunto: después de haber anhelado tanto a Ricardo Isaczon, ahora que el Milan ha caído a la segunda división europea que es la UEFA y no disputará la próxima Champions, ¿no querrá ahora más que nunca el brasileño dejar Milanello? Además, su precio sería inferior al de hace unos meses y seguro que también inferior al del portugués.

No es por desmerecer, Cristiano me parece un excelente jugador individualmente –aunque no un gran jugador de equipo–, una excelente guinda para un pastel bien cocinado, pero quizá en el molde en el que se está cociendo el Madrid 2008-09, Kaká tendría un mejor acople. Las bandas del Madrid no están para nada mal cubiertas con Robben y Robinho –también me parece prometedor el futuro de Royston Drenthe, por muchas críticas que haya recibido, apenas tiene 20 años–, y para quitarle minutos a Raúl y a Van Gol en la delantera no se han de pagar 80 millones. El mediocampo merengue ha estado sublime en muchos momentos de la temporada –como en el duelo prenavideño del Camp Nou–, pero también ha naufragado en otros. Ahí entra en escena la figura de Kaká: pese a su juventud, es un guerrero curtido en mil batallas que no ha desaparecido en momentos clave, como en unas semifinales de Copa de Europa o una final de la Copa Intercontinental, así que, puestos a poner guindas, pongámosla en el centro de la tarta, que luce más.

No se trata de hacer una comparación entre Kaká y Cristiano, ni de discutir quién es mejor; se trata de que el Real Madrid busque lo que más satisfaga sus necesidades deportivas –no las comerciales– buscando, como apuntaba en un principio, un crack que venga con humildad y con ganas de sumarse al ejército merengue como un guerrero más. Puede que después de ver al luso en este tramo final de temporada –sobre todo en la final de Champions y en la eliminatoria contra los germanos en la Euro, partidos importantes en los que quiso y no pudo–, Pedja y Calderón se lo piensen. Quizá se den cuenta de que el Real Madrid no necesita precisamente a ese jugador. Por no hablar de que su multimillonario fichaje y su elevada ficha podrían desestabilizar una plantilla a la que por fin había llegado el buen rollo. Pero lo más importante es que, ahora que el Real Madrid ha aprendido la lección, no debe olvidarla.

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sábado, 21 de junio de 2008

El héroe circense

Por Albert Valor


El fútbol ha vuelto a demostrar que no se rige por ninguna ley. ¿Cómo es posible que el mejor jugador de un partido –con una abismal diferencia sobre el resto– tenga que irse con la cabeza gacha como uno de los responsables de la eliminación de los suyos y que el peor del partido –también con bastante diferencia- salga a hombros como un héroe? Ayer Rüstü Reçber, ese portero que le endosaron a Laporta para que empezara a construir el Barça postgasparista, tras evocar en cada acción a la madre de Forrest Gump y recordarnos en cada acción del partido que la vida es una caja de bombones y que –con el ex azulgrana– nunca sabes lo que te va a tocar, alternó paradas de mérito con actuaciones circenses –como la del gol. Hasta que llegaron los penaltis. Ahí el meta turco se miró en el espejo de otros cancerberos con más sombras que luces que también se han erigido en héroes después de las fatídicas tandas –su compañero de selección Volkan Demirel, el ahora madridista Dudek o el portugués Ricardo.

Esa es la primera impresión que deja el partido. La segunda viene tras una breve observación. En el descanso de su segundo partido en esta Eurocopa, Turquía estaba fuera, con las maletas por hacer para regresar a casa. Ahora mismo, está en semifinales, con la moral más alta después de cada partido; no por el qué sino por el cómo. Tras el gol postrero de Arda Turan contra Suiza y el ejercicio de creencia demostrado ante Chequia, pensábamos que un mismo equipo de fútbol ya no nos podía enseñar nada más, que en el libro de los milagros Turquía ya lo había escrito todo.

Al partido de ayer le sobraron 118 minutos –excluyendo, claro está, a Modric, que estuvo exquisito, cruyffesco por momentos, maradoniano incluso; la pena es que apareció con cuentagotas en un partido huérfano de talento. De hecho le sobraron los 120 –si acaso un balón enviado al larguero por Olic tras genialidad de Modric y algún chut envenenado de los hombres de segunda línea turca, pero poco más–, pero el caso es que en esos dos últimos se empezó a configurar la balanza psicológica del encuentro, esa que tan bien dominan los pupilos de Terim y que sería decisiva en la lotería final. Faltaba un minuto para que se cumpliera la totalidad de la prórroga cuando Modric llegó por los pelos a un balón que parecía perderse por la línea de fondo. Eso creyó Rüstü, que salió a proteger el balón. Al verse entre la portería y el crack croata, ya con el balón junto a la bota, el meta reculó. Mientras, el '14' centró para que Klasnic hiciera más grande su hazaña tras la operación de riñón. El balón entró tras tocar en Rüstü, que lo tocó a contrapelo. La selección ajedrezada se veía ya en 'semis'. Pero, ¿acaso alguien creía que con 3 minutos de alargue Turquía no seguiría creyendo? Con el tiempo cumplido –mientras Bilic pedía un cambio–, Rüstü envió el cuero desde su campo directo hasta el área croata, y tras un par de segundos de incertidumbre –y de falta de contundencia croata–, Senturk la empalmó directa a la escuadra de Pletikosa para después mandar callar a la afición balcánica. De locos. Bilic se mostraba entre atónito e indignado –sobretodo con Mejuto- con lo que veían sus ojos. A Croacia entera le parecía una película de terror. A los turcos les resultaba ya de lo más normal.

Luego llegó la tanda. La estupefacción de unos y la fe de otros acabaron por finiquitar la eliminatoria. Turquía ha llegado ya al penúltimo escalón. Su siguiente rival será Alemania. Eso ya les da igual. Lo único que les compete es seguir creyendo.

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jueves, 19 de junio de 2008

Balas en la recámara

Por Albert Valor


España siempre ha sido un país con tendencia a la crítica fácil. El día que Luis dio la convocatoria para la Eurocopa, hubo división de opiniones. Ya casi nadie discutía sobre la ausencia de Raúl, pero muchos echaban en falta a extremos puros como Capel o Joaquín, y Riera o Navas en segunda instancia. A última hora, el Sabio supo que no podría contar con Bojan. Eso, unido al mal tramo final de temporada realizado por el extremo manacorí, dio entrada a Sergio García y Cazorla en la lista final.

Aunque ahora extinguidas, hubo críticas respecto a la inclusión de este último. Que si ‘ya tenemos muchos como Cazorla’, que si ‘para llevarme a Cazorla me llevo Joaquín aunque no esté al 100%’… Zanjado el 'tema Raúl', por algo había que discutir. Pero parece que ya ningún detractor se atreve a alzar la voz. El asturiano ha tenido suficiente con dos ratitos y un partido de trámite para mostrar sus credenciales como revulsivo de lujo: capacidad de sobras para llevar el balón cosido a la bota, gran visión de juego, buen cambio de ritmo para romper entramados defensivos, incursiones tanto por el centro como por las bandas... Quizá el sistema de la Roja necesite un jugador polivalente y que a la vez se distinga en algo de los demás jugones.

Luego está Güiza, el hombre que un día decidió que cuando marcara un gol emularía a su ídolo Kiko Narváez. Cuando el mallorquinista estaba enrolado en las filas del Ciudad de Murcia, su presidente dijo en una ocasión: “Hemos fichado al delantero con más talento de España, pero también al más golfo”. El hombre se refería al idilio que el jerezano mantenía con la noche, puesto que en más de una ocasión llegaba con resaca a los entrenamientos. Poco se imaginaba el joven Dani que un lustro después estaría en un torneo internacional de selecciones, tras haber encontrado el equilibrio personal gracias al matrimonio con la antaño polémica Núria Bermúdez –que también es su representante–, una mujer que estaba más cerca de la farándula que del fútbol profesional cuando su esposo era un fiestero y que también le ha dado dos retoños –y van camino del tercero–. Pero así es la vida, y a veces las mezclas explosivas dan estos excelentes resultados.

Hoy Güiza está en Austria –apoyado en todo momento por su cónyuge– tras haber completado una campaña espectacular con el Mallorca, que además le ha encumbrado como pichichi –27 goles–. No ha debutado en el torneo hasta que se ha resuelto la clasificación, pero de no ser por las exhibiciones del Guaje, puede que muchos hubieran pedido su entrada, porque si algo asegura el arquero actualmente, es gol. Y compromiso. Que nadie olvide que prefirió debutar como internacional en un amistoso antes que ver nacer a ¡su hijo! Atentos, porque si nuestra dupla no tiene el día –Dios no lo quiera–, puede tener su momento.

Otro tema es el de la media. Quizá sea esta la zona más definida del equipo, ya desde la fase de clasificación. Pero si algo le falta a esta medular, más allá de si hay que discutir la facilidad para entrar por las bandas, es el atrevimiento a chutar de lejos. Y hoy Xabi Alonso y De la Red nos han demostrado que descaro para ello precisamente, no les falta. Sensacional el remate a bote pronto de Pumuki para empatar el duelo –también sensacional la dejada de Güiza, y eso que su mejor arma es el gol–. Además, sería una baza importante para el juego aéreo. No creo que Donadoni lo tenga muy estudiado. De Xabi hay poco que decir en ese aspecto, no vamos a descubrir ahora su facilidad para el zapatazo después de sus años en Anfield y en su casa de Donosti. Hoy ha dado varias muestras de su repertorio.

Luis ha recibido muchas críticas desde que está en este banquillo y se le puede acusar de muchas cosas. Pero al César lo que es del César. Él ha sabido ver el talento de muchos jóvenes emergentes y ha llevado de forma equilibrada el cambio generacional al combinado nacional. Si ha dejado algunos fuera es porque hay que llevar a 23. No a 45. Se puede ganar o perder, pero lo que seguro tenemos son mimbres para dar la cara. Y acabo: no es por desmerecer a Capdevila, está haciendo un papel aceptable, pero el momento de forma que vive Navarro es sensacional. Lo de los centrales es otra cosa.

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miércoles, 18 de junio de 2008

El verso libre contra el teletipo

Por Cristian Naranjo


España e Italia son dos países acostumbrados a mirarse de cerca. Muy próximos geográficamente, no son escasos los paralelismos históricos, sociales, culturales y económicos que mantienen. El fútbol de selecciones tampoco es ajeno a esa longeva relación. Desde 1920, la Roja y la azzurra se han enfrentado en 9 partidos oficiales –Juegos Olímpicos, Mundiales y Eurocopas– y 18 amistosos. El balance de victorias es abrumador a favor de Italia en los grandes torneos: seis victorias por una de España –1920, JJOO de Amberes, casi en la prehistoria. Con cuatro trofeos mundiales y uno europeo en sus vitrinas, la capacidad de los transalpinos a la hora de batirse el cobre está más que probada.

Para los jóvenes que nacimos a mediados de los ochenta, USA '94 supuso nuestro primer contacto con las desgracias de la selección. Yo tenía 9 años y el fútbol aún no formaba parte de mis prioridades. Me recuerdo junto al televisor a la hora del partido, tras haber apurado hasta la noche un intenso día de piscina. No tengo presente el gol de Caminero. Sí el de Baggio. Sí la sangre de Luis Enrique sobre el blanco perla de la segunda equipación. En suma, sí la impotencia. La misma de todas las decepciones posteriores.

Catorce años después, España vuelve a verse las caras con Italia, la squadra azzurra de toda la vida, con su concepción del fútbol a medio camino entre lo admirable y lo mezquino. Como siempre ha llegado a la cita sin encandilar, a trompicones y generando dudas a periodistas y aficionados. Pero ya la tenemos aquí. Con su Panucci, su Luca Toni, su Buffon y su Donadoni, que en el '94 estaba en el campo y ahora está del otro lado de la línea de banda.

La selección italiana es criticada y odiada porque siempre busca sacar el máximo provecho de la mínima propuesta. En un ejercicio de negación de los propios azares del juego, la azzurra suele destruir mucho más de lo que produce. Se trata del famoso catenaccio, un concepto tan arraigado en la selección como en el calcio; un fútbol en las antípodas del de Brasil y Holanda. Lo cierto es que siempre jugaron y ganaron así, con lo que tienen motivos para seguir cultivando su dañino modelo. Pero que no cuenten conmigo para la causa. Yo soy de Iniesta, no de Perrotta.

De hecho, el contraste de estilos está servido en la zona ancha: De Rossi, Ambrosini, Aquilani, Perrotta y Camoranesi frente a Senna, Xavi, Iniesta, Silva y Cesc. No voy a perder tiempo en pronósticos. Es un duelo en las alturas: o cal o arena, o azul o rojo, o tú o yo. Los contendientes se conocen a las mil maravillas. Saben a qué hora y para qué están citados. Hay muchas cuentas pendientes de ser saldadas. Es tradición contra ilusión; guerreros curtidos contra imberbes descarados; el fútbol de toque contra el directo; el verso libre contra el teletipo; rosas y revólveres. La camada de Luis tiene lo propio de los poetas, excelsos cuando encuentran la inspiración y condenados a sufrir ante el blanco nuclear cuando se desconectan. Lo contrario es Italia, un revólver que te mata si te giras, una batería de teletipos: un fútbol pragmático, uniforme y repetido en serie. Se trata de la belleza del juego contra la pura mercancía. Hasta ahora ya sabemos quién se impuso, pero hay que volver a dirimirlo. Va a ser un choque a cara de perro en cualquier caso. El verbo ágil se ha de imponer a la proteína. Es un España-Italia en los cuartos de una Eurocopa. Palabras mayores.

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La importancia de 'San' Buffon

Por Albert Valor


Lubos Michel y Massimo Busacca pitaban casi al unísono el final del Francia-Italia y del Holanda-Rumanía, respectivamente. Al final no hubo tongo rumano-holandés. Italia estará en cuartos. Y lo estará porque el cuadro que dirige Van Basten ―que jugó muchos años en el calcio― no tuvo pensamientos de futuro ególatras y sí amor por el fútbol, y resolvió en el segundo tiempo con un once plagado de suplentes pero no por ello poco competitivo. A todos nos gustaría que nuestra delantera reserva la formaran Robben, Huntelaar y Van Persie. Por otro lado, está claro que en Italia todo el mundo se acuerda ahora del penalti que San Buffon le paró a Mutu el pasado viernes.

El partido empezaba ya segundos antes de que el trencilla pitara, y en el duelo de los himnos, Italia tomaba ventaja, sobre todo por el ímpetu con el que Talentino entonaba el final, ese 'Siam pronti alla morte L'Italia chiamò' que dejaba a La Marsellesa en un canto de segunda fila.

Todo esto pareció un presagio, ya que a los 7 minutos Francia se quedaba sin el único hombre capaz de cambiar el ritmo del partido. Franck Ribéry se lesionaba solo después de cometer falta sobre Zambrotta y dejaba su puesto a Nasri, que debía ejercer de Mesías entre tanto músculo. Demasiada presión para el joven de origen argelino. Sin quererlo, Domenech, que había cambiado a media defensa, había hecho ya el relevo generacional que tanto pedía la afición gala. Sólo Makélélé y Henry representaban a aquella vieja guardia que tanta gloria dio a nuestros vecinos.

Poco después, el equipo del gallo empezaba a doblar la rodilla. Corría el minuto 24 cuando Abidal, de improvisado central, cometía penalti sobre un Toni que demostró que un buen delantero no sólo es decisivo por sus goles. No sólo forzó la pena máxima, sino también la expulsión del lateral culé. Segundos después, Pirlo anotaba mientras Buffon, girado hacia la grada, no quería mirar. No recordaba que detrás de su portería ―la misma en la que cuatro días antes había rescatado el último aliento italiano― estaba una de las pantallas del Letzigrund, así que también lo vio en directo.

El pobre Nasri, que había sustituido a Scarface 15 minutos antes, se tenía que volver a sentar en el banco para que la entrada de Boumsong reestructurara la defensa. Demasiados desajustes para un equipo ya de por sí confundido y que ahora debía jugar con uno menos.

De aquí al descanso hubo más bien poco, si acaso un chut de Henry que se marchaba cerca del poste y una falta botada por Grosso ―provocada por un De Rossi que aprovechó la oportunidad para reivindicarse como todocampista muy fichable― que sí pegaba en la madera. En ese momento, en el otro duelo, Codrea enviaba al limbo una ocasión cocinada por Mutu. Tras un último achuchón francés, Michel enviaba a los contendientes camino de los vestuarios. No significaba que por andar escaso de fútbol de alto postín, al partido le faltase emoción, más que nada por lo que se jugaban los dos gigantes contendientes.

Al poco de reanudarse el choque, mientras Italia veía que si llegaba a cuartos, además de Pirlo, perdería a Gattusso ―ambos por acumulación de tarjetas―, Huntelaar avanzaba a los Oranje en el otro duelo. A los 61', tras el lanzamiento de una falta, De Rossi hacía el 2-0 después de que el cuero rebotara en la barrera. Italia veía factible, después de nueve enfrentamientos y treinta años, volver a ganar a les bleus en el tiempo reglamentario.
Pero cuando parecía que Francia se empezaba a despedir de la Eurocopa con un fútbol lento, cansino y previsible, Benzema hacía volar a Buffon para que la extremaunción de los suyos fuera con la cabeza alta. Las noticias que venían de Berna seguían siendo satisfactorias para los azzurri, puesto que Rumanía no podía con los suplentes de Van Basten.

A los 81', Donadoni quitaba a Gattusso y daba entrada a Aquilani para que el romanista se fuera aclimatando a la posición que ocupará desde el inicio contra la Roja. No sería de recibo celebrar las ausencias de Andrea y Genaro, puesto que si los transalpinos juegan el domingo con Aquilani y De Rossi, que sustentan a la media más jugona del calcio junto a Perrotta –que también podría ser de la partida―, más Ambrosini haciendo de perro de presa, Italia seguirá contando con una medular de garantías.

Mientras el grupo de la muerte agonizaba, Van Persie ponía la puntilla a Rumania para que la parte azzurra ―que no azul― del estadio Letzigrund de Zurich empezara a festejar el pase a cuartos. Corría el minuto 86. Pero aquí no habría milagro al estilo turco, ni héroes ni villanos de última hora.

Habrá duelo hispano-italiano en cuartos. Villa querrá ganar por Lucho. Casillas y Buffon se medirán por un lugar en el olimpo de los '1'. Habrá duelo de Santos. Y en la media, por exigencias del guión, de jugones.

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lunes, 16 de junio de 2008

Y Turquía sigue creyendo

Por Albert Valor

Hace unos días hablaba con unos amigos de la alarmante falta de goles, emoción y buen fútbol en esta Euro’08. Hoy me tengo que callar. Es posible que, más allá de los buenos momentos que nos han regalado Portugal, Holanda y España, haya visto, concentrado en 20 minutos, todo lo que no he visto durante toda la temporada; la porción de fútbol más pura en lo que llevamos de Eurocopa. Turquía, que se veía en la calle, ha apelado a la pasión que lleva su gentilicio para dejar fuera a los checos a base de ímpetu, fe y calidad, sobre todo la de un Nihat que se iba a ir de vacaciones con más pena que gloria y que se ha convertido en héroe en 3 minutos. Empieza a ser el del Villarreal.

Teniendo a sus órdenes a una de las peores defensas del campeonato, Fatih Terim habrá pensado que ya daba igual perder por 2 que por 4 y ha lanzado a sus chicos al ataque quemando todas las naves. En estos últimos minutos hemos vivido de todo. Fútbol en estado puro: errores de bulto, golazos, destellos de calidad, detalles feos ―como el de Demirel con Koller― y sobre todo, la pasión con la que 22 jabatos, 11 por cada bando, defendían a su patria con el cuchillo entre los dientes. Eso que quizá le falte a España.

El partido se ha decidido, no obstante, por un simple detalle: la creencia en uno mismo. En este caso la creencia de un equipo, de todo un país que vive el fútbol como una religión, en sí mismo. Allá por el minuto 60 Plasil anotaba, tras una triangulación perfecta de los centroeuropeos, el 0-2. Koller había hecho el primero antes del descanso. Los checos ya se veían en cuartos e incluso Polak pudo finiquitar el encuentro, pero su disparo pegó en la madera. Aún así, Turquía seguía creyendo. Un cuarto de hora después, Arda Turan, uno de los tapados del torneo y que ya fue héroe hace 4 días frente a Suiza, recortaba distancias. Los checos se echaban entonces atrás para contener los ataques otomanos. Turquía, por su parte, seguía creyendo. A los 88’, Nihat, tras un error garrafal del gran Cech, empataba el partido. Las radios y las televisiones de medio mundo ya anunciaban los morbosos penaltis, los primeros en la historia de una Eurocopa en su primera fase. Cech pensaba ya en redimirse con los 11 metros mediante y algunos de los jugones checos ya veían inevitable emular a su gran antepasado futbolístico, Antonín Panenka, para salvar los muebles. Pero Turquía seguía creyendo. No le bastaba con haber forzado los penaltis. Y tan grande fue el corazón de los turcos, que al final Nihat la rompió en un mano a mano con el meta del Chelsea, resuelto de forma inapelable.

Fue entonces cuando Chequia, un tanto superada por los acontecimientos, se lanzó al ataque para volver a igualar la balanza, la del electrónico y la psicológica. Pero ya era demasiado tarde. Turquía había creído demasiado como para venirse abajo. Tanto, que a Volkan no le importó tocarle la cara a Koller para dejar a los suyos con diez, y a Tuncay rezando bajo los palos de improvisado cancerbero. Un minuto después, se confirmaba la hombrada. Después de creer hasta el final, Turquía alcanzó los cuartos y la gloria del que nunca desfallece. La República Checa, un buen conjunto pero que ha sido algo rácano en este europeo, se va a casa porque le faltó tesón y le sobró conformismo en los minutos decisivos.

El buen fútbol es como la pasión, siempre vuelve a nuestras vidas. Y hoy toda Turquía, el final de Europa o el principio de Asia, empezando por Nihat y acabando por Volkan, pasando por Fatih Terim o por los que estaban en la grada, todos, nos lo han demostrado. Ahora les espera Croacia, una selección que, con el toque rockero de su entrenador Slaven Bilic, juega ―y lucha― los 90 minutos. Pero Turquía sigue creyendo.

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10 añitos en el infierno

Por Albert Valor


Cuando en la temporada 99-00 el Atlético bajaba a la Segunda División, el club colchonero preparó un slogan para alentar a los suyos. ‘Un añito en el infierno’, rezaba el anuncio en el que un Kiko en posición acrobática representaba la esperanza de una afición tocada, nunca hundida. El añito no resultó ser tal; al final fueron 24 largos meses. A día de hoy, en Gijón se ríen de esos 2 años. Y digo hoy, porque por fin les ha llegado la hora. A diez minutos del final, el canterano Luis Morán marcaba el gol definitivo. El gol que ponía el 2-0 y confirmaba el ascenso. El esperado regreso a la gloria 10 años después. Aquella temporada 97-98 el Sporting firmaba una de las peores temporadas de un equipo en toda la historia de Liga española ―sólo 13 puntos en 38 jornadas―, que evidentemente sellaba su caída al infierno.

Durante una década, uno de los equipos históricos de la Primera División ha sufrido las miserias de una categoría igualadísima, loca y que siempre depara desgracias inesperadas ―sin ir más lejos, hoy el Cádiz, otro histórico, ha fallado un penalti en el quinto minuto del alargue que le condena a la 2º B; un lanzamiento que tras pegar en el palo y en el cuerpo del arquero del Hércules, se ha marchado a córner―. Los rojiblancos han empezado muchos años como un tiro, y han sido líderes durante la primera vuelta. Pero la segunda parte de una temporada muy larga acababa por alejarles de la gloria y sumirlos en una resignación tras otra.

Una región uniprovincial que en los noventa vivía en primera uno de los derbis por excelencia del balompié español, el Sporting-Oviedo ―si antes decía que los dos añitos del Atleti en la categoría de plata provocaban risas en Gijón, a los carbayones, en Tercera, les provoca carcajadas oír que en Gijón hablan del infierno de Segunda―, un duelo que tras ser amputado en la máxima por el descenso sportinguista, en apenas tres años vio como el Oviedo, con la inauguración de un nuevo y flamante estadio incluida, daba con sus carnes en Tercera por deméritos sobre el césped y falta de buena gestión en los despachos. Atrás quedaban los duelos en que los rusos Lediakhov y Tcherischev, por parte sportinguista, y la magnífica dupla formada por el panameño Dely Valdés y el uruguayo Héctor el Tito Pompei, por parte ovetense, ponían la pólvora.

Hoy Asturias, en un mes de junio en el que parece que sólo exista la Eurocopa, ha regresado a la élite aunque sólo sea a medias. El Sporting dejará de visitar Ipurúa y el Helmántico para preparar sus visitas al Camp Nou y al Bernabéu. En la 2008/09 tratará de dar el salto de calidad necesario para afianzarse en la Liga de las Estrellas apelando a su historia, recordando que mitos como Quini, Luis Enrique o Villa ―héroe local y nacional en estos momentos― salieron de El Molinón. También le puede servir para subsistir esa gran cantera que es Mareo, una de las mejores de España. Entretanto, cada año mirará de reojo las fases de ascenso de categorías inferiores hasta que un día se reencuentre con su rival del alma. Por el bien de la tradición, esperemos que sea en Primera.

Para acabar, sólo me queda felicitar a un Málaga que también regresa a la élite tres años después y a los cuatro equipos que hoy regresan al fútbol profesional procedentes de las catacumbas de la Segunda B: el Huesca ―ojo al derby aragonés de la temporada que viene―, al Rayo Vallecano, al Alicante y en especial a un Girona que, a parte de ser un equipo al que he seguido toda la temporada de cerca, regresa a Segunda 52 años después. Seguro que a diferencia de otros, jugar en el supuesto infierno no les sabrá a hiel.

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David 'Ambición' Villa

Por Cristian Naranjo

La Roja estuvo a un minuto de dinamitar la carga de ilusión generada tras la desmedida campaña de Cuatro y el festival ante Rusia. Un primer cuarto de hora de fútbol a cuatro vértices permitió a la selección seguir advirtiendo a Europa con el balón por bandera. Torres se aprovechó de su agilidad para acabar una jugada digna de ser enmarcada con honores y que además nació en la esquina, dato que habla de las mejoras introducidas por Aragonés en el sistema de ataque. A partir de ahí, Suecia estaba a priori condenada a jugar a contrapelo, tremendamente exigida por el toque de la selección. El guión parecía perfecto para los españoles, entregados de nuevo a la sapiencia de Xavi.

Fue entonces cuando llegaron las malas noticias. Al destape de las vergüenzas defensivas de la Roja se unió la lesión de Puyol, de largo el mejor central nacional a pesar de su bajón. El gol del hijo de Ibrahim ―el sufijo '-ovic' significa 'descendiente de' en los Balcanes― llegó precedido por el obligado cambio de piezas en la zona trasera. Entró Albiol, de perfil similar al de Marchena: grande, fuerte, contundente, y ahí terminan sus virtudes. Es una lástima que la categoría de la cobertura española no alcance la del resto de líneas; de ser así estaríamos ante un equipo dotado de tracción a las cuatro ruedas.

La retirada del yunque Ibra en la pausa descabezó a los suecos, resignados por fin a la ardua tarea de buscar con escaso éxito un objeto blanco entre casacas rojas. Si algo distingue a la selección es que ama el balón como Oliver Atom: lo mima, lo pule, lo guarda para sí. A tipos como Xavi ―94% de efectividad en el pase durante el partido―, Iniesta y Cesc habría que darles otro esférico a parte. De lo contrario, para que lo suelten hay que celebrar su réquiem.

Y así, mecida por un tuya-mía tan abrumador como estéril, la Roja se veía una vez más ante el vía crucis de evocar su legado perdedor. Ocurre que el fútbol se rige por leyes indescifrables que a veces derivan en sentencias insospechadas. En el 92', cuando ya nadie le esperaba, Villa emergió desde el fondo de las minas de Tuilla para seguir dando cuenta de su ambición. Los réditos que genere esa voracidad van a marcar el destino de la selección de cuartos en adelante. De momento el Guaje parece obstinado en querer versionar al mejor Eto'o. Un gran síntoma para España, casi siempre deficitaria de raza, acierto... y fe.

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sábado, 14 de junio de 2008

'La Naranja Metálica'

Por Albert Valor

La Holanda de los 70, la que dirigía Johan Cruyff en el campo y Rinus Michels desde la banda, maravilló al mundo durante los mundiales de Alemania ‘74 y Argentina ‘78. Su problema fue que ese idilio que mantenía con el espectáculo transcurría paralelo a su divorcio con los grandes trofeos. Johnny Rep, Johan Neeskens, Robert Rensenbrink, Ruud Krol, el Flaco y compañía mostraron el fútbol total al gran público. Había nacido La Naranja Mecánica.

Una década después, en 1988, una nueva versión de fútbol en estado puro conquistaba la Eurocopa de naciones en Alemania. Aquella escuadra, cuya columna vertebral formaban Koeman, Rijkaard, Gullit y Van Basten, por fin consiguió llevar un título a las vitrinas de la KNVB. En la final frente a la URSS, el Cisne de Utrecht sentenció el partido conectando sin ángulo un remate que al salir de su bota se convirtió en un misil directo a la red que defendía Dasaev; quizá sea el mejor empalme de todos los tiempos por fuerza, colocación, elegancia y magia ―qué bonito hubiera sido no tener sólo 2 años para poder contar que lo vi en directo. Ese torneo y sus posteriores temporadas en el Milan de Arrigo Sacchi coronaron a un jugador que, de no ser por una lesión que le hizo colgar las botas con tan sólo 29 años, hoy sería considerado el 5º grande sin ningún tipo de dudas.

Quizá desde el día en que dijo adiós a los terrenos de juego, Marco Van Basten tiene una espina clavada. Una espina que quizá se quiera quitar en la etapa que ahora vive en su vida profesional, la de entrenador. De Holanda para ser más exactos. Es evidente que el genio que Marco llevaba dentro guarda regalos que su elegante figura ya nunca podrá mostrar sobre el tapete, y a nadie más que a él le dolerá. Pero el sistema de juego que ha ideado para la Oranje en esta Eurocopa de Austria y Suiza ―un modo de juego que ha llegado a ser criticado por ese experimentado entrenador de equipos en la sombra que es Cruyff― quizá le permita redimirse.

Van Basten ha diseñado un equipo rocoso, que no está constantemente enamorando a la grada como aquel equipo que él veía por televisión cuando era sólo un crío ni que alberga tanto talento como el del que él formaba parte, pero que sabe leer los partidos, resistir en momentos de poca inspiración y matar al rival con contragolpes mortales, a la par que reuniendo a un grupo de hombres que se encuentra en una plenitud física incuestionable. El Cisne ha creado La Naranja Metálica, un equipo que ciñéndose a los cánones del balompié actual se muestra férreo en la medular, infranqueable en área propia y resolutivo en la del rival, dando muestras de una pegada descomunal en los metros finales.

Entorno al círculo central ―y si empiezo por esta zona es porque a mi entender ahí se encuentra el centro de gravedad del equipo―, Orlando Engeelar y Nigel De Jong secan la brújula de los rivales ―Pirlo y Gatusso; Makélélé y Toulalan, ya lo han comprobado― mientras Wesley Sneijder guía la nave. Delante del irregular Van der Sar ―sublime en esta recta final de la temporada―, los desconocidos Mathijsen y Ooijer cierran a cal y canto la puerta del área, mientras el incombustible Gio Van Bronckhorst ―quién te ha visto y quién te ve― y el infravalorado ―tanto en el Pizjuán como en Stamford Bridge― Khalid Boulahrouz vigilan las bandas e intentan crear peligro cuando el exhausto extremo de turno lo permite.

La fiabilidad de todos estos jugadores y la capacidad para armar contras de muchos de ellos, hace que con tres atacantes, véase Van der Vaart, Van Nistelrooy y Kuyt, la selección holandesa se haya bastado para destrozar sistemas defensivos durante los dos primeros partidos de esta Euro’08. Y menudos sistemas. Nada más y nada menos que los del campeón y del subcampeón del mundo. Fieras del área, auténticas pesadillas para los atacantes como Materazzi, Panucci, Gallas o Evra, soñarán estos días con el juego de escuadra y cartabón desplegado por la Oranje.

Bien es verdad que en el primer partido, la suerte giró la cara a los transalpinos, que cuando más luchaban por recortar la distancia se encontraron con un tercer tanto que los condenaba definitivamente y que en el segundo, la Francia de Domenech ―ese señor que ha intentado juntar a viejas glorias con savia nueva pero se ha quedado e medias, consiguiendo un resultado parecido al que se obtendría al intentar mezclar el agua con el aceite― se ha visto con el marcador en contra en los primeros compases del partido. Pero un envite dura 90 minutos, y en cada uno de esos 2 actos, Holanda ha infligido crueles derrotas a azzurris y blues. Claro está que el componente de la suerte también ha estado de su lado. Pero la suerte hay que buscarla, dicen.

Holanda ya está en cuartos y además como primera de grupo. A partir de aquí empezarán los partidos a vida o muerte. Y ahí será donde los pupilos de Marco demostrarán si la metalización que han mostrado en esta primera fase seguirá dando sus frutos. De momento parece que este va a ser su año, o al menos eso se cree a estas horas en los Países Bajos. El problema es que los croatas, tras proclamarse como la bestia negra oficial de Germania, también creen lo mismo. Y aquí, esperanzados con que por fin será el año de la Roja, también. No mintamos, todos lo hemos pensado ya, aunque sea sólo una vez: ‘¿Y si este es el año?’

El caso es que en el mercado de la Eurocopa hay mucha demanda y la oferta de la gloria sólo será para uno. Veremos qué pasa al final. El desenlace, el día 29 en el Präter de Viena. A eso de las 11.

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viernes, 13 de junio de 2008

Buffon rescata el último aliento italiano

Por Cristian Naranjo

Haciendo uso de su cuello de cisne, Toni pudo adelantar a Italia al filo de la media parte. Sólo lo evitó Tom Henning, muy riguroso con los azzurri durante todo el partido. No obstante, sería Mutu quien ajusticiara primero la portería contraria, merced a una prolongación perfecta de Zambrotta, que sigue sumido en su depresión deportiva. Sólo quedan pavesas del gran lateral de la Juventus.

El encuentro no ha defraudado por lo que a intensidad y ocasiones se refiere; sí por juego. Ni Rumanía ni Italia están concebidas para enamorar, pero han salido a morderse desde el principio. Con el factor suerte en su contra, los de Donadoni tuvieron que remar río arriba. Panucci, un veterano curtido en mil guerras, reequilibró el partido alentado por la historia de su selección. Había pasado un minuto, y todo volvía a la normalidad: la squadra azzurra dispuesta para una nueva resurrección. Pudo marcar De Rossi entrando con el alma al corazón del área. Incluso Zambrotta tuvo la ocasión de redimirse poniendo un centro desde el fondo. Sin embargo sería Mutu, con el inflexible silbato de Henning mediante, quien tendría en su diestra el privilegio de decidir el destino de Italia. Casi nada. Sucede que bajo el marco le esperaban la esbelta figura y fija mirada de Buffon. Apuesto a que Mutu vio entonces la portería empequeñecer. Sólo así se explica que mandara un balón inocuo al medio. Por su parte, el mejor arquero de la Tierra volvió a constatar su condición para rescatar a su país. Es cierto que a Italia sólo le quedan un 20% de opciones de pasar el corte, pero tratándose del tetracampeón mundial, seguir vivo ya es toda una garantía.

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miércoles, 11 de junio de 2008

Baile de cromos en Can Barça

Por Cristian Naranjo

Mientras la Eurocopa comienza a entrar en calor, el mercado de fichajes parece haber perdido protagonismo mediático. Los grandes clubes no están parados ―todo lo contrario―, pero sí expectantes. Una competición de selecciones es el mayor de los bazares futbolísticos, donde a modo bursátil los precios no hacen más que subir o bajar. Algunos equipos concretaron buena parte de los deberes veraniegos días antes del inicio del Europeo y ahora están tomando posiciones por los jugadores que pretenden, a la espera de que finalice el torneo para poder contratarlos. Entre otros es el caso del Barça, obligado a renovar su plantilla de arriba a abajo tras dos temporadas nefastas. Ocho jugadores azulgranas de la actual plantilla están en la nómina de la Eurocopa: Puyol, Xavi, Iniesta, Thuram, Henry, Abidal, Zambrotta y Deco. El futuro de todos ellos está prácticamente confirmado a excepción del del medio luso. Los tres españoles van a ser pesos pesados para Guardiola; Thuram termina contrato y ya hace tiempo que busca destino; Zambrotta lo tiene cerrado con el Milan; Henry se quedará, ante la falta de pretendientes de altura. Por último, Abidal mantendrá su puesto en el lateral izquierdo a la espera de poder recuperarle físicamente. La gran duda sigue siendo Deco; más aún tras los dos grandes partidos que ha firmado ante Turquía y República Checa. El futuro del todoterreno de origen brasileño condicionará el aspecto final de la media del Barça. Si finalmente decide unirse al proyecto neroazzurro de Mourinho, su compañero de medular en la selección, de nombre casi idéntico al del técnico, podría convertirse en su sustituto: João Moutinho. Cualquiera de los dos complementaría la lista de centrocampistas para la 2008-09. Yo me inclino por pensar que Deco se marchará para ser titular en Italia, ya que ante Xavi, Iniesta, Touré y Keita parece carne de banquillo. Lo de Moutinho es toda una incógnita de momento.

Por ahora, el Barça se ha centrado en mejorar su trinchera en detrimento del armamento ofensivo. Llegaron Piqué, Keita, Cáceres y finalmente Alves. Lo del brasileño merece capítulo a parte por el gran desembolso que ha supuesto. 30 millones de euros ―el tercer fichaje más caro de la historia del club― por un lateral se antoja una cifra desorbitada. Si bien es cierto que Alves era viejo objeto de deseo azulgrana, ese argumento no justifica en absoluto haber cedido a las pretensiones del acre Del Nido. Si Laporta estaba dispuesto a pagar 30 millones, ¿por qué se ha demorado dos temporadas en ficharlo? La liga pasada y la anterior Alves fue dueño y señor del flanco derecho de todos los campos que pisó. Por carácter, sacrificio, velocidad y omnipotencia. Nadie dudaba de que se tratara del mejor lateral posible, a mucha distancia de sus perseguidores. A día de hoy, su fichaje alberga dudas. Sigue siendo el mismo, pero con dos años más y una temporada a medio gas a sus espaldas. Cualquier fichaje del Barça está bajo sospecha desde el día en que rubrica su contrato. Alves, el lateral de los 30 millones, sufrirá un control propio de El show de Truman. En sus piernas está hacer olvidar su precio. Sergio Ramos sabe algo de eso.

Perfiladas casi por completo la media y la defensa, sorprende el agujero existente en el frente de ataque titular. Un agujero que puede ser negro azabache de confirmarse la marcha de Eto’o. Por principios, el que escribe nunca renegaría del delantero africano. Soy de los que opina que fue él quien le añadió el picante al hasta entonces bondadoso equipo de Ronaldinho. El Barça nunca habría ganado dos Ligas y una Champions sin el estilete camerunés. No creo que nadie haya olvidado sus señas de identidad: derroche físico, garra, desmarque, velocidad punta y gol; mucho gol. Por todo eso cuesta imaginarse un Barça ganador sin él. Villa responde al mismo perfil de delantero. Añade más calidad técnica que el camerunés y posee el mismo olfato goleador, pero no está dotado de su sexta velocidad. La regularidad que exige un equipo grande sería el gran reto del asturiano. Hay otras alternativas, todas ellas con inconvenientes: Benzema sería un fichaje tan caro como arriesgado de asumir; Drogba encajaría bien en el dibujo, pero como solución transitoria; Güiza se ha destapado como goleador, pero no tiene el cartel suficiente; Adebayor reúne grandes condiciones y al parecer es el preferido de Guardiola, pero será difícil sacarle del Arsenal tras haber explotado este año; Ibrahimovic… fue un bonito sueño de verano.

El problema de suplir la marcha de Eto’o radica en lo bueno que es al 100%. Que nadie dude de que será harto complicado sustituirle sin salir perdiendo en una o varias facetas. Estaremos atentos. Por lo pronto, el próximo fichaje sigue sin apuntar al centro de la delantera sino a la banda. El bielorruso Hleb aportará capacidad de asociación, calidad, movilidad, desborde y trabajo, pero el gol no parece ser lo suyo. El cenit del deporte rey está reservado para un selecto grupo de elegidos. El Barça sigue en busca del suyo cuando en realidad ya lo tiene. El fútbol, como la vida, es una eterna paradoja.

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De la mano de Iniesta y Villa

Por Cristian Naranjo



Tras debutar en la Eurocopa, no parece mala noticia estar entre las tres selecciones que han desplegado mejor juego hasta el momento junto con Holanda y Portugal. Y aunque suene a agrio presagio mundialista, marcar cuatro goles siempre es sinónimo de jolgorio justificado. No obstante, no es conveniente apuntarse al carro de la euforia de buenas a primeras. Al fin y al cabo se trata de España, la misma selección que lleva acumulando batacazos desde el 84. Mentira, no es del todo cierto. En este equipo habitan jugadores que huelen distinto. La lista la encabeza Iniesta, un tipo tan poco agraciado en el plano físico como portentoso en el mental; alguien que en caso de medir 1'85 y ser tan ubersexual como Zidane tendría plaza preferente en el olimpo. Después está Villa, el delantero perfecto para ir a la guerra: ambicioso, luchador, veloz, hábil... y acreditado como el que más en el arte de golear. Hoy le ha hecho un traje a los rusos de patrón asturiano. A su lado juega Torres, a priori el punta más titular de todos por su excelente temporada. La lacra del Niño es su incapacidad para producir en espacios reducidos. Ocurre que hoy Rusia ha salido a dar la cara y Torres se ha hinchado a tirar desmarques en carrera.

Iniesta, Villa y Torres, secundados por la raza de Ramos, el pundonor de Puyol, la brújula de Xavi, la llegada de Cesc, el vuelo de Casillas y el aporte de perfectos jugadores de fondo de armario como Cazorla y Güiza forman un grupo apto para defender a la selección con dignidad. Nadie sabe donde se estrellarán: puede que en cuartos, puede que en semis, puede que en la final… No me imagino a Casillas levantando el trofeo, pero sí creo en ir partido a partido resolviendo los problemas tal y como vayan apareciendo. Por lo pronto, no todos los equipos saldrán a atacar como lo ha hecho Rusia, lo cual aminora la pegada de la selección, acostumbrada a aburrirse y a aburrir cuando enfrenta a equipos cimentados en el culto al cerrojazo. El próximo escollo se llama Zlatan y se apellida Ibrahimovic. Hoy ha firmado el mejor gol de lo que llevamos de Eurocopa. Sin embargo, Aragonés no debe preocuparse tanto del imprevisible punta como del posible entramado defensivo ideado por Lagerbäck. Si la selección se apoya en Iniesta para trazar el camino y en Villa para penetrarlo, España tendrá mucho ganado en su aspiración por ser primera de grupo. Más adelante habrá tiempo para escudriñar la frontera de cuartos. Mientras tanto, hay vía libre para soñar.

martes, 3 de junio de 2008

¿Podemos?

Por Albert Valor



La selección española no pertenece a esa estirpe de selecciones como Italia –capaz de ganar 2 de sus 4 Copas del Mundo los mismos años en los que su liga se ha visto salpicada por el escándalo de la compra de partidos– o Alemania –que un día de verano de 1954 derrotó en la final de la copa Jules Rimet a uno de los mejores equipos de todos los tiempos (la Hungría de Czibor, Puskas o Boszik, entre otros) sin saber aún cómo; o que en 1990 tuvo tiempo de vengarse del Pelusa y sus otros 10 comparsas, que los habían derrotado 4 años antes en México-, selecciones en las que la mayoría de sus internacionales jugaban en la liga de su país –con excepción de la Manschaft campeona en Italia ’90, que confirma la regla– y con el coraje como bandera. Tampoco pertenece al estilo de Argentina o de Brasil, combinados que en época de trabajo reparten a sus figuras por las mejores ligas de Europa para tocar la gloria algún verano de cada 4 años, y casi siempre guiados por un faro superlativo, aquél que separa a vencedores de vencidos, desde Pelé hasta Maradona, pasando por Garrincha o Kempes.

Dicen que España nunca ha tenido un gran jugador al nivel de éstos, alguien que guiara a los nuestros hacia la gloria. También está en boca de todos que España nunca ha ganado nada. Quizá lo dicen porque no recuerdan que, en 1964, España ganó la Eurocopa de naciones en una final ante la URSS que resolvió el gallego Marcelino cuando el partido ya agonizaba. Tampoco recuerdan que el emblema de aquel equipo era Luis Suárez, un jugador que además logró de la mano de Helenio Herrera llevar al Inter de Milán a conquistar sus 2 primeras –y únicas– Copas de Europa y que hoy por hoy es el único futbolista español que tiene el Balón de Oro.

Actualmente, España está entre medio de esos dos estilos descritos antes y muy lejos de ellos a la vez. También parece difícil acercarse al estilo del combinado campeón en el 64 aunque coincidamos en que este año también hay sede olímpica asiática –antes Tokio, ahora Pekín– y en la convocatoria dos jugadores del Real Madrid –ayer Zoco y Amancio, hoy Casillas y Sergio Ramos–. El caso es que el Sabio aún está por encontrar definitivamente el patrón de juego de la roja: a día de hoy, sólo sabemos que la Selección apostará por el toque, pero nos falta saber si Cesc encajará con Xavi, si Villa acompañará a Torres –o si Torres acompañará a Villa–, y si la pareja de centrales necesita algún retoque.

Con todas estas premisas, el ambiente que vive la afición no es precisamente de euforia, lo cual puede ser favorable. También lo sería no apabullar a Rusia en el primer partido, al más puro estilo del debut en Alemania 2006, cuando la Ucrania de Sheva cayó por 4-0 ante los que iban a ser los nuevos campeones del Mundo según Marca y As. La verdad es que el lema que Cuatro ha elegido para alentarnos de cara a la cita en Austria y Suiza no se lo creen ni Los Manolos –por Carreño y Lama–, pero eso también es positivo; como lo sería pasar la primera fase con más pena que gloria –daría lo mismo ser primeros que segundos– para no crear falsas esperanzas en el respetable. Una vez en cuartos empezaría la hora de la verdad para los nuestros. Ahí el rival será un coco: o Italia, o Francia, u Holanda –y no olvidemos a Rumanía, según Luis, uno de los favoritos y de los que nadie habla–.

Con un equipo para tener el balón pero también con futbolistas para jugar a la contra –Cazorla, Xabi Alonso, Fernando Torres– pese a no contar con un extremo puro, España debería desarrollar entonces el papel de agente doble. Sea cual sea el rival, Luis ya debería tener claros para entonces los once guerreros que por fin nos harían pasar de cuartos en la época moderna, y el equipo debería ser la mezcla perfecta entre tiqui-taca y catenaccio, entre pianistas y asesinos, asociados para matar al rival cuando menos se lo espere. Es posible que la combinación entre los que juegan aquí y los ingleses –Xabi, Cesc y el Niño (quizá el protagonismo que estos dos últimos puedan tener en el equipo sea clave)–, que han conocido los recovecos de otra concepción del fútbol, sea la fórmula.

Se pueden hacer mil pronósticos, pero ya sabemos que en el fútbol cualquier predicción puede quedar en broma –recuerden que en la Copa del Mundo de 2002 todo el mundo apostaba por una final entre Francia y Argentina, eliminadas en la primera fase, y nadie daba un duro por Brasil, a la postre campeona, o que en la Euro ’96 la subcampeona del mundo, Italia, tampoco pasó de la liguilla–. Piensen ahora en la sorpresa que se llevó el Planeta Fútbol cuando la República Checa llegó a la final del 96 en Wembley para después morir en la orilla liderada por un mediocampo demoledor formado por la valentía de Karel Poborsky, el pundonor de Patrik Berger y la calidad emergente de Pavel Nedved; o cuando en la última cita europea de selecciones, Otto Rehaggel reunió a 11 gladiadores al más puro estilo de los ejércitos de Alejandro Magno, con una columna vertebral formada por Nikopolidis, Dellas, Zagorakis y Charisteas, apostando por contener los ataques del rival y aprovechando cualquier error para acabar con ellos. Así se deshicieron de Francia en cuartos, la vigente campeona por aquel entonces; de la República Checa en semifinales, la mayor favorita para alzarse con el trofeo; y de Portugal, la anfitriona, en la final. La principal baza de cualquier campeón –y sobre todo de aquella Grecia– es apostar por un patrón de juego y llevarlo hasta las últimas consecuencias.

Quizá sea la hora de que la selección española defina el suyo. Quizá teniendo el balón. Quizá jugando a la contra. Quizá con una mezcla de ambos –y siempre creyendo en lo que ponga sobre el tapete–, creando un nuevo estilo entre la LFP y la Premier que pase a los anales de la historia. Sólo así Casillas puede levantar la copa Henry Delaunay el 29 de junio en el Ernst Happel de Viena. Sólo así podemos.

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La motivación se llama Cuatro: