martes, 3 de junio de 2008

¿Podemos?

Por Albert Valor



La selección española no pertenece a esa estirpe de selecciones como Italia –capaz de ganar 2 de sus 4 Copas del Mundo los mismos años en los que su liga se ha visto salpicada por el escándalo de la compra de partidos– o Alemania –que un día de verano de 1954 derrotó en la final de la copa Jules Rimet a uno de los mejores equipos de todos los tiempos (la Hungría de Czibor, Puskas o Boszik, entre otros) sin saber aún cómo; o que en 1990 tuvo tiempo de vengarse del Pelusa y sus otros 10 comparsas, que los habían derrotado 4 años antes en México-, selecciones en las que la mayoría de sus internacionales jugaban en la liga de su país –con excepción de la Manschaft campeona en Italia ’90, que confirma la regla– y con el coraje como bandera. Tampoco pertenece al estilo de Argentina o de Brasil, combinados que en época de trabajo reparten a sus figuras por las mejores ligas de Europa para tocar la gloria algún verano de cada 4 años, y casi siempre guiados por un faro superlativo, aquél que separa a vencedores de vencidos, desde Pelé hasta Maradona, pasando por Garrincha o Kempes.

Dicen que España nunca ha tenido un gran jugador al nivel de éstos, alguien que guiara a los nuestros hacia la gloria. También está en boca de todos que España nunca ha ganado nada. Quizá lo dicen porque no recuerdan que, en 1964, España ganó la Eurocopa de naciones en una final ante la URSS que resolvió el gallego Marcelino cuando el partido ya agonizaba. Tampoco recuerdan que el emblema de aquel equipo era Luis Suárez, un jugador que además logró de la mano de Helenio Herrera llevar al Inter de Milán a conquistar sus 2 primeras –y únicas– Copas de Europa y que hoy por hoy es el único futbolista español que tiene el Balón de Oro.

Actualmente, España está entre medio de esos dos estilos descritos antes y muy lejos de ellos a la vez. También parece difícil acercarse al estilo del combinado campeón en el 64 aunque coincidamos en que este año también hay sede olímpica asiática –antes Tokio, ahora Pekín– y en la convocatoria dos jugadores del Real Madrid –ayer Zoco y Amancio, hoy Casillas y Sergio Ramos–. El caso es que el Sabio aún está por encontrar definitivamente el patrón de juego de la roja: a día de hoy, sólo sabemos que la Selección apostará por el toque, pero nos falta saber si Cesc encajará con Xavi, si Villa acompañará a Torres –o si Torres acompañará a Villa–, y si la pareja de centrales necesita algún retoque.

Con todas estas premisas, el ambiente que vive la afición no es precisamente de euforia, lo cual puede ser favorable. También lo sería no apabullar a Rusia en el primer partido, al más puro estilo del debut en Alemania 2006, cuando la Ucrania de Sheva cayó por 4-0 ante los que iban a ser los nuevos campeones del Mundo según Marca y As. La verdad es que el lema que Cuatro ha elegido para alentarnos de cara a la cita en Austria y Suiza no se lo creen ni Los Manolos –por Carreño y Lama–, pero eso también es positivo; como lo sería pasar la primera fase con más pena que gloria –daría lo mismo ser primeros que segundos– para no crear falsas esperanzas en el respetable. Una vez en cuartos empezaría la hora de la verdad para los nuestros. Ahí el rival será un coco: o Italia, o Francia, u Holanda –y no olvidemos a Rumanía, según Luis, uno de los favoritos y de los que nadie habla–.

Con un equipo para tener el balón pero también con futbolistas para jugar a la contra –Cazorla, Xabi Alonso, Fernando Torres– pese a no contar con un extremo puro, España debería desarrollar entonces el papel de agente doble. Sea cual sea el rival, Luis ya debería tener claros para entonces los once guerreros que por fin nos harían pasar de cuartos en la época moderna, y el equipo debería ser la mezcla perfecta entre tiqui-taca y catenaccio, entre pianistas y asesinos, asociados para matar al rival cuando menos se lo espere. Es posible que la combinación entre los que juegan aquí y los ingleses –Xabi, Cesc y el Niño (quizá el protagonismo que estos dos últimos puedan tener en el equipo sea clave)–, que han conocido los recovecos de otra concepción del fútbol, sea la fórmula.

Se pueden hacer mil pronósticos, pero ya sabemos que en el fútbol cualquier predicción puede quedar en broma –recuerden que en la Copa del Mundo de 2002 todo el mundo apostaba por una final entre Francia y Argentina, eliminadas en la primera fase, y nadie daba un duro por Brasil, a la postre campeona, o que en la Euro ’96 la subcampeona del mundo, Italia, tampoco pasó de la liguilla–. Piensen ahora en la sorpresa que se llevó el Planeta Fútbol cuando la República Checa llegó a la final del 96 en Wembley para después morir en la orilla liderada por un mediocampo demoledor formado por la valentía de Karel Poborsky, el pundonor de Patrik Berger y la calidad emergente de Pavel Nedved; o cuando en la última cita europea de selecciones, Otto Rehaggel reunió a 11 gladiadores al más puro estilo de los ejércitos de Alejandro Magno, con una columna vertebral formada por Nikopolidis, Dellas, Zagorakis y Charisteas, apostando por contener los ataques del rival y aprovechando cualquier error para acabar con ellos. Así se deshicieron de Francia en cuartos, la vigente campeona por aquel entonces; de la República Checa en semifinales, la mayor favorita para alzarse con el trofeo; y de Portugal, la anfitriona, en la final. La principal baza de cualquier campeón –y sobre todo de aquella Grecia– es apostar por un patrón de juego y llevarlo hasta las últimas consecuencias.

Quizá sea la hora de que la selección española defina el suyo. Quizá teniendo el balón. Quizá jugando a la contra. Quizá con una mezcla de ambos –y siempre creyendo en lo que ponga sobre el tapete–, creando un nuevo estilo entre la LFP y la Premier que pase a los anales de la historia. Sólo así Casillas puede levantar la copa Henry Delaunay el 29 de junio en el Ernst Happel de Viena. Sólo así podemos.

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La motivación se llama Cuatro:


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