domingo, 29 de junio de 2008

¿Juego de niños en Viena?

Por Cristian Naranjo


Restan apenas 13 horas para la final cuando termino este texto. El minutero avanza ya inexorable. Es imposible conciliar el sueño ante una cita de tal magnitud. Cierto es que nosotros no jugamos, pero moralmente todos formamos parte del equipo que saltará al Ernst Happel esta noche. Los jóvenes de la generación de los 80 no nos hemos visto en una igual. Algunos no habíamos siquiera nacido; otros no tenían todavía uso de razón. El caso es que hasta ahora toda nuestra memoria conectaba con despedidas tan tempranas como amargas. Pudimos echar a Italia en el '94. Perdimos. A Inglaterra en el '96. Caímos. A Francia en el 2000. Palmamos. Debimos proclamarnos campeones en 2002 tras eliminar a Alemania en 'semis' y comernos a Brasil en la final. Teníamos a un Joaquín y a un Morientes estelares, pero un robo coreano y una tanda de penaltis donde Casillas no paró nos devolvieron a casa. De 2004 no se puede salvar nada. Iñaki Sáez no dio con la tecla, Torres fue una escopeta de fogueo y a Raúl Bravo le superaron más veces de las que le encararon. Fue un desastre España y una calamidad la Eurocopa, que coronó la especulación griega por encima del jogo de Portugal. En 2006 más de lo mismo, con el atenuante de que nos echaron los últimos compases de Zidane, así como “la menor condición física de base y tal…” –según Aragonés.

Y así llegamos hasta hoy, con la sensación de que esta Eurocopa le está devolviendo a España algo de lo que le ha ido quitando a lo largo de cuatro desérticas décadas, y al fútbol lo del catenaccio grecorromano de 2004-06. Una vez aquí hay que cerrar el círculo en nombre de Arconada, Maceda, Señor, Camacho, Gordillo, Santillana, Sarabia… En definitiva, hay que hacerlo para redimir a la tropa del '84. También para refrescar la emoción a los veteranos del '64; para honrar al resto de generaciones lacradas por infortunios e injusticias… Hay que rematar “el tema y tal” por Aragonés, sus hijos y su camada de nietos. Todos ellos se lo merecen en la misma medida que nosotros.

Noventa minutos para cerrar una brecha de 44 años. A un lado, la España de los pesos pluma. Al otro, la Alemania de los pesados. La baja de Villa puede quedar compensada por la de Ballack. Juegue quien juegue, el plan de ataque de ambas es de sobra conocido. La Mannschaft se decanta por el veneno de los alacranes: inesperado, fugaz y efectivo. La Roja, en cambio, procede a la hipnosis antes de deleitarse en aplicar una muerte parsimoniosa y dulce. La fiabilidad de otra histórica como última prueba para el tuya-mía de la selección. Más allá de los estilos, las finales son para valientes y descarados. El corazón nos dice que los 'pequeños' se han soltado las riendas definitivamente. De confirmarse nuestras sospechas, el Ernst Happel va a convertirse en el perfecto marco para un lienzo goyesco: Juego de niños.

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