sábado, 27 de febrero de 2010

Fantasía y señorío

Por Cristian Naranjo y Albert Valor


Erró ligeramente James Cameron cuando designó a Sam Worthington como protagonista de su laureada Avatar. No es que el chico no haya dado la talla. Es que hay un sujeto que da mucho más el perfil. Aunque, bien es cierto, no se le puede hallar en Hollywood. Se trata de Zlatan Ibrahimović, que a estas alturas ya no necesita presentaciones. El sueco no precisa de la creación virtual para tener dimensiones de Omatikaya. Su silueta multiplica por uno y medio a la de los que tiene en derredor. Goza de largos zancos y su nariz es característica. Acaso podría discutirse su pigmentación cutánea. La piel de Ibra no es azul, pero sí lo es su sangre. Como si de un noble se tratara. Zlatan nunca se manchará las manos por el Barça, nunca se dejará la piel. Y ello es contradictorio, porque como los Omatikaya, pareciera que todo en él está diseñado para compartir. Pero no es así. Como si su linaje se lo impusiese, él siempre se mostrará apuesto y elegante, pero nunca trabajará más de la cuenta. Si lo expresásemos en los términos acuñados por la superproducción de Cameron, diríamos que aún no ha creado el vínculo. Y precisamente en base a muchos vínculos, el Barça creó el pasado curso un mundo parecido al de Pandora. Todo era perfecto. Todo fluía. Y lo más bonito, todo era real.

Puede todo esto parecer una crítica, pero no es tal. Zlatan es Zlatan, con sus más y sus menos. Nunca correrá como un negro, eso ya lo sabe el respetable. Pero siempre brillará como las vestiduras de un insigne caballero. No es que sea un Omatikaya. Pero tiene sangre azul. Y también, como los grandes éxitos de taquilla, sabe convivir con la mercadotecnia y las multitudes. Esperemos que todo ello le baste para salvaguardar el Árbol Madre.

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