sábado, 8 de agosto de 2009

La Liga más bipolar (I)

Un análisis de Cristian Naranjo

Introducción
Desde que la Liga es Liga, Madrid y Barcelona han dominado el torneo con mazo de hierro. Atrás quedaron los años dorados de Atlético, Athletic, Valencia y Real Sociedad, todos ellos campeones en al menos dos ocasiones. En los últimos 25 años, el torneo nacional por excelencia ha evidenciado una bipolaridad prácticamente total ─no podía ser de otro modo en un país con sólo dos colores políticos─. Salvo cinco excepciones puntuales, donde otros clásicos de la Liga se hicieron un hueco en el palmarés, Barça y Madrid se han erigido siempre como campeones. Durante esos años, escasas han sido las temporadas donde algún otro equipo les haya disputado siquiera el trofeo. En cualquier caso, siempre han sido equipos con tradición los encargados de salpimentar el campeonato. Desde 2004, cuando el Valencia de Benítez salió vencedor con autoridad, ningún equipo ha osado a discutirle la hegemonía a los dos grandes. La Liga no es ajena al mal endémico mundial de las desigualdades: los ricos se enriquecen cada vez más, mientras que los necesitados se empobrecen al mismo ritmo. Las diferencias presupuestarias entre Madrid, Barcelona y el resto son cada vez más abismales, lo cual también acrecenta las diferencias deportivas. Los medios tampoco contribuyen a escurrir las desigualdades. Día tras día, privilegian la información de Madrid o Barça, pero nunca la referente a otros equipos, cuyo tratamiento sólo encuentra cobertura en los medios locales. Deportivamente, temporada tras temporada las grandes estrellas del fútbol se congregan en la Liga, merced a los ingresos de televisión. Eso atrae a los aficionados, que se multiplican alrededor del mundo. Con todo, la situación dibuja un círculo cerrado muy difícil de quebrantar. Esta temporada, con los fichajes de Florentino Pérez y el equipazo que ha formado el Barcelona, no se presume una rebelión contra el orden establecido. Es por ello que, una vez que los onces iniciales de Guardiola y Pellegrini ya pueden ser descifrados, ha llegado el momento de radiografiar a los dos grandes jugador a jugador. He aquí el análisis pormenorizado de PLF.

Capítulo I: La sobriedad y el milagro

Cabeza rapada, músculos prietos, tatuajes y gesto serio, desafiante, casi de perdonavidas. Podría pasar por ser la descripción de Derek Vinyard, personaje central de American History X. Por suerte, a Víctor Valdés no se le conoce ideología tan radical y devastadora, aunque desde siempre le ha perseguido una fama de altivo e inaccesible. Pese a ser el guardameta titular del Barcelona desde 2003 y haber contribuido decisivamente en la consecución de cinco títulos mayores, nunca ha encontrado el reconocimiento proporcional a sus méritos. Cualquier error puntual ha sido señalado con fluorescente por parte de medios y aficionados. En cambio sus intervenciones clave, las que ganan títulos, suelen ser sepultadas por los goles de otros. El aficionado azulgrana, de corte operístico, exige al futbolista la perfección a todos los niveles. El modelo a seguir es Xavi, fiable como un Rolex tanto en el césped como después de la ducha. Su secreto estriba en que siempre se muestra accesible, ya sea para recibir el pase del compañero o la pregunta del periodista. Para deleite de la masa social culé, Xavi no es el único cortado por el mismo patrón. En general, todos los canteranos salen bien educados de La Masia: Puyol, Iniesta, Messi, Piqué… Valdés también participa de los mismos valores. Es un profesional ejemplar y sus declaraciones son el reflejo de una cabeza bien amueblada. El problema es otro. Además de su timidez mal comprendida, ser arquero del Barça siempre ha sido una profesión de riesgo. Los rivales llegan poco, y cuando lo hacen no basta con ser un portero cualquiera. Hay que ser un portero de discoteca, preparado para negar el paso a cuantos delanteros se presenten. A lo largo de su trayectoria en el primer equipo, Valdés se ha reivindicado como el mejor para esa tarea. De no ser por él, ni París ni Roma se hubieran convertido en templos azulgranas. Henry o Drogba pueden dar fe de ello. Tampoco las Ligas se hubieran logrado con esa pulcritud. Mientras que hay deportistas que viven de la inspiración, otros no serían nada sin concentración. Valdés forma parte del segundo grupo. Es admirable cómo saca lo mejor de sí mismo en momentos de máxima tensión. Con todo, el Barcelona tiene su cajón a buen recaudo. Valdés es mentalmente pétreo, portentoso con ambos pies, bloca con seguridad y funciona como un candado en el una para uno. Como todos los porteros tiene puntos flacos, pero sólo están al alcance de las mejores ganzúas. En definitiva, no encontraría el equipo culé un portero mejor ni en un millón de años.

Si la imagen que proyecta Valdés no se corresponde con la realidad, no sucede lo mismo con Casillas, cuya personalidad sólo ofrece una lectura posible. Pese a tener 28 años, el mostoleño conserva la mirada despierta de un adolescente. Su extrema humildad es otro de los rasgos que le caracterizan, así como su cercanía. Casillas tiene la virtud de poder ser él mismo siempre, en cualquier contexto. Es risueño, sincero y auténtico. No se esconde ante los medios, sino que más bien se gusta. No rehúsa pregunta alguna, pero jamás se embarra. Es insólito que un deportista de élite, encumbrado con su equipo y su selección, se muestre tan natural y sencillo. Lo cierto es que donde Valdés genera controversia, Casillas genera unanimidad. Cuatro Ligas, dos Ligas de Campeones, una Copa Intercontinental y una Eurocopa. Ocho títulos de altura, además de tres Supercopas de España y una de Europa. Un palmarés que asusta y habla por sí solo. Tras ser considerado durante años como uno de los mejores porteros del mundo, la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS) le encumbró definitivamente en 2008, tras levantar la Eurocopa como capitán.

La carrera de Casillas está salpicada de episodios mágicos, como su inesperada entrada en la final de la Champions de 2002, en la que César se lesionó. Su concurso acabó siendo clave para conseguir el trofeo, merced a paradas repletas de reflejos, casi milagrosas. Ese tipo de actuaciones, repetidas en decenas de partidos de Liga, comenzaron a forjar su fama de santo. Con la selección, sus milagros se han manifestado también en forma de penaltis parados. Gracias a él, el combinado nacional superó los octavos de final frente a Irlanda en el Mundial de Corea y Japón 2002, con un total de tres penas máximas detenidas a lo largo del partido. Una actuación similar en los cuartos de final de la última Eurocopa, frente a Italia, permitió extender el puente hacia el Ernst Happel de Viena.

Si Valdés es un candado, Casillas es lo más parecido a un tabique. La gran diferencia entre ambos es que desde que son titulares indiscutibles, la defensa del Madrid ha acostumbrado a hacer más aguas que la del Barça, por lo que Casillas ha tenido que manifestar continuamente sus reflejos gatunos. Valdés para mucho y bien; Casillas lo repele casi todo. Esa es otra de sus grandes diferencias, ya que el catalán destaca por aquello en lo que flaquea el madrileño: salidas por alto y paradas a un tiempo. Casillas aún es algo vulnerable en ese sentido, aunque en la Eurocopa se pareció bastante a su mejor versión de siempre. El sustantivo que mejor define a Valdés es 'sobriedad'. Sigue la tradición de los clásicos porteros españoles, pero añadiendo la capacidad de golpear el balón como un mediocentro. Por su parte, a Casillas le describe cualquier adjetivo similar a 'imposible'. Dos porteros distintos para dos clubes distintos, aunque primos hermanos en el fondo. Cada uno, a su manera, es el portero ideal para su equipo, lo cual evidencia su clase. Valdés y Casillas, dos guardianes de altura para las porterías más cotizadas.
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