sábado, 29 de agosto de 2009

La cantera extiende la supremacía azulgrana

Por Cristian Naranjo

Definitivamente el Barcelona de Pep Guardiola es un equipo ecológico y sostenible. No destruye a sus rivales. Más bien razona con ellos, para finalmente seducirles con argumentos irrefutables. El hilo de la conversación siempre lo teje Xavi, maestro costurero que hace fluir el discurso. A su alrededor gravitan el resto de contertulios, interviniendo en el momento preciso para dar fuste a las ideas del conjunto. La filosofía nace en el cerebro de Guardiola, la expone Xavi y cristaliza en los silogismos que proponen Iniesta y Messi. De ahí la sostenibilidad del equipo, cuyo núcleo procede de la propia cantera. Touré, Alves o Henry, entre otros foráneos, también juegan un papel necesario en la producción de melodía y harmonía, componentes indispensables en un buen grupo de oradores. Así lo propugna desde siempre Arrigo Sacchi. Los extranjeros aportan otras soluciones dialécticas. Son el complemento perfecto para una espina dorsal que pertenece a los futbolistas nacidos en La Masia.

Los hombres de confianza de Guardiola, que no completarían dos onces, han formado algo más que un buen conjunto de pensadores. Han hallado la fórmula del éxito: hacer una familia del vestuario. Este Barcelona caerá algún día como cayeron todos los paradigmas dominantes, pero las bases de su ideología garantizan su regeneración infinita. De las cenizas de un canterano siempre nacerá el siguiente. Así lo acredita la hornada actual, con jugadores como Muniesa, Fontàs, Dos Santos o Thiago. En cualquier caso, para la historia y la memoria quedará la belleza de un fútbol despojado de acritud y miedo. Valdés; Alves, Piqué, Puyol, Abidal; Touré Yaya, Xavi, Iniesta; Messi, Eto'o y Henry. Una alineación plagada de argumentos indiscutibles; repleta de pasión, orgullo y compromiso. Casi todos al ataque, sin más artillería que los mimos al balón. Hubo un tiempo en que se consideraba incompatibles a Xavi e Iniesta en la medular. Se argumentaba que ambos eran bajitos, livianos y carentes de músculo, lo cual evidenciaba que no mezclaban bien. Es asombroso como Guardiola, ideólogo de la teoría, refutó el argumento de forma fulminante, apostándolo todo a la carta del talento. El resultado no encontró precedente en el fútbol español: Copa, Liga y Liga de Campeones.

Anoche, sobre el estadio Louis II, no compareció la prodigiosa sociedad blanquecina, dado que Iniesta aún se recupera de su sobreesfuerzo en Roma. Tampoco actuó Eto'o. Se hizo extraño no verle en el césped, en un partido que en buena parte le pertenecía a él. La final de Mónaco no era más que la herencia de su gol en Roma, donde acudió al rescate de la dama cuando ya estaba en las fauces del lobo. Ocurre que las mentes privilegiadas esconden parcelas encriptadas, en las que se fraguan las decisiones más dogmáticas. Es el caso de Guardiola, un genio capaz de prescindir de la cantidad de goles y sacrificio que asegura Eto'o. A cambio se presentó Ibrahimović en un partido de altura. Era la oportunidad de comprobar las evoluciones del díscolo delantero sueco, destinado a hacer las delicias de la afición azulgrana con remates imposibles, asistencias asombrosas y regates sui géneris. Hasta el momento se había mostrado falto de forma y desubicado. La primera parte de la final corroboró su bajo estado físico, pero desmintió algunas sospechas. Comienza a dar síntomas de su adaptación con pinceladas de fuoriclasse.

A parte del delantero cíngaro, la otra atracción del primer acto fue la disposición táctica de Guardiola, con Touré ejerciendo de líbero, los laterales de centrocampistas y Messi en la mediapunta. Las mezclas de probeta no funcionaron. Con un terreno de juego devastado, el discurso del Barcelona no fluyó con la agilidad habitual. Tampoco ayudó la propuesta de Lucescu, basada en interrumpir al rival sin proponer nada a cambio. Con todo, la final se desarrolló en forma de monólogo. Con el Barcelona de protagonista, no sería noticia si no fuera por la inocencia de sus ataques, abortados sin más problemas por los antiaéreos del Shakhtar. Chygrynskyy, pero sobre todo Kucher, se erigieron como dos fortalezas. Sólo Messi, siempre Messi, se armó de valor para penetrarlas.

La segunda mitad no alteró el orden establecido, con lo que el partido alcanzó un espesor desagradable. Los azulgrana se hincharon a lanzar córners en vano, y sólo Messi conseguía inquietar a Pyatov. La rueda de sustituciones, activada por Lucescu casi en el '80, por fin agitó el duelo. El experimentado entrenador rumano acertó con sus decisiones, basadas en añadir velocidad para enganchar la contra definitiva. Por suerte Guardiola hizo lo propio con Pedro, al que dio entrada en detrimento de Ibrahimović. El sueco dejó el campo extenuado, pero siguió avanzando detalles de su juego plástico y anárquico. Por su indolencia, será difícil encajarle en el esquema defensivo; por sutileza, está condenado a entenderse con Henry y Messi. Conjeturas a parte, fue Pedro el que cambió la cadencia del Barcelona. En su juego, fresco y punzante, el equipo de Guardiola encontró por primera vez argumentos de peso. A casi nadie le preocupa ya Ribéry. La cantera, por sí sola, ha generado una nueva estrella para el ataque. No es francés y su nombre no suena bonito, pero es garantía de calidad y compromiso. Se llama Pedro. Y anoche acabó con el indulto a Pyatov.

El Shakhtar, un equipo incómodo por definición, se resistió a claudicar y envió el partido a la prórroga. Lucescu dio entrada a Aghahowa para que castigara el cansancio de Puyol y Pique, mientras que Guardiola introdujo dos canteranos más: Bojan y Busquets. Con hasta ocho efectivos de La Masia afrontó el Barcelona el tramo decisivo del partido. Corría el minuto 100 y el depósito estaba en reserva, pero la ambición y el orgullo estaban intactos en el bando azulgrana. Tanto es así que las bombas de mortero parecieron caer sobre el área del Shakhtar. No eran más que las trenzas verbales de Messi y compañía. Se engrandecía el Barcelona pero también el conjunto ucranio, encomendado a una aventura de Aghahowa, Kobin o del clan brasileño. La balanza permanecía todavía en punto muerto, a la espera de decantarse de forma definitiva. Los penaltis suponían una amenaza para un equipo plagado de imberbes y carente de cañoneros como el Barcelona.

Pero entonces emergió la figura de Pedro, un futbolista cuya confianza en sí mismo lo ha catapultado. Con libertad para sobrevolar el área, el canario se dejó caer por la izquierda, desde donde encaró y buscó el centro para asociarse con Messi. Desde el instante en que el argentino recibió el balón hasta que terminó la jugada, pasaron sólo dos segundos. Más que suficientes para dos albañiles de sueños, que construyeron una pared de palabras con sólo mirarse. Los defensas del Shakthar, inmunes a cualquier balón aéreo, no lo vieron ni pasar por abajo. Chygrynskyy también quedó retratado, como en varias jugadas anteriores. El tuya-mía de Messi y Pedro, rubricado por el canario con una calidad extrema, cerró un partido que, excepcionalmente, jamás debería haberse disputado. El Barcelona se coronó supercampeón de Europa ya en Roma, con su baile asombroso frente al vigente campeón. En aquel partido se ganó el Barça su condición de jerarca de Europa. Era un equipo de ensueño, casi calcado a éste, pero con el hambre de Eto'o.

En cualquier caso la 'Guardiola Mecánica' sigue imparable, superando a rivales a través del razonamiento y no de la crueldad. Es un equipo ecológico porque conquista trofeos de forma limpia, justa y generando unanimidad. Incluso cuando sus jugadores no tienen el día, siempre proponen algo vistoso. No es el Barcelona un club al que históricamente le haya sonreído la fortuna en Europa. Su modelo no conoce la mezquindad italiana, ni los escuadrones alemanes o ingleses, ni tampoco los golpes de suerte del mismo Madrid. Siempre ha tenido que batirse el cobre para ganar. Sólo siendo el mejor, sin discusión, ha encontrado el premio de la victoria continental. Precisamente esa es la filosofía de Guardiola: sólo jugando bien se puede vencer. Es un modelo propio y genuino, casi inimitable, que no debe cambiar jamás. En la esencia del Barcelona anida su auténtico secreto: la belleza del juego como único argumento.

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