jueves, 25 de junio de 2009

Del Bosque olvida los apuntes de Aragonés

Por Cristian Naranjo

España perdió anoche mucho más que una eliminatoria: también se dejó por el sendero su identidad; la que le dio la Eurocopa. Nunca renunció ni al balón ni al ataque, pero se quedó a medio camino entre jugar con dos alas abiertas y apostar por todos los bajitos en el medio. El resultado fue un ataque embarullado, impaciente y sucio. El planteamiento de Del Bosque fracasó con estrépito, por más que se crearan un alud de ocasiones. Riera no es jugador para la selección. Siendo un extremo puro, no domina el juego de toque y movimiento. Cuando recibe, su tendencia natural es encarar, faceta en la que además no obtiene buenos porcentajes. Del mismo modo que Joaquín desapareció de la selección cuando dejó de desbordar, Riera no debería haber acudido nunca. En su categoría le supera por mucho Capel, con quien Del Bosque ya no parece contar. El salmantino ha pecado de intervencionismo. Ha tratado de hacer modificaciones propias y ha naufragado en esta Copa Confederaciones. Con Iniesta fuera de combate Cazorla debería ser indiscutible, del mismo modo que Silva, cojo, ofrece más prestaciones que otros. Por otro lado, Villa y Torres son siameses por decreto, cuando precisamente la selección ha maravillado con cinco centrocampistas. Por no hablar de Capdevila y Ramos, que piden a gritos un recambio. Con todo, España jugó lastrada, diezmada y sobre todo desnaturalizada.

No le faltó voluntad a la selección, que fue tan generosa en el esfuerzo como siempre. Disparó un sinfín de veces a la portería de Howard a partir del segundo tiempo. Ejecutó un córner tras otro. Llevó siempre el peso del partido y lo intentó por todas las vías. El problema es que los internacionales trataron de talar un árbol de Alaska con sierras de marquetería. No acertaron a abrir el marcador y fueron incapaces de levantar las hachas. En los partidos que enfrentan a dos equipos separados por un desierto, es clave el nivel de practicidad del favorito: se trata de alcanzar el primer gol por la vía rápida para recrearse después. España, que sólo contempla la dirección del zigzagueo, se estrelló una vez tras otra contra Onyewu, Demerit y Howard, tres auténticos yunques. De hecho el central de ascendencia africana está siendo elevado a los altares por muchos. Craso error. Acaso nadie recuerda el Mundial 2006. España superó a Túnez con todas las dificultades posibles. En el equipo tunecino jugaba Jaidi, un bloque de mármol. Defendió como un coloso hasta que Raúl empató el partido en el 71'. Se cantaron las excelencias de Jaidi hasta ese momento. A partir de entonces, nunca más se volvió a oír su nombre porque Túnez acabó perdiendo el encuentro. Sin el desacierto de España, lo mismo hubiera ocurrido con Onyewu, que sin embargo ahora recibirá ofertas a mansalva. Así de paradójico es el fútbol, un juego donde los pequeños detalles marcan la frontera entre el éxito y el fracaso. Siendo justos, hay que reconocerle al central su capacidad para achicar agua, aunque dudo que conozca otro arte que el despeje.

Los Estados Unidos se adelantaron con un buen gol de Altidore, el suplente de Antoñito en el Xerez. Su mensaje corto a Capdevila resultó ser una premonición. No sólo se llevó el partido, sino que marcó deshaciéndose del lateral. Por supuesto fue una jugada de contraataque, una de tantas de las que dispuso el conjunto americano en la primera mitad. El reverso del bisonte Altidore retrató la descolocación de España, desbordada por el fulgurante arranque de los estadounidenses. El gol estableció un punto de no retorno. El partido se convirtió en un nuevo monólogo de España, que explicó su historia a través del balón pero que no encontró su objetivo: hacer reír. Del Bosque esperó una larga condena para introducir los cambios. Cazorla no encontró su sitio y Mata entró con todo decidido, justo después de que Dempsey ajusticiara a la selección. Derrota indignante por la escasa tradición del rival y por la ineptitud de Del Bosque, incapaz de modificar el guión a medio rodaje. El Mundial debería ser su última oportunidad. Los equipos campeones no tienen banco de pruebas. Se caracterizan por convencer siempre, sin tiempo para equivocarse. Quién sabe si pronto se despertará la nostalgia por Aragonés, el creador de la máquina perfecta. Xavi, Xabi Alonso, Cesc, Iniesta, Silva y Cazorla. Lo demás es todo mentira.

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