lunes, 5 de julio de 2010

O maior espetáculo da Terra

Por Albert Valor

Que el titular de este post sea en portugués no es casualidad. Y Dunga debería darse por aludido. Es el brasileño un tipo que decidió ir a morir con sus arcaicas ideas a cambio de serle infiel a la pelota. Recibió señales, pero no hizo caso. Este deporte, tran grande, tan injusto, tan justo, castiga a veces a los vulgares. ¿Y Argentina? Fue, simple y llanamente, víctima de sí misma y su desproporcionada confianza en que los hados se encargarían de todo. Maradona lo fió todo a la magia, y los argentinos, todo a Maradona. El Pelusa fue víctima de su propia leyenda. Una vez más. Para ganar un Mundial también hace falta fútbol. Incluso Italia tenía a Pirlo en 2006. La eliminación de ambas sin duda restará embrujo a la cita, pero quilates, ni mucho menos.

En un Mundial que casi siempre olió a sudor y a miedo, se nos sirve ahora la mejor parte. Si hablamos de la selección española, el gol a Paraguay nos debería servir como ilustración. La victoria se gestó en la sala de turbinas, entorno al triángulo mágico. Iniesta para Busquets, y éste entrega a Xavi, que devuelve a Iniesta. Todo en un par segundos. Ahí, el manchego rompe las líneas de presión y ya lo fía todo a la pólvora. A partir de entonces, Pedro, los palos y Villa -sobre todo Villa- se encargaron de concluir. Qué fácil es el fútbol cuando se juega a flor de piel. Sintiéndolo. El rendimiento de España está donde los expertos, casas de apuestas y demás la colocaban en las quinielas previas. Lo curioso es que no ha llegado explotando las armas que la hicieron temible. El poder de ruptura de Iniesta entre líneas ahí está. Los goles de Villa, también. Busquets se ha erigido como un Senna de tez blanca. Y Xavi sigue siendo la autoridad. Hasta Casillas ha recuperado su aureola. Sí. Pero falta mermelada. El mejor partido de España debería estar por llegar. Y la dulzura. Y el gol de Torres. O el de Pedro. Que así sea. Esperaremos con gusto el desenlace.

Mientras, hemos entendido que España juega ahora a soplos. Durante el resto, se dedica a competir. Veremos si alcanza. Lo que ‘la Roja’ ya ha entendido es que el castillo está tras la zanja. Para rescatar a la princesa ya sólo le hacen falta dos acometidas más. Pero se precisará de toda la artillería. Arietes, arcos y flechas. Incluso morteros. También dagas. Y no se deberían descuidar los yelmos. Nunca una fantasía estuvo tan cerca.

Quizá la mayor traba que el destino y sus avatares le han tendido a la Selección es que el resto de candidatas también tienen cuentas pendientes con la historia. Empezando por Alemania. Tres veces campeona del mundo. Pero otras tantas o más finalista. Los teutones han jugado más finales que Brasil y en más de la mitad de las ocasiones la fortuna miró hacia otro lado.

Y qué decir del otro lado del cuadro. Los oranje, siempre icono del fútbol de etiqueta –excepto en esta competición- perdieron dos finales en los setenta cuando tenían uno de los mejores combinados que ha dado este deporte. Y Cruyff, Resenbrinck, Rep, Krol y los demás mecanizados saben que la tropa del especulativo Van Marwijk puede saldar la deuda. De momento ya dejaron a Brasil en la cuneta. Aunque su destemplada defensa podría ser su mayor enemigo, la dupla Van Bommel-De Jong -tarugos para algunos, imprescindibles para otros- ayudará a cerrar el candado.

Luego, y para terminar, está Uruguay. Puede que el equipo con más mística del campeonato. Sobre todo ahora que la Argentina del Diego dijo adiós. Los charrúas no asomaban por aquí desde hace décadas. Y su manera de acceder a la penúltima ronda conduce irremediablemente a la lírica. Se habló de EEUU, Serbia o Costa de Marfil. Pero nada de eso. La auténtica tapada de la competición es Uruguay. ¿Se habrán aliado los planetas para que el ‘paisito’ complete otra gesta en la Copa del Mundo?

Cada cuatro años, el fútbol nos brinda un regalo. Sentémonos ahora frente al televisor y disfrutemos. Lo mejor está por venir.

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